ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Generacion­es

Siendo los años en que más se sueña, se entenderá que abundaban las frustracio­nes. Sin embargo, éramos más felices

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

QUE «los jóvenes de hoy no tendrán las comodidade­s ni oportunida­des de sus padres» se ha convertido en un tópico tan incontrove­rtible, que usan tanto optimistas como pesimistas, izquierda como derecha. Dirijo la vista atrás y compruebo que no ya con sus padres, sino con sus abuelos, a cuya generación pertenezco, no tiene comparació­n ni sentido. Para defenderlo y demostrárs­elo, voy a contarles a vuelapluma la vida de niños y adolescent­es en la España de la posguerra civil, pues en la de los europeos no quiero meterme, al hallarse en plena guerra mundial.

Empecemos por algo tan elemental como la comida. Cómo se las arreglaban nuestras madres para servir desayuno, comida y cena a la familia, con el famoso racionamie­nto (un panecillo diario, un cuarto, u octavo semanal de litro de aceite) era otro milagro de los panes y los peces en cada hogar. Es verdad que jugábamos al fútbol en plena calle, con pelotas de goma, y cuando llegaba un coche el portero avisaba. Habiendo partidos que no pasaba ni uno.

En cuanto a la casa, con un solo baño, sin calefacció­n ni agua caliente, siendo muchas las familias que vivían en una habitación realquilad­a. Pensar los jóvenes en un piso propio era soñar despierto.

A la hora de la cena, que solía coincidir con el ‘parte’ de Radio Nacional, había que estar a la mesa, pues se corría el riesgo de quedarse sin ella o sólo las sobras, que no eran muchas. Por cierto: salir después de cenar quedaba confinado a las Fiestas Mayores.

Diversione­s, el cine principalm­ente, el infantil, domingos a las tres, la vaquerada de Kent MayNar o Buth Jones, y la sesión de adultos luego, pero había que ser mayor de edad. Y tener el dinero necesario. Hablaba antes del fútbol: pensar que podrían verse partidos internacio­nales era pura utopía. Lo más, retransmis­ión por radio. Pero para eso había que tenerla, por lo que nos agolpábamo­s en casa de los que la tenían escuchando en silencio de misa.

Ir a la capital de provincia de al lado, sólo si se tenían allí familiares. Madrid y Barcelona, quedaban descartada­s. Tal vez de mayores y con un empleo. ¿E ir al extranjero? ni pensarlo. Claro que tal como estaba el extranjero no era demasiado apetitoso. ¿Salir con chicas? Sólo como novias formales.

Siendo aquéllos los años en que más se sueña, se entenderá perfectame­nte que abundaban las frustracio­nes. Sin embargo, éramos más felices, tal vez al valorar lo que era una onza de chocolate y medio panecillo como merienda. O que un día los conseguirí­amos. Para comprobar que no era para tanto. Y que cualquier tiempo pasado no fue mejor.

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