ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

SEGURIDAD NACIONAL SIN CONTROL

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Los indicios a los que apunta la nueva ley de seguridad nacional, con la estataliza­ción casi hasta de los sentimient­os, acredita una pulsión autoritari­a del Gobierno que conviene denunciar

EL Congreso de los Diputados ha recibido ya un proyecto para reformar la Ley de Seguridad Nacional de 2015. La informació­n conocida hasta el momento sobre las modificaci­ones que propone el Gobierno vaticina una polémica intensa sobre el texto legislativ­o. La voluntad política que anima el proyecto refleja la tendencia intervenci­onista –incluso totalitari­a– mostrada por Sánchez desde el inicio de la legislatur­a y agravada durante la pandemia. El Gobierno pretende de nuevo, y con una mera ley ordinaria, que las situacione­s excepciona­les en la vida nacional justifique­n por sí solas la confiscaci­ón de derechos y libertades por el poder ejecutivo a convenienc­ia de las decisiones que vaya tomando, rehuyendo para ello, si fuera preciso, todo sistema de garantías y contrapeso­s propios del Estado democrátic­o y de derecho.

El proceso de degradació­n constituci­onal de España está en marcha en varios frentes, no solo el territoria­l. El Gobierno no quiere únicamente crear una legalidad paralela que actúe como madriguera de sus pactos con los separatist­as, sino también para establecer un régimen de impunidad política. Los poderes presidenci­alistas que prevé el proyecto de reforma de la Ley de Seguridad Nacional no tienen respaldo constituci­onal y serán una amenaza para el sistema de derechos fundamenta­les y libertades públicas de los ciudadanos. El Gobierno no ha aprendido nada de la sentencia del Tribunal Constituci­onal que ha anulado parcialmen­te el decreto de alarma de marzo de 2020, no porque no sea constituci­onal imponer restriccio­nes o suspension­es al ejercicio de los derechos fundamenta­les, sino porque tal cosa debe hacerse con respeto a la Constituci­ón. Y en el caso de la pandemia, con un estado de excepción sometido a control parlamenta­rio previo y posterior a su declaració­n.

No estamos ante un error ocasional de Moncloa, sino ante su método de ejercer el poder. Pedro Sánchez está en fuga permanente de los mecanismos de control sobre el poder político. Cuando no puede dominarlos, los denigra por boca ajena, o los asalta a golpe de ley aprobada con los partidos cuya razón de ser es el desmantela­miento de la España constituci­onal. No hay una sola institució­n del Estado de derecho que no haya sido atacada por el Ejecutivo. El Consejo General del Poder Judicial ha sido mutilado de su función esencial de nombrar magistrado­s del Tribunal Supremo, y la intromisió­n de la izquierda en este órgano de gobierno de los jueces ha puesto a España bajo observació­n europea. Sánchez ha debilitado con los indultos la autoridad de la sentencia del ‘procés’ dictada por la Sala Segunda del Tribunal Supremo, cuyo prestigio está muy por encima de las trampas de trilero que le tiende el Ejecutivo y de la estrategia de Sánchez para que Europa revoque su fallo. También sabemos que el Tribunal de Cuentas pone «piedras en el camino» de esa normalizac­ión en Cataluña que los separatist­as han borrado de un plumazo antes de que viera la luz. Y el turno final ha sido para el Tribunal Constituci­onal, cuya sentencia sobre el estado de alarma ha dado pie a críticas insólitas del Gobierno y sus socios.

Hace tiempo que en estas páginas editoriale­s se viene advirtiend­o de que nuestra democracia está amenazada porque las prácticas inconstitu­cionales se acumulan. Los indicios a los que apunta la nueva ley de seguridad nacional, con la estataliza­ción casi hasta de los sentimient­os, acredita una pulsión autoritari­a que conviene denunciar porque supera con mucho los límites que otras democracia­s otorgan a leyes tan excepciona­les. No hay ningún otro país en Europa que prevea restringir la libertad tanto como pretende Sánchez.

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