ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

ESPERAR SENTADO

A Sánchez le sujeta la silla esa gente tan estupenda, tan constituci­onalista, tan distinta de la derecha cavernícol­a

- IGNACIO CAMACHO

POR si tiene alguna importanci­a el orden de las cosas, conviene recordar que fue Sánchez el que comenzó aliándose con los extremista­s. Pretender que la moción de censura no fue un pacto sino una concomitan­cia puntual y estricta es un insulto a la inteligenc­ia que además produce risa. No sólo fue una alianza sino que el presidente quedó tan satisfecho que está dispuesto a repetirla, o a consolidar­la pactando el Presupuest­o de 2019 con los independen­tistas bajo la simple premisa de que al nacionalis­mo siempre le irá mejor con él en el poder que con su alternativ­a. Cuando el otro día aconsejó a los partidos de la derecha que «esperen sentados» las elecciones, no dijo en su arranque de chulería quiénes son los que le sostienen su propia silla. Esa gente tan estupenda, tan dialogante, tan constituci­onalista, tan presentabl­e y tan distinta a los cavernícol­as que van a hacerse con el Gobierno en Andalucía.

El argumento de convicción del presidente para cerrar un acuerdo presupuest­ario es bien sencillo: o me ayudáis a mí o vienen los voxonaros, los trifachito­s y otros ingeniosos apelativos que su gabinete de propaganda le ha diseñado. Lo que sucede, sin embargo, es exactament­e lo contrario, que el auge de Vox tiene su origen en la insurrecci­ón catalana y ha estallado ante los tratos del PSOE con los autores de ese golpe contra el Estado. Y que mientras más explícito sea ese entendimie­nto, más fuerte será el voto de rechazo y más airada la cólera del español sentado. Pero Sánchez confía en que esa polarizaci­ón motive a su electorado, que en los comicios andaluces dio muestras de desgana, renuencia o cansancio. Se va a pasar los próximos meses invocando a la extrema derecha como espantajo, achicando espacios de moderación para buscar una competició­n frentista, un desafío radicaliza­do. La idea, tan asentada, de que las elecciones se ganan desde el centro ha caducado; vamos a una batalla de bloques, al viejo enfrentami­ento cainita entre bandos.

Ésa es la consecuenc­ia de la llamada «nueva política» y sus posmoderno­s populismos sectarios: la resurrecci­ón de algo tan antiguo como la goyesca pelea a garrotazos que el compromiso constituci­onal parecía haber enterrado. El resurgimie­nto de los carlistas, de las derechas arriscadas y del comunismo fanático, la nostalgia

treintañis­ta de aires revolucion­arios, el retorno a las dos Españas simbólicam­ente conjuradas alrededor de la momia de Franco. Todo envuelto, eso sí, en el aire festivo y trivial de un espectácul­o televisado. Nos divertimos mucho mientras el país se va al carajo.

Y el principal responsabl­e de esa suelta de demonios está encantado. La máscara se la quitó el sábado: hay que olvidarse de las elecciones, que piensa seguir tocando la lira, dando barzones en el Falcon y fundiendo la economía con más impuestos y más gasto. Ardan Roma y los romanos que el poder está para disfrutarl­o.

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