ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
EL AGUJERO NEGRO
El nacionalismo divide siempre entre ellos y nosotros
ESCRIBE Isaiah Berlin que el nacionalismo es «la inflación patológica de una conciencia herida». Estoy muy de acuerdo con esa definición que incide en la exacerbación del agravio a la que recurre el independentismo catalán, cuyo principal signo de identidad es el victimismo respecto a España.
Todo nacionalismo parte de una herida narcisista que pretende sanar mediante una fe en la identidad colectiva como factor de redención individual. Este impulso sentimental no fue apreciado por el marxismo ni el liberalismo, cuya pretensión era cambiar el hombre en base a un discurso racional. Ni la religión ni la cultura ni la etnia tenían cabida en esas ideologías con pretensión de universalidad.
Pero el nacionalismo resurgió de sus cenizas en el siglo XX, creando profundas fracturas que desencadenaron la destrucción de Europa. Lo vimos en las dos guerras mundiales, en los regímenes de Stalin y Hitler y en el conflicto yugoslavo. En todos estos episodios, quedó demostrado que lo real no es racional, contra lo que sostenía Hegel.
La crisis económica, la globalización y la debilidad de los partidos tradicionales han facilitado la eclosión de populismos y nacionalismos, que tienen en común la explotación de los sentimientos y los rasgos identitarios. En un mundo hostil y cambiante, siempre es tentador refugiarse en la tribu.
El nacionalismo catalán nació a finales del siglo XIX como una reivindicación de una especificidad cultural y lingüística respecto al resto de España. Y ese movimiento ha ido adquiriendo un creciente apoyo social mediante esa inflación patológica de las heridas a la que se refería Berlin.
Esto explica muy bien los resultados de las elecciones del domingo, en las que el independentismo ha seguido avanzando en votos y en escaños. Y ello porque al electorado nacionalista le da igual la gestión de sus dirigentes, el éxodo de empresas, la corrupción o el sectarismo del que se jactan. Lo único importante es la construcción nacional.
En suma, el nacionalismo divide siempre entre ellos y nosotros. Y hagan lo que hagan los nuestros, les seguiremos votando porque pertenecemos a la misma tribu y compartimos las mismas aspiraciones. Esa es la lógica de la clientela electoral de ERC, Junts y la CUP.
Por tanto, toda concesión de Pedro Sánchez está condenada al fracaso. La prueba es que sus políticas no han hecho más que fortalecer a los independentistas. Por mucho que se empeñe en el diálogo, eso le resulta indiferente al mundo de Junqueras y Puigdemont, cuyo objetivo es imponer la autodeterminación sin el menor respeto a las leyes ni a la Constitución. Para el nacionalismo, el fin justifica los medios.
El independentismo es un agujero negro en el que se entra, pero nunca se sale porque lo absorbe todo en función de su propia densidad. Esta es la lección de lo sucedido.