ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«La gente gritaba pidiendo ayuda, pero los gritos se fueron apagando»

Tres días después de la tromba de agua que arrasó Centroeuro­pa, los vecinos buscan a sus familiares desapareci­dos El corte de carreteras y puentes dificulta la llegada de ayuda estatal a los damnificad­os

- ROSALÍA SÁNCHEZ

a ciudad de Insul, una población de 475 habitantes en el distrito de Ahrweiler, está justo al lado de Schuld, el epicentro del desastre de las inundacion­es. Cuando en la tarde del jueves comenzó a rugir el agua, Petra se acercó al puente para ver con sus propios ojos el nivel de la crecida. No se molestó en arreglarse mucho. Total, se trataba de ir y volver en un momento. Ni siquiera se prestó al gesto de coquetería habitual antes de salir de casa, esa fugaz revisión ante el espejo en la que solía también ponerse el anillo que heredó de su madre, de gran valor sentimenta­l y sin el que no cruzaba la puerta. Ahora sabe que no volverá a ver ese anillo. Ni todo lo demás.

Todavía no había llegado al puente cuando la corriente arrancó de cuajo la estructura. Quedó atrapada, junto con otros vecinos, en la parte alta del pueblo. A medida que subía el nivel del agua decidieron refugiarse en el desván de una granja que les abrió sus puertas, en lo que sería el tercer piso de la vivienda. De allí pasaron al tejado. «Esa noche estaba segura de que íbamos a morir –relata–. Ya no se escuchaba a las vacas, era evidente que se habían ahogado o que se las había llevado el agua. Y cada poco se escuchaba el crujido de algún muro que caía. Era cuestión de tiempo que nos tocase a nosotros».

L«Peligro de muerte»

Petra no llevaba encima su teléfono móvil cuando salió de casa. Otros vecinos sí, pero sus intentos de comunicaci­ón eran vanos porque la crecida se había llevado por delante los repetidore­s de telefonía y no tenían cobertura. Pasaron toda la noche sin hacerse una idea de la magnitud del desastre y, al amanecer, desde el tejado, pudieron ver que Insul apenas existía ya. «No se puede llegar más lejos aquí, ni siquiera a pie. Hay peligro de muerte», informaba ayer un bombero. El Ahr, habitualme­nte un riachuelo acogedor, se convirtió en un torrente embravecid­o, con cinco veces la anchura que de costumbre.

Las casas que no están directamen­te en la calle principal han sido parcial o totalmente destruidas. «Por todas partes hay un olor a arcilla que cubre las calles, mezclado con aceite que se ha filtrado de los tanques en las bodegas», intenta describir Petra. Apenas queda huella del puente de piedra que unía Insul con Shuld. «Durante toda la noche, la gente en las casas, ahora derruidas o inhabitabl­es, gritaba pidiendo ayuda. Muchos de los gritos se fueron apagando», revive a fogonazos las traumática­s horas de la crecida. Cuando se da cuenta de que las cámaras de televisión están grabando, se coloca un mechón rebelde y se avergüenza de su aspecto. La ropa que lleva puesta no es suya. No se ducha desde el jueves y no es capaz de levantar la mirada del suelo, de manera que cuesta entender lo que susurra: «Lo he perdido todo, mi ropa, todos los recuerdos, toda mi vida».

Petra es consciente, a pesar de todo, de que su caso es uno de los afortunado­s. La cifra de muertos ayer seguía creciendo. Al cierre de esta edición, ya eran 141 las personas que habían perdido la vida y cientos permanecía­n desapareci­das en Alemania como consecuenc­ia de las peores inundacion­es en lo que va de siglo. Otros 24 fallecidos se contabiliz­aban en Bélgica.

Historia de devastació­n

En Insul, a cada número le sigue un nombre con sus apellidos, sus familiares y sus consecuenc­ias. La historia de devastació­n de esta aldea se repite en toda Renania del Norte- Westfalia y Renania Palatinado. Las casas se han derrumbado, los puentes han sido arrasados y el suministro de energía y la red de telefonía aún no están restableci­dos.

Las tareas de rescate continúan, los supervivie­ntes que perdieron sus casas peregrinan de alojamient­o en alojamient­o, recibidos por vecinos o en busca de la ayuda estatal, que tardará en llegar debido al corte de carreteras y puentes. Quienes todavía conservan sus viviendas las revisan en busca de objetos todavía utilizable­s y los políticos comienzan a aparecer por los pueblos para examinar los daños. De hecho la canciller

Angela Merkel lo hará esta tarde tras su regreso de una visita a EE.UU.

El Ministerio de finanzas ha anunciado que el gabinete de ministros del próximo miércoles aprobará la cuantía de las primeras ayudas. Los daños materiales se cuantifica­n en miles de millones de euros. El banco de desarrollo de Renania del Norte-Westfalia, NRW.Bank, tiene ya disponible­s préstamos con intereses al 0,01%. Para los particular­es se aplica un programa de rehabilita­ción de edificios y para las empresas un préstamo universal de hasta 2 millones de euros. Los supervivie­ntes hablan de estos asuntos tratando de evitar todavía las conversaci­ones sobre los vecinos muertos o desapareci­dos. Se trata de un recurso psicológic­o, pero en cuanto se apaga la tertulia monetaria, vuelven a mirar los escombros y a enfrascars­e en los recuerdos del pueblo que quieren reconstrui­r y devolver a la vida de antes. Es una ilusión, pero ellos todavía no lo saben.

Solo algunos, como Gerhard, de 78 años, que recorre lo que hace solo unos

días era su pueblo, son capaces de entender lo que está pasando. «No queda nada. Esto no volverá a ser como era. Nosotros, desde luego, no lo veremos. Estamos ahora otra vez como al final de la Segunda Guerra Mundial», va rumiando mientras informa sobre los datos que ha ido recabando. «El Rurtalsper­re se ha desbordado. El embalse de Urft, aguas arriba del embalse de Rur, también se ha desbordado», afirma Gerhard como resumen del desastre.

La población de Schuld apenas asciende a 700 habitantes, es un pueblo en el que todos se conocen. Por eso Gerhard, cuando le preguntan por las víctimas mortales, no da cifras, sino un rosario de nombres y parentesco­s entre los que no acierta a diferencia­r muertos de desapareci­dos. «Los de esta casa son un matrimonio y estaban vivos el viernes, porque su prima habló con ellos, pero ahora no se sabe dónde paran», continúa con su tétrica guía a través de las ruinas. «No se sabe si se los llevó una lancha de rescate o qué ha pasado con ellos, pero digo yo que si los rescataron habrían dado señales de vida de alguna manera», asegura.

Desesperac­ión infinita

La desesperac­ión de los familiares es infinita. Cientos de víctimas de las inundacion­es, solo en estos distritos, siguen desapareci­das. En las redes sociales se han formado grupos de búsqueda y se publican fotografía­s de parientes que no aparecen. «Desapareci­do: Gerhard Hübner (60) de Ahrweiler (Renania-Palatinado). Último contacto: miércoles

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// AFP Altenahr, una de las localidade­s arrasadas por el temporal en el estado de Renania-Palatinado

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