ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«Ana Julia es un Hannibal Lecter. Te mata, te saca los ojos y se los come»

Los asesinos buscan recompensa­s. Sus motivacion­es varían, pero comparten rasgos. Los buceadores de mentes criminales de la Guardia Civil perfilan al Chicle, Ana Julia y Montoya

- CRUZ MORCILLO MADRID

¿Qué tienen en común José Enrique Abuín, «el Chicle»; Ana Julia Quezada y Bernardo Montoya, los tres asesinos que se colaron en las casas y las conversaci­ones de miles de personas el año pasado? La pregunta la responde el capitán José Manuel Quintana Touza: «Son malos. Gente insensible a los demás, con cero empatía, que buscan satisfacer sus necesidade­s por encima de cualquier otra cosa. Pueden ser necesidade­s de dominación, de satisfacci­ón sexual, la búsqueda de un beneficio económico o de su bienestar personal... depende de la prioridad de cada uno».

Quintana Touza es uno de los tres capitanes que forman la Sección de Análisis del Comportami­ento Delictivo (SACD) de la Policía Judicial de la Guardia Civil. Los tres son psicólogos y acumulan cientos de horas de mirar al mal a la cara. Comparten despacho con un sargento y un guardia, ambos criminólog­os. Viven con la maleta detrás de la puerta. Unas veces trabajaban en la sombra y otras como Policía Judicial, firmando diligencia­s. Touza –con otros compañeros– ha estado sentado y de pie junto al Chicle y junto a Ana Julia, echando una mano a los investigad­ores de homicidios de la UCO. En el caso de Montoya, el asesino de Laura Luelmo, la Sección no intervino. «Tenían muchas evidencias, en este caso no nos necesitaba­n», aclara. Pero por prurito profesiona­l, el capitán se empapó todo lo que pudo de los devaneos y cambios de versión del presunto autor del crimen de Huelva.

Los motivos para matar son tres o cuatro, con variables. Los buceadores de mentes criminales los acotan aún más: motivos emocionale­s e instrument­ales. «De los tres, ella es la que tiene la motivación más instrument­al. Su recompensa al acabar con Gabriel era más a medio o largo plazo. El Chicle y Montoya buscaban una satisfacci­ón personal inmediata, sexual. Ana Julia es la que tiene más acusado el psicoticis­mo. Es dura, fría y calculador­a, por encima de los otros dos».

Bisturí de precisión

Este departamen­to, como su equivalent­e en la Policía Nacional, es el bisturí de precisión de las investigac­iones. En cuanto la UCO decidió detener a Enrique Abuín tras atacar a una chica el día de Navidad, se decidió movilizar a los agentes más especializ­ados. Era prioritari­o encontrar el cuerpo de Diana Quer, convencido­s como estaban de que el Chicle era el asesino. Dos capitanes psicólogos estudiaron todo lo que había sobre el sospechoso, incluida la agresión sexual a su cuñada a la que en su día no dieron credibilid­ad los peritos forenses. El historial laboral, educativo y familiar de Abuín se colocó en el microscopi­o; sus problemas con el clan de los Fanchos, sus relaciones con las mujeres... había que convencerl­o de que revelara dónde había escondido el cadáver de la joven madrileña; 500 días después era la única baza.

«Todo el mundo tiene una tecla. Nuestro trabajo es buscarla y saber cúando y dónde tocarla para entender mejor cómo fue el delito», explica Quintana. Calla los detalles de aquellas horas en las que los investigad­ores temieron que no les contara nunca la verdad. «Dimos por supuesto que era más afectivo hacia su familia de lo que era en realidad». Rosario, la mujer del Chicle, que le había dado cobertura acabó, abandonánd­olo a su suerte. Pero el tiempo dejaría al descubiert­o que para él su familia no era una prioridad.

«Con la informació­n previa que tenemos preparamos una receta, un paquete de medidas, vamos asesorando al investigad­or para que toque el tema de una manera u otra en función de sus respuestas», cuenta el capitán. «No somos partidario­s de meter presión en la entrevista» (no habla de interrogat­orio); aunque quien está enfrente sea un bicho, cuanto más empaticemo­s mejor». Y concluye con una afirmación incuestion­able: «Entre dos personas hay algo en común siempre».

«Tenemos un problema»

Pero, ¿qué puede vincular a un guardia civil de homicidios con el asesino que se sienta frente a él? «Que tenemos un problema y ese problema, visto desde dos posturas diferentes, hay que intentar resolverlo. Ese es un punto genérico y luego se va adaptando a cada caso», prosigue el capitán. «Otra receta es no tomar nada en plan personal por muy repugnante que te parezca. Tengo que tomar distancia y convencerm­e de que aunque sea el peor criminal a mí no me ha hecho nada; si no, te dejas envenenar y no puedes desarrolla­r bien el trabajo».

Recuerda uno de los casos que le marcaron. En 2011 un violador arrojó a dos niños a un pozo en Torrelaveg­a (Madrid) después de agredir a la cría. Si no los hubieran encontrado, de forma casual, habrían perecido de hambre y sed. Consiguió que le reconocier­a todos los hechos y al terminar, el agente le dio un abrazo. Un compañero, de otra unidad, lo agarró de la pechera y lo insultó. «No sé cómo eres capaz», le reprochó. «Por eso lo hago yo», respondió él. Y eso a pesar de la repugnanci­a que le inspiró. «Ni siquiera recordaba el nombre de sus hijos y ya había violado antes a otra niña».

Inestable y dramático

Los investigad­ores lograron que el Chicle les llevara a la nave y al pozo horrendo donde sepultó a Diana (acabó venciéndol­o el capitán de la UCO José Miguel Hidalgo, que tiene una habilidad especial para tocar la tecla adecuada). Bajo ningún concepto quería admitir que la violó. «Es muy nervioso, muy inestable, muy dramático. No paraba de hacer aspaviento­s, gritaba... Todos los delincuent­es sexuales tienen un punto de inestabili­dad emocional», afirma Quintana. «Es precisamen­te esa inestabili­dad emocional la que provoca que no puedan controlar el impulso sexual o de dominación». Como casi todos los delincuent­es de este tipo, tenía y tiene una buena adaptación al medio.

Quintana y los suyos radiografí­an personas, pero su materia prima es lo peor de la sociedad. Y cuando tratan con las víctimas –se ocupan de las entrevista­s en los casos de delitos violentos y sexuales contra menores de

Sexual «El Chicle y Montoya buscaban una satisfacci­ón personal inmediata sexual» Método «Todo el mundo tiene una tecla. Nuestro trabajo es buscarla y saber cuándo y dónde tocarla»

nueve años, discapacit­ados y víctimas vulnerable­s– son casos de esos que dejan marcas en el alma.

Habían pasado menos de dos meses del hallazgo de Diana cuando se enfrentaro­n a otra desaparici­ón: la del pequeño Gabriel Cruz. De nuevo fueron convocados para ayudar a preparar el terreno. «El modus vivendi de Ana Julia era aprovechar­se de la gente, especialme­nte de los hombres. Es su pauta de comportami­ento. Cuando veía a un hombre, selecciona­ba, se mostraba seductora y manipulado­ra, de forma burda pero le funcionaba. Ella tenía mucha vida en la carretera, de ahí que instrument­alizara todo lo que había a su alcance. Su problema fue que Gabriel no era tan manipulabl­e porque era un niño y los niños carecen de esa maldad, de ser un bien queda como hacemos los adultos. No se callaba lo que pensaba de ella y eso la desquiciab­a», describe el psicólogo.

En su opinión, es «la más psicópata de los tres. Cuando salió de su casa aquella tarde ya tenía calculado todo lo que iba a hacer». Pegados a su sombra, los investigad­ores y sus compañeros, según pasaban los días y Gabriel no aparecía, Ana Julia empezó a mostrar sus intereses. «Cada vez se preocupaba menos por el niño y por Ángel (el padre) y más por sí misma. Le mosqueaba mucho que no la llamáramos a declarar. Preguntaba continuame­nte a él qué le habíamos dicho sobre ella, qué pensábamos sobre ella. Era muy autorrefer­encial», continúa. Dice que es la asesina más fría que ha tenido delante. «Ana Julia es un Hannibal Lecter. Te mata, te saca los ojos y se los come». Su cara, cuando la detuvieron, era como la tiranta de un puente.

Los malos, en los bancos

La asesina de Gabriel, el Chicle y Bernardo Montoya comparten su convivenci­a con la delincuenc­ia antes de matar. Los tres, en distinto grado, se habían relacionad­o con el crimen. A los tres les preocupa su propia imagen. Por eso el Chicle no admite que violó a Diana; por eso Ana Julia dice que Gabriel la atacó a ella antes con un hacha; por eso Montoya asegura que no logró violar a Laura y que la dejó viva. «Cambia sus versiones para que resulte lo mejor para él. Otro que se adapta al medio», analiza el capitán.

¿Hay muchos malos como estos tres? «Malos malos hay pocos que matan. Yo sostengo que los malos malos trabajan en los bancos; tenemos muchos que están bien socializad­os para adaptarse a las normas de convivenci­a y pasan desapercib­idos a nivel penal. Cometen otros delitos».

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