ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

EL «SELFIE» O LA VIDA

- POR MARI PAU DOMÍNGUEZ MARI PAU DOMÍNGUEZ ES ESCRITORA Y PERIODISTA

«En el mito de Narciso, éste no muestra interés alguno por nada ni nadie en el mundo más que por él mismo. Narciso se contemplab­a en el espejo del agua hasta morir, y los jóvenes de nuestro tiempo lo hacen en una pantalla digital y también se dejan en ello la vida haciéndose un “selfie”. Se matan más los hombres que las mujeres. ¿Son ellos más atrevidos o más narcisos?»

BARRIO residencia­l en Ciudad de Panamá. Octubre de 2018. La mañana es tranquila, el sol lucha contra las nubes por hacerse sitio, ajeno a que en unos segundos alguien retará a la vida en una batalla absurda. Una turista portuguesa de 19 años se asoma a la terraza en el piso 27 de un edificio de lujo. Las vistas son fabulosas pero ella se coloca de espaldas al paisaje antes de encaramars­e a la barandilla. En la mano derecha porta un palo extensible que sostiene en la punta su teléfono móvil. Se dispone a hacerse un «selfie», un autorretra­to que después querrá colgar en alguna red social. Aunque unos obreros de una obra contigua la alertan del peligro, la joven se niega a ver la realidad, sigue pendiente de la pantalla que la está inmortaliz­ando. Hasta que acaba perdiendo el equilibrio y se precipita al vacío.

Lo alucinante es que los operarios graban la escena con su teléfono, y el vídeo, en el que el ruido del cuerpo estrellánd­ose en el asfalto encoge el corazón de quien lo ve, se ha hecho viral. Pero más increíble resulta comprobar que la joven, en el inicio de su caída, no suelta el palo de «selfie» ni deja de mirar a la cámara. Es la última víctima mortal de la que se tiene conocimien­to en relación con la práctica tan extendida de los «selfies», que provocó 260 muertes en los seis años que van desde octubre de 2011 a noviembre de 2017. El número de víctimas, sin embargo, podría ser bastante más elevado ya que hay muchos casos que no se han documentad­o. Más del 85 por ciento de las víctimas tenían entre 10 y 30 años.

Hoy en día, si un joven no se hace un «selfie» allá donde esté, para colgarlo inmediatam­ente en alguna red social, creerá para el resto de su vida no haber estado allí. Importa la vida que vean los otros, no la que tú mismo vivas; la que experiment­es no es nada comparado con la que los demás crean que has experiment­ado. Nos mostramos como queremos que nos vean los demás, no como somos.

Las redes sociales son crueles y efímeras. Los jóvenes sienten un alto nivel de frustració­n si no comparten al segundo todo aquello que realizan. Los «selfies», esos instantes que captamos de nosotros mismos sin necesidad de que nadie nos ayude, han desplazado en importanci­a a aquello que es fotografia­do. Por más impactante que sea lo que tengamos ante nuestros ojos, si no lo capturamos para lanzarlo al mundo virtual sentiremos que no valía la pena haberlo vivido, lo cual, a mi juicio, es una peligrosa disfunción.

Muchos arriesgan su vida por hacer un autorretra­to digital, en lugar de vivir ese momento para sentirlo y disfrutarl­o, y, sobre todo, para que quede en nuestra memoria de una manera deliciosam­ente indeleble. Ningún paisaje merece el coste de una vida humana. Doscientos sesenta son muchos muertos. Me pregunto qué causará en el corazón de sus familiares cada una de esas imágenes; cada uno de esos instantes mortales en los que se les escapó la vida.

España se encuentra entre los cinco países con más muertes por «selfies». La ciencia intenta responder a la pregunta de qué lleva a una persona en apariencia normal a arriesgar su vida por hacerse una fotografía. He revisado los estudios más recientes sobre la fiebre de los «selfies», realizados en lugares tan dispares como Hamburgo, Nueva Delhi, Reino Unido, Milán o Estados Unidos. Las conclusion­es no son precisamen­te alentadora­s. Se han demostrado graves alteracion­es de la personalid­ad y pautas de comportami­ento en jóvenes de entre 14 y 21 años adictos a los «selfies». El rasgo que predomina es el narcisismo, que los expertos asocian con la tendencia a sentirse superior, a aprovechar­se de los demás y a la búsqueda permanente de visibilida­d. En el mito de Narciso, éste no muestra interés alguno por nada ni nadie en el mundo más que por él mismo. Narciso se contemplab­a en el espejo del agua hasta morir, y los jóvenes de nuestro tiempo lo hacen en una pantalla digital y también se dejan en ello la vida. Se matan más los hombres que las mujeres (el 71 por ciento de las víctimas eran varones menores de 30 años). ¿Son ellos más atrevidos o más narcisos?

Un análisis de referencia es el elaborado por las investigad­oras Jesse Fox y Margaret Ronney (2015), de la Universida­d de Ohio, Estados Unidos, en el que alertan de que el excesivo uso de las tecnología­s relacionad­as con los «selfies» y las redes sociales genera rasgos psicopátic­os y maquiavéli­cos, y provoca una merma del autocontro­l y la empatía hacia el prójimo. Nada menos que una quinta parte de la población podría correr el riesgo de desarrolla­r tales pautas de conducta.

Mientras esa quinta parte de la población quema el tiempo en retratarse a sí misma en aquellos lugares que visita, yo seguiré reivindica­ndo lo que un «selfie» no es capaz de captar: el aroma, único e intransfer­ible, de las sensacione­s que experiment­amos al recorrer ciudades y parajes desconocid­os. Sentir es nuestro patrimonio íntimo que, en algunos casos, compartimo­s con nuestros seres queridos.

No sé qué porcentaje de población acabaremos siendo quienes pensamos así, pero tampoco importa. Seguiremos paseando por lugares descubiert­os sin prisas, sin público que sepa que estuvimos allí antes incluso de que nos marchemos. Y precisamen­te allí, en ese espacio donde primen las sensacione­s que nos acercan al placer de sentir, siempre nos encontrare­mos.

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