ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
EN LEGÍTIMA DEFENSA
El juez ha quebrado un derecho de los periodistas porque el periodismo está en crisis
CABALLERO Bonald me bataneó de manera irreversible en un rincón de su «Diario de Argónida», obra que se te pega en las yemas del alma como la resina de los pinos de su infancia al pasar las hojas, con dos versos que me parecieron, aunque él no lo pretendiera, el mejor resumen que jamás he leído sobre la historia del periodismo: «También yo soy aquel que nunca escribe nada / si no es en legítima defensa». Por eso voy a escribir este artículo parapetado en ese lema. El embate del juez de Mallorca contra un periodista al que ha confiscado su intimidad para averiguar su fuente es una debacle. Cada vez que alguien a quien se le ha encomendado la administración de un determinado poder se cree que es el propio poder, una catástrofe se avecina. Por eso sostengo que la soberbia es siempre el tumor original. Todos los demás pecados humanos son metástasis. Y por eso tampoco quiero pecar de corporativismo rústico. Los abusos se dan en todos los poderes. También en el periodismo, donde abundan los enterados que tienen puño de hierro y mandíbula de cristal. Lo siento, pero en esencia, esta profesión obliga más veces a ser fajador que pegador. El que resiste gana, decía Cela. Y la resistencia pura siempre exige autocrítica.
Los medios padecemos la misma crisis intelectual que la política, la magistratura o el arte: la vanidad ha matado al talento. El respeto a los periodistas está por los suelos por dos cosas: porque el rigor da mucho trabajo frente a la alta rentabilidad del morbo y porque algunos se han creído que ellos son el medio, que su firma está por encima de la propia noticia y que su repercusión social es un arma al servicio de sus intereses particulares. La información influyente ha degenerado en la suplantación del poder. Y cada vez es más habitual el periodismo que en lugar de informar sobre determinadas instituciones pretende dirigirlas en la sombra. Lo digo ahora con mayor contundencia: también existe la corrupción periodística. Y esa infección es precisamente la que nos ha debilitado.
No hablo de los periodistas que cometen errores porque todo el mundo falla alguna vez. Cristina Pardo, por ejemplo, ha tenido la decencia de pedir disculpas por su desafortunado reportaje en busca de los votantes de Vox en un pueblo comunista. Le honra. Tampoco hablo del intrusismo que enferma al sector porque ésta es una plaga general. Véase la exposición sobre Leonardo en la Biblioteca Nacional comisariada por el presentador de «Pasapalabra». Estoy hablando de algo mucho más serio: la honestidad. Una vez leí un artículo de Manuel del Arco que decía que lo más difícil como periodista no es escribir, sino que te lean. Tiene razón. Pero ese ideal conlleva una peligrosa tentación: mandar a los lectores como tropa a nuestras guerras particulares. De esa perversión emana la fragilidad con la que ahora tenemos que defender nuestros derechos. Por eso arremeto contra el juez de Baleares y defiendo a muerte al compañero ultrajado al mismo tiempo que critico el mal periodismo. Porque también yo soy aquel que nunca escribe nada si no es en legítima defensa.