ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Disfrutar la jubilación, ¿en el pueblo o en la ciudad?

Volver a los orígenes o a una segunda residencia gana adeptos si hay servicios sanitarios, conexión a internet... Lejos de connotacio­nes negativas, hoy ‘tener pueblo’ es un orgullo en la búsqueda de bienestar

- LAURA PERAITA

Derecho al descanso de quien, alcanzada una determinad­a edad y después de trabajar un cierto número de años, abandona su vida laboral activa para asumir la condición de pensionist­a, previo cumplimien­to de los requisitos legales exigidos. Esta es la definición de jubilación recogida en el Diccionari­o Panhispáni­co del Español Jurídico. Lo cierto es que se trata de una nueva etapa vital que se caracteriz­a por la búsqueda de tranquilid­ad, paz y disfrute del tiempo libre tras dar carpetazo a las rigideces de los horarios y tareas laborales. Llegado el momento, la mayoría de estas personas se plantean cómo desean vivir el resto de su vida y entre las diferentes opciones asalta la siguiente pregunta: ¿en el pueblo o en la ciudad?

Juliana Monreal salió de Tomelloso (Ciudad Real) siendo adolescent­e para instalarse en Madrid. Allí trabajó en Telefunken hasta que se casó y abandonó su vida laboral para centrarse en el cuidado de sus dos hijos mientras su marido trabajaba una imprenta en la que se jubiló. Durante todos esos años, este matrimonio hacía algunas escapadas con sus hijos a Tomelloso los fines de semana o días festivos.

Una Semana Santa, hace 14 años, su marido se puso frente a ella y le preguntó: «Juliana, ¿y si nos quedamos a vivir aquí?». «¡Estupendo! –contesté–. No me lo pensé dos veces. Accedí sin ni siquiera reparar en mis dos hijos, pero uno ya estaba casado y el otro, de 31 años, tenía nuestra casa de Madrid».

Y se quedaron a vivir en Tomelloso. Juliana tiene hoy 70 años y asegura rotunda que no se arrepiente de aquella decisión nada planificad­a. «Aquí tengo mucha tranquilid­ad. Es una localidad que se puede recorrer a pie de punta a punta y con tacones –dice entre risas–, aunque todavía camino muy rápido por la calle, cuando en realidad ya no tengo las prisas de Madrid, pero aún tengo esa costumbre muy interioriz­ada. También me costó mucho al comienzo hacer la compra. Las señoras tardaban una hora en pedir unas sencillas acelgas porque hablaban y hablaban con el tendero de toda la vida. El cambio de la ciudad al pueblo tiene este tipo de detalles. La vida fluye a otro ritmo y hay que saber adaptarse».

Al principio, este matrimonio no tenía muchas amistades. «Mi marido a base de salir a caminar todos los días fue ampliando sus relaciones sociales. Yo me apunté a varios programas de Personas Mayores de Fundación La Caixa sobre manualidad­es, costura y gimnasia e, incluso, coincidí con amigas de mi infancia. Aquí sales a la calle y te encuentras siempre a conocidos dispuestos a tomar un café. Nada que ver con la ciudad donde no conoces a nadie en la calle».

«La llegada de estos mayores al medio rural hoy supone un fortalecim­iento en la España despoblada por su gran aportación»

El peso del vínculo

Vicente José Pinilla, director de la cátedra Diputación de Zaragoza sobre Despoblaci­ón y Creativida­d de la Universida­d de Zaragoza, asegura que desde hace 25 años hay una tendencia a regresar a los pueblos para disfrutar los últimos años de vida. La explicació­n reside fundamenta­lmente en que desde la década de los 60 una parte importante de la población del medio rural emigró a las urbes en busca de trabajo pero, al finalizar su vida laboral, muchos no dudan después en regresar al lugar en el que nacieron. «En esta decisión tiene un gran peso el vínculo que se haya tenido con el pueblo. Muchos jubilados nacieron en zonas rurales en las que disfrutaro­n de su infancia, otros no tanto por las difíciles condicione­s de vida de la época –matiza–, pero allí tienen recuerdos de la niñez, amistades, familiares, caminos por los que pasear sin prisa, aire puro que respirar, un pequeño huerto que cuidar... y en numerosos casos una segunda residencia que se ha compartido con la que mantienen en la gran ciudad y a la que han acudido los fines de semana o en verano, lo que facilita la decisión de vivir allí».

Evitar conflictos familiares

Sin embargo, este catedrátic­o aclara que la decisión está muy frecuentem­ente supeditada a la ayuda familiar que aporten. «Hay jubilados que son abuelos y los cuidadores de sus nietos, por lo que si deciden marcharse a vivir al pueblo provocan un gran roto en la estructura familiar. Por ello, mientras los nietos son menores, solo van en fines de semana o en las vacaciones escolares, llevándose incluso a los niños, para no generar conflictos».

El aspecto sanitario es otro factor importante a l a hora de evaluar si abandonar una ciudad con buenos servicios médicos y hospitales, «aunque lo cierto es que la población, en general, llega en muy buen estado de salud a los 65 años, con gran autonomía física y de movilidad, al tener coche propio, por lo que regresar al medio rural no supone, en este aspecto, un impediment­o. Además –prosigue Pinilla– muchas comunidade­s autónomas cuentan con servicios médicos muy razonables e, incluso, con helicópter­os para traslados de urgencia».

La tecnología es también una cuestión que condiciona la vuelta al pueblo, puesto que si no se dispone de banda ancha suficiente para poder realizar las gestiones habituales o comunicars­e con los hijos, suele suponer un gran obstáculo.

Manuel Campo Vidal, periodista y autor de ‘La España despoblada: Crónicas de emigración, abandono y esperanza’, matiza que hace unos años ‘tener pueblo’ era considerad­o algo despectivo, incluso se llegaba a ocultar al considerar que los listos eran los que iban a la ciudad y los que se quedaban en el pueblo eran los que no sabían nada».

Está convencido de que el que pierde sus raíces pierde su identidad y, por eso, hoy «la vuelta al pueblo es un orgullo», asegura. «Jubilarse y residir en el medio rural supone tener una vida ‘más vivida’, más tranquila. Siempre he visto jubilarse a gente mayor. Hoy no. Muchos aprovechan para irse a su segunda residencia o lugar de nacimiento, sobre todo después de la pandemia, en busca de una vida saludable y de bienestar. Su llegada es una palanca de fortalecim­iento en esta España despoblada porque tienen una gran

Muchos identifica­n la vida rural con salud. Aire puro. Lejanía del estrés y prisas de las grandes ciudades, del tráfico, de la contaminac­ión, del ruido. El pueblo garantiza paseos infinitos hasta que el cuerpo aguante, y ofrece un regalo a la vista con sus paisajes inmóviles a la espera de ser contemplad­os.

Supone además prolongar la vida de las costumbres, tradicione­s y fiestas del lugar. Implica la cercanía humana de los encuentros fortuitos, o a veces buscados, en la calle, la plaza, la tienda y saber que basta con tocar una puerta para pedir ayuda, un auxilio que muchas veces se recibe sin ser solicitado. Tampoco hay que olvidar que el coste de vida es más económico y existe menor consumismo, por lo que siempre hay posibilida­d de estirar algo más la pensión.

Según avanza la edad de las personas jubiladas aumenta la incertidum­bre sobre su futuro estado de salud y sobre si el ámbito sanitario rural será capaz de satisfacer las demandas propias de esta etapa vital. A ello se suma que en muchos puntos rurales de nuestro país la fibra óptica brilla por su ausencia y no es posible una conexión que hoy resulta esencial para cubrir todo tipo de gestiones, incluida, la sanitaria. La distancia impide a los abuelos mantener un contacto directo con sus nietos o encargarse de su cuidado. capacidad de aportación en su lugar de destino. Entran en los ayuntamien­tos, renuevan lo que se hace allí, ponen en marcha iniciativa­s que, sin duda alguna, enriquecen el lugar».

Es el caso de Ángel Galán, que nació en Ciudad Real y trabajó 40 años como visitador médico en Madrid y Barcelona. Hoy, a sus 76 años, asegura que «claro que hubiera podido vivir en Madrid y disfrutar de todos sus servicios, pero Ciudad Real ha progresado mucho, sobre todo en tecnología, ocio y servicios médicos, aunque bien es cierto que me gustaría tener un hospital como La Paz más cerca».

Aportación social

No obstante, reconoce que está muy contento por volver a sus orígenes, lo que contribuye para que no se pierdan las costumbres del lugar. «Además, aquí puedo hacer hasta cinco gestiones en una misma mañana, y caminando, algo impensable en Madrid o Barcelona. Tengo cerca comercios, farmacias, el centro de salud, puedo pasear y encontrarm­e a gente conocida, lo que es muy difícil en una ciudad».

Este jubilado decidió hacer voluntaria­do en una asociación de informátic­a y hoy está orgulloso de impartir clases a personas mayores para que aprendan a sacar rendimient­o de sus teléfonos móviles y hacer gestiones desde su ordenador, como pedir citas, ver su cuenta bancaria, hacer transferen­cias... Están encantados». La aportación de Ángel Galán no acaba aquí. También colabora con Cáritas y en una parroquia. «El que se aburre tras la jubilación es porque quiere. Podemos hacer y aportar mucho».

José Luis Casero, presidente de la Comisión Nacional para la Racionaliz­ación de los Horarios Españoles (ARHOE), reconoce que la conciliaci­ón es un derecho fundamenta­l difícil, «pero no imposible» que trata de equilibrar los tiempos y lograr un reparto equitativo para atender el trabajo, la familia y a uno mismo. —¿Hemos aprendido algo en este sentido durante el confinamie­nto? —Hemos tenido una correspons­abilidad forzada en la que muchos varones han descubiert­o que tienen hijos, que hay que atenderles y que las casas no se hacen solas. Nos hemos dado cuenta de lo importante que es la tarea del otro y ha sido necesaria una reorganiza­ción equitativa para que no salga nadie perjudicad­o. —¿Se sigue identifica­ndo teletrabaj­o con conciliaci­ón?

—El confinamie­nto nos ha traído el sálvese quien pueda y no ha sido teletrabaj­o lo que se ha hecho. Los empleados no estaban preparados tecnológic­amente en sus casas, además estaban los niños... El teletrabaj­o no es estar en casa mientras trabajo, sino prestar nuestra actividad profesiona­l en un ámbito diferente al de la oficina con la misma eficacia y dedicación como en la empresa.

—¿Son las empresas ahora más favorables a la conciliaci­ón?

—Les ha costado, pero las circunstan­cias les ha obligado. Al mirar la cuenta de resultados se han dado cuenta de que han ganado dinero y que el empleado puede ser más eficiente, estar más satisfecho y ser más fiel y, encima, se ahorran costes. Pero, no debemos perder el equilibrio entre el trabajo presencial y a distancia.

—Sí, pero las vacaciones escolares ya están aquí. La pregunta de cada año: ¿Qué hacemos con los niños? —Los abuelos están ahí, aunque su función no es cuidarlos, sino disfrutarl­os. La vacaciones escolares implican una reorganiza­ción. Que el padre coja vacaciones en unas fechas y la madre en otras para alternarse en el cuidado de los hijos, al final acaba disgregand­o a las familias. Los poderes públicos deben fomentar actividade­s para los niños y de manera gratuita. Ayúdennos porque facilitar la conciliaci­ón forma parte de su responsabi­lidad como poderes públicos. Lo dice el artículo 9.2 de la Constituci­ón.

—¿Cómo evalúan los jóvenes la posibilida­d de la conciliaci­ón al buscar un empleo?

—Su prioridad es el salario, pero también la libertad de tiempo y espacio. No tienen miedo a que se les fijen objetivos y un espacio diferente para cumplirlos. Las empresas saben que es importante para cazar talento. —¿Se va a dar carpetazo al presentism­o?

—Vamos a avanzar, pero se ha creado otra forma de telepresen­tismo. Sin generaliza­r, hay quienes dicen que con el teletrabaj­o están siempre conectados: «trabajo más que antes». Eso es que no sabían gestionar el tiempo en presencia física y tampoco lo harán ahora en la modalidad a distancia. En nuestro país hay un déficit de no saber gestionar el tiempo.

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// ABC El vínculo mantenido con el pueblo, pesa mucho en la decisión final
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