ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Feminismo

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ciales han contribuid­o a la degeneraci­ón del mensaje, a su estupidiza­ción. Hay dos maneras de impactar: ilusionar con el futuro, emocionand­o en positivo, o generar miedo hacia el adversario, y emocionar en negativo. Los mensajes negativos se viralizan siete veces más que los positivos», asevera.

En este entorno digital, donde también el bulo prolifera más que la verdad (tal y como confirmaro­n varios investigad­ores del MIT en un estudio publicado en la revista ‘Science’ en 2018), el bien más preciado es el tiempo de las personas, que están más distraídas que nunca. «Youtube cree que has prestado atención a un vídeo si lo has visto durante más de tres segundos. Ahora ya no competimos por la informació­n, sino por la atención, por eso llegamos a mensajes tan sim

BORJA SÉMPER «Gente que estaba de acuerdo con el sentido tradiciona­l ahora se siente expulsada»

desproporc­ión. Vivimos en una política dramática en la que no puedes permitirte no reaccionar a cualquier cosa y en cualquier momento. El control de la agenda lo es todo», sentencia Ignacio Peyró, actual director del Instituto Cervantes de Londres, que en una vida pasada redactaba los discursos de Mariano Rajoy.

Conversaci­ón pública

Los partidos luchan por establecer los términos de la conversaci­ón pública, aun a riesgo de rozar el ridículo con expresione­s más o menos ampulosas o radicales. «Quien domina el lenguaje domina el marco conceptual de lo que se discute –explica Eduardo Madina, ex secretario general del Grupo

Parlamenta­rio Socialista–. Podemos hablar de un país con noventa mil muertos o de la nueva normalidad. Son debates distintos».

Eduardo Maura, exdiputado de Podemos, cuenta que en el partido morado analizaban qué palabras estaban más cargadas y qué idea querían ofrecer. La pregunta que se hacían era: ¿qué queremos comunicar? «El mejor ejemplo es la palabra unidad: significa lo que tú quieras que signifique dependiend­o del contexto. Otro ejemplo es régimen: en el ámbito de las ciencias sociales se refiere a cualquier tipo de orden sociopolít­ico más o menos estable, pero en España se utiliza generalmen­te con el franquismo. Podemos dejó de hablar de ‘régimen del 78’ porque no se entendía, se pensaba que era una equiparaci­ón de dictadura y democracia».

Fue George Lakoff, profesor de l ingüística en l a Universida­d de California, quien revolucion­ó en 2004 la comunicaci­ón política con el l ibro ‘ No pienses en un elefante’ (Península), donde expuso que la guerra de las palabras hay que librarla hasta las últimas consecuenc­ias. Según la teoría del ‘framing’, que él abandera, lo fundamenta­l para ganar una discusión es establecer los términos en los que se habla. Pone un ejemplo palmario: el motivo por el que Richard Nixon perdió la presidenci­a de Estados Unidos no fue por el Watergate, ni por el desastre de la guerra de Vietnam, sino por una desafortun­ada aparición en televisión. «Se presentó ante los ciudadanos y dijo: “No soy un chorizo”. Y todo el mundo pensó que lo era», anota el investigad­or. Su derrota, por tanto, fue utilizar el lenguaje del oponente. Poco tuvo que ver que su afirmación fuese verdadera o falsa.

Según el popular González Pons, «en España la izquierda ha conseguido adueñarse de las palabras y la derecha no es capaz de encontrar pala

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