ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El paraíso artificial

La memoria sigue siendo el único paraíso del que no podemos ser expulsados

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

LA isla de Ons parece el caparazón de una tortuga desde mi terraza. El mar es un espejo azul surcado por varios veleros, mientras las gaviotas vuelan sobre los tejados. Veo un gran carguero varado frente al puerto de Vigo que parece flotar en la neblina de la tarde. Los majestuoso­s picos de las Cíes parecen una tela pintada sobre el horizonte. De nuevo, en Baiona.

Todo es igual, pero también es distinto. Tal vez las montañas que rodean la bahía tienen una tonalidad diferente o echo de menos los ladridos del perro de un vecino. Hay pequeños, impercepti­bles detalles que van cambiando.

Me sorprende el mascarón de piedra de una fuente en el que no había reparado. Por contra, doblo una calle para sentarme en un banco de madera, eternament­e suspendido en el tiempo.

La memoria es un enorme almacén en el que descansan objetos inútiles que ni siquiera sabemos que están allí. Pero emergen de forma imprevista, como los ecos del jardín en el cuarteto de Eliot.

A menudo me sucede que empiezo a leer un libro y me doy cuenta al avanzar por sus páginas de que ya lo había leído. Surgen de mi mente pasajes que no me explico en qué rincón de la memoria estaban guardados.

Cuanto más mayor me hago, más próximos y cercanos me parecen los recuerdos infantiles, mientras que los hechos recientes se transforma­n en una nebulosa de irrealidad. La paradoja es que me cuesta recordar lo que hice ayer, pero conservo en la memoria con absoluta precisión la primera vez que viajé en un carro de caballos hace más de 60 años en una mañana de verano.

Hace unas semanas, veía en un álbum una foto con mi madre a la salida de misa de un domingo de Ramos. Llevo una palmera en la mano y miro hacia la cámara. Según la fecha que figura en el dorso, yo tenía tres años. Pero mi recuerdo es absolutame­nte preciso.

Volver a Baiona cada verano es como volver a la infancia. Pasear es como tocar un piano en el que las teclas reproducen notas que ya hemos escuchado antes. Incluso los cambios del color del océano al avanzar la tarde parecen formar parte de una vieja partitura.

Pero a la vez la memoria es una gran trampa que mantiene inmóvil el eterno devenir de las cosas. La flecha del tiempo prosigue su curso. Y nada será nunca como fue. Esto lo intuyo de manera dolorosa mientras observo una mujer que se sube a un barco con un pañuelo blanco en la cabeza. Es un momento único que ya se ha perdido en el tiempo en el instante de escribir estas líneas.

El pasado se ha desvanecid­o, el futuro no existe, pero nos queda la memoria, ese hilo invisible que une nuestra vida y nos proporcion­a un engañoso sentido de continuida­d. Y es que la memoria sigue siendo el único paraíso del que no podemos ser expulsados.

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