Un baño del mejor Barça

Messi, con dos golazos de falta, sentencia el derbi ante un Espanyol demasiado tímido

Mi primera noche en Cornellá, en el estadio del Español y propiamente en Cornellá. Para empezar, certifico que existe, porque estas cosas nunca se saben. Mi querido José Elías, directivo del textil y por lo tanto héroe de la economía catalana, tiene la bondad de llevarme en su coche, con su familia, hasta el RCDE Stadium. Magníficas, coquetas instalaciones, ambiente de gala, aunque no estaba lleno, y Messi dejó de falta caer un jarrón de agua helada contra las esperanzas que la afición local se había hecho ante un inicio prometedor. Por cortesía de Josep Sánchez Llibre, presidente de Fomento, me acomodan en el palco. Grandes amabilidades, anfitriones como Dios manda. El presidente del Barça, Josep Maria Bartomeu, me hace pasar vergüenza ajena en la zona reservada a las autoridades del prepalco, hartándose a croquetas como si en su casa pasara hambre. Es el líder del club teóricamente grande, pero su presencia menguante hace pensar en todo lo menor.

El Espanyol lo intentaba, pero poco puede hacer ningún equipo ante la capacidad resolutiva de Messi. Mis compañeros de palco, españolistas entusiastas, definieron, justo antes de que Messi chutara, por dónde entraría exactamente el disparo, y por ahí entró. Probablemente también lo sabía Diego López. Es lo que tiene Messi: todo el mundo lo sabe e igualmente lo hace. Menos previsible, pero no menos hermoso, fue en el 25 el 0 a 2 de Dembélé, tras un perfecto recorte. Imparable parábola, gol redentor de cualquier duda que la actitud del chaval haya podido despertar.

Trabajaba el Espanyol, pero sólo el Barça creaba el peligro que precede a los cambios en el marcador. Pero, de todos modos, alguna llegada aislada hacía pensar que el partido podría no estar sentenciado. Hacía tiempo que no veía al Barça de tan cerca. El palco del Camp Nou está mucho más lejos del terreno de juego. Instalaciones de primer nivel, la afición entregada incondicionalmente a su equipo pese a la derrota. La fe es más fácil –y más hermosa– cuando se tienen ganas de creer. Suárez, en el 35, pudo marcar el tercero, pero chutó al palo. Rakitic, en el 37, remató de cabeza a bocajarro, libre de marca, pero Diego López le respondió con un admirable paradón. El rebote pudo aprovecharlo Messi, pero el balón acabó otra vez estrellándose en el palo.

Sin tanta ostentación ni alarde, y sin tanta cursilería, por cierto, lo que en el Camp Nou son «senyeres» y «esteladas», aquí son rojigualdas. «¡A por los amarillos!», grita el señor que se sienta a mi lado. Piqué es manifiestamente pitado cada vez que toca el balón. Es un club que funciona en catalán exactamente igual que el Barça: en el palco, todo el mundo habla, igualmente, en catalán. Pero desde luego no es un club independentista. Esta doble condición, el independentismo no la entiende. Ni en el Espanyol ni en nadie. Por eso pierde.

Sentencia al descanso

En el terreno de juego, Suárez, de tanto intentarlo, al fin lo consiguió, y desde la línea de fondo, con la colaboración de David y Diego López, marcó el tipo de gol de 9 clásico que lleva tiempo mereciendo. 0-3 justo antes del descanso. «Que suerte estamos teniendo», en referencia a todo lo que el Barça había desaprovechado, era el comen- tario general de los aficionados locales.

Durante el descanso, en el palco, vuela el jamón ibérico y quedan prácticamente sin tocar las cazuelitas de quinoa con verduritas. Hombre, pues claro, ¡Quinoa con verduritas! ¡Hay que decir basta! El buen gusto es una patria y supera rivalidades deportivas. Diego López, soberbio, salvó el cuarto parando a Messi. No pudo en cambio hacer nada contra otro golpe franco maravillosamente ejecutado por el argentino, que supuso el cuarto en el 65. El VAR anuló el gol que el Español consiguió en el 72, Duarte de cabeza. Indignación en la grada. «Uno que metemos y nos lo roban. ¡No hace falta!».

AFP Diego López nada puede hacer ante el segundo gol de Messi