ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

A mis amigos castristas, con amor

Siempre ha existido una compañía de camilleros dispuestos a salvarle los muebles al régimen cubano. Y todavía quedan

- KARINA SAINZ BORGO

CUANDO hay que definir algo por lo que no es, tenemos un problema. Es como elogiar a la baja o acaso barrer el salón y esconder luego el polvo bajo la alfombra. «Menganito no es un asesino». Ya, pero tampoco será un prócer, ¿no? Algo parecido ocurre con el «Cuba no es una democracia» del que echó mano el presidente Pedro Sánchez esta semana para no llamar «dictadura» a una dictadura.

A Cuba le ocurre lo que a las ruinas: genera fascinació­n, ya sea como reliquia ideológica o parque temático. Pero más puede la tragedia: tres generacion­es de cubanos no conocen la separación de poderes. Aunque el secretario general del Partido Comunista de España, Enrique Santiago, o a la ministra Yolanda Díaz digan que se trata de un bulo, en la isla nadie elige ni siquiera lo que come. Y ellos lo saben. Siempre ha existido una compañía de camilleros dispuestos a salvarle los muebles al régimen. Un desembarco de políticos, inversores turísticos o intelectua­les que decidieron regalarle su ceguera: desde Gabriel García Márquez hasta Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que acudieron a la isla en pleno safari ideológico a reírle los chistes y aceptarle los habanos al comandante. Y los hay más recientes.

También fue larga la lista de aquellos a los que la Revolución machacó, fuesen o no escritores. Tuvo algo de benévola la muerte de Fidel Castro si se compara con la que le tocó a los que persiguió y desterró, desde Guillermo Cabrera Infante hasta Reinaldo Arenas. La piel sarnosa de los edificios de La Habana –y la fascinació­n que despierta–, son la prueba de que, en nombre de la igualdad entre los hombres, la tumba puede llegar a ser lo único democrátic­o.

Es posible acabar con la inteligenc­ia de un país y entretener a otras. El embargo que ha hundido a los cubanos no es el de las medidas que impuso EE.UU., sino el que durante décadas los jerarcas han perpetrado con las libertades de sus ciudadanos. Habría que preguntarl­e a Camila Acosta, correspons­al de ABC en Cuba, cómo se duerme en una de esas prisiones en las que se vive sin derechos, o se tortura, o nadie sale con vida.

¿Qué diría el mundo de 2020 si le contáramos lo que ocurrió hace 47 años, en 1974? Entonces, el dramaturgo Reinaldo Arenas fue víctima de una feroz persecució­n a causa de su homosexual­idad. Lo encerraron en El Morro para carbonizar­le el espíritu; y lo consiguier­on. Cuando Fidel Castro autorizó el Éxodo de Mariel, la salida masiva de disidentes y otras personas considerad­as «indeseable­s», Arenas consiguió escapar. En 1987 se instaló en Nueva York. Se suicidó tres años más tarde, tras ser diagnostic­ado de sida. Nunca consiguió escapar, tan sólo cambió de tumba. Y eso también lo saben mis amigos castristas.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain