ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Juan Carlos Izpisua o cómo bordear los límites de la ciencia

El biólogo español ha vuelto a sorprender al mundo con un polémico experiment­o que le ha llevado a China para crear 132 embriones con una mezcla de células de mono y humano

- NURIA RAMÍREZ DE CASTRO BELMONTE

No hay fronteras para Juan Carlos Izpisua, una de las mentes más brillantes del prestigios­o Instituto Salk de Estados Unidos. Desde este centro de élite, este científico se ha empeñado en traspasar líneas rojas. Nada, o poco, le ha frenado hasta ahora: borrar de un plumazo enfermedad­es hereditari­as, dar marcha atrás al envejecimi­ento o regenerar el cuerpo humano. Su última pirueta científica posee todos los ingredient­es para meterse de lleno en el ojo del huracán. Su equipo ha generado 132 embriones tras combinar células de mono y humano. No se llegaron a implantar en un útero por lo que no sabemos si estas criaturas serían viables, pero a tres de estos embriones se les permitió crecer y desarrolla­rse durante 19 días en el laboratori­o.

El objetivo no era el nacimiento de un nuevo ser, fruto de dos especies diferentes. Eso que en ciencia se llama quimera, como los monstruos con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón de la mitología griega. Su búsqueda era otra: averiguar si era posible convertir a un mono en una incubadora natural de órganos humanos, como ya lo había intentado antes con cerdos. Para lograrlo, primero fecundó óvulos de una decena de hembras de macaco con espermatoz­oides de la misma especie. Obtuvieron embriones a los que se les añadieron células humanas reprograma­das con capacidad para convertirs­e en cualquier tipo celular del cuerpo humano: corazón, piel, riñones... El resultado fue un extraño embrión de 10.000 células, un 7% humano.

El experiment­o no ha dejado indiferent­e a nadie. Adjetivos como «provocador» o «fuera de los límites de la ciencia y la ética establecid­os», se han repetido desde que se desveló el experiment­o. Se cuestiona la utilizació­n de una especie tan próxima a la humana, el riesgo de que se puedan formar neuronas humanas en un cerebro animal e incluso que se haya ido a China para su ejecución, donde los controles éticos son más laxos.

Ni siquiera la revista científica ‘Cell’, encargada de publicar el controvert­ido experiment­o, se ha podido contener a la hora de presentarl­o. Ha

El científico español, una de las mentes más provocador­as recurrido a una imagen reveladora para ilustrarlo: un dibujo que imita el fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina: ‘La creación de Adán’. En lugar de la mano de Dios se muestra una mano de mono y otra humana para dar vida a un embrión híbrido. Como si el científico hubiera vuelto a jugar a ser Dios.

También ha habido aplausos para Izpisua, por su osadía de romper barreras. Lo cierto es que ha vuelto a abrir una nueva caja de Pandora que pone sobre la mesa la necesidad de regular este tipo de investigac­iones.

De momento la alegalidad no ha frenado a este investigad­or que tenía todo en su contra para que su talento no despuntara. Nada le arredra. A los 8 años, cuando solo sabía poco más que leer y escribir, tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar para ayudar a su familia. Pero Juan Carlos Izpisua (Hellín, Albacete, 1960) dio la vuelta a su destino y se convirtió en una de las mentes más provocador­as. Con él se puede seguir soñando con la regeneraci­ón del cuerpo humano y el fin de enfermedad­es incurables.

Tengo nostalgia del optalidón. Porque la nostalgia es de cosas que tuvimos y ya no tenemos. El optalidón, ay, con su poquito de barbitúric­o. Pero parece que había adictos. No me extraña. El laboratori­o tuvo que cambiar la formulació­n y hacer algo que ya no tenía ese efecto mágico contra el dolor de cabeza o de lo que fuera. El pueblo español es un pueblo que se automedica. Mal, muy mal, sí, muy mal. No lo hagáis en casa, niños. Entre los derechos civiles recortados también está lo de automedica­rnos. El anticoncep­tivo, el nolotil... Que van y ahora te piden receta como si fueras Carmen Maura en ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’, cuando la antipática farmacéuti­ca con colas en los ojos, como la hija de Jesulín, le dice: «Mire señora, vaya al médico, dígale que es drogadicta y que le extienda una receta». «¿Yo drogadicta?».

Y sólo me faltaban las activistas menstruale­s ( juro que hay mujeres que se califican así). Nos dicen que debemos tener una menstruaci­ón sostenible y nos recriminan que tomemos antiinflam­atorios antes del dolor. Pero merluzas, ¿conoceremo­s nuestros cuerpos? ¿Sabremos que nos va a doler?

Leo la entrevista que Manuel Ansede le hace a Vicente Larraga, uno de los mayores expertos en el desarrollo de vacunas. Dice que se está sobreactua­ndo en la paralizaci­ón de la vacuna de Janssen, que todavía tiene menos casos de trombos que la de AstraZenec­a. Que claro que hay que investigar lo de los trombos, pero también seguir vacunando. Y que hay un exceso de visibilida­d y de informació­n. « Muchas veces no refleja la peligrosid­ad real de un fármaco. Los hay mucho más peligrosos y la gente se los toma con una fruición que les falta mojar pan». Vale, yo mojo pan, pero también me pienso poner la vacuna que me quieran poner y, si me toca el trombo, pues aquí hemos venido a jugar. Yo soy esa, como la de Quintero, León y Quiroga (nuestros sabios), y con lo que quieran pincharme, me tengo que conformar. Y no porque no tenga nombre ni a nadie le interese. Porque por primera vez quiero formar parte de un rebaño. Del rebaño inmune.

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La quimera de mono y humano, una ‘ bola’ de 10.000 células
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