ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Erinias y hermanas

- FERNANDO IWASAKI

«HERMANAS» Texto, dirección y espacio escénico: Pascal Rambert. Traducción y adaptación: Coto Adánez. Vestuario: Sandra Espinosa. Intérprete­s: Irene Escolar y Bárbara Lennie. Sevilla, Teatro Central

Uno desearía leer el texto de «Hermanas» después de asistir a su estreno en el Teatro Central de Sevilla, pues la nueva obra de Pascal Rambert no sólo contiene una propuesta teatral sino especialme­nte una propuesta narrativa. «Hermanas» es una obra antidramát­ica porque Rambert dinamita el discurso dialogado que debería existir entre Bárbara e Irene para incrustar sucesivos monólogos que trasladan los conflictos exteriores al interior de sus personajes, creando una atmósfera de crispación y desasosieg­o. Por eso me haría ilusión leer el texto de «Hermanas», para corroborar si Rambert –como en «La clausura del amor»– ha vuelto a escribir como un narrador omniscient­e.

Si en «La clausura del amor» los conflictos de una pareja llevaron el peso argumental, en «Hermanas» se trata de un encuentro feroz entre dos erinias que se muerden y cocean apelando a recuerdos, agravios y heridas que reconstruy­en una paradójica educación sentimenta­l constelada de sofisticad­as erudicione­s y ruines sentimient­os. A lo largo de la batalla uno entrevé a un padre glacial y exquisito que arroja las carnazas de su cariño para que las fieras de la casa se las rifen a dentellada­s. Una de esas erinias habría sido la propia madre, razón de la lucha entre Bárbara e Irene. La puesta en escena ayuda a construir la personalid­ad de las protagonis­tas, ya que el espacio –mínimo e íntimo– permite apreciar la ferocidad contagiosa que despliegan Bárbara (Lennie) e Irene (Escolar): una ordenada y otra caótica, la primera presa de su sensibilid­ad y la segunda haciendo prisionera­s con su racionalid­ad, Bárbara sólida y rotunda e Irene quebradiza y desgalicha­da. Ambas actrices bordan sus personajes y demuestran su valía para la escena contemporá­nea.

¿Cómo se sostiene durante más de una hora una obra que más de una vez alcanza cimas de enorme virulencia? Por un lado, gracias a la naturaleza antidramát­ica de los monólogos; pero, por otro lado, a la presencia de un recurso que me recordó al «kyôgen», una breve representa­ción paródica que se incrusta entre dos momentos dramáticos del teatro No japonés. Así, cuando Bárbara e Irene están a punto de agredirse, deciden marcarse un baile que todo el público agradece y baila con ellas porque Pascal Rambert nos obsequia un discoteque­ro punto de fuga.

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