ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«Al naufragar pensé: me comen los tiburones»

- MANUEL TRILLO

l barco acababa de entrar en aguas internacio­nales, en pleno estrecho de la Florida, cuando Emilia Ferrer miró hacia abajo y vio sus sandalias rodeadas de agua. «Pensé que salía del baño, pero seguía subiendo y entró en el motor. Yo estaba en puro pánico y pensé que los tiburones me iban a comer». La vetusta embarcació­n se hundía y solo el auxilio de los guardacost­as de EE.UU. la libró de ser pasto de los escualos.

Emilia, entonces una niña de 13 años, fue una de las 125.000 personas que huyeron de Cuba en 1980 en el llamado éxodo del Mariel. Más de cuatro décadas después cuenta a ABC su angustiosa experienci­a desde Connecticu­t, donde vive actualment­e.

Las autoridade­s estadounid­enses temen estos días que la agitación social en Cuba y la consiguien­te represión del régimen deriven en un nuevo éxodo masivo, como el de 1980 o la crisis de los

Ebalseros de 1994. De hecho, el ministro cubano de Exteriores, Bruno Rodríguez, ya lo ha dejado caer: «Sorprender­ía que EE.UU. con impunidad, aliente la emigración irregular y discrimina­toria». La Administra­ción Biden avisa a quienes pretendan alcanzar las costas de Florida de forma irregular de que no entrarán en el país y la Guardia Costera ruega: «Por favor, no te eches al mar».

El éxodo del Mariel se desató después de que un grupo de cubanos irrumpiera en la Embajada de Perú en La Habana en demanda de asilo y el país andino les otorgara protección. En los días siguientes hasta 10.000 personas se concentrar­on en la legación. En respuesta, Fidel Castro decidió dar vía libre a aquellos que quisieran salir de la isla por el puerto del Mariel, unos 50 kilómetros al oeste de la capital. En los meses siguientes unas 2.000 embarcacio­nes procedente­s de Florida atestadas sacaron de la isla a esos miles cubanos.

Los padres de Emilia Ferrer, de Morón (provincia de Ciego de Ávila), llevaban meses organizand­o la salida y, cuando se presentó la ocasión del Mariel, no se lo pensaron. Pero al padre, ingeniero azucarero, no le permitiero­n irse. Emilia y su hermano se separaron de sus progenitor­es para embarcar con una tía abuela en un pesquero que consiguió

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