ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Fidel y José Antonio
Castro idolatraba a Primo de Rivera, pero la ‘podemia antifascista’ no lo sabe
ARCÍA Márquez escribió en ‘Granma’, el boletín oficial del régimen cubano, que Fidel Castro era incapaz de concebir ninguna idea que no fuera descomunal. Esta adulación prueba dos cosas aparentemente contradictorias: que la genialidad artística no se mide por las ideas y que la razón no siempre la tiene quien mejor domina la lengua. Pero ese ditirambo puede enarbolarse también como la más acerba de las críticas al castrismo. Todo lo que soñó el sátrapa en sus lecturas de Sierra Maestra alcanzó durante su tiranía, incluida la ‘post mortem’, su más gigántica dimensión: la opresión, la miseria, el hambre. El miedo. La revolución es un fracaso histórico que acaso ya sólo tiene interés museístico. Esta es otra paradoja insoportable: el mundo entero se arrodilla para denunciar un asesinato racista, la violencia homófoba o las violaciones en manada, pero de repente ese ímpetu de progreso se derruye con la explotación turística del zoológico humano caribeño. En esa jaula los hambrientos, en aquella los represaliados, más allá las jineteras. Se admiten dólares y euros.
El comunismo y el fascismo son errores de la Humanidad que forman parte de eso que los filósofos llaman la inevitabilidad histórica. Rendir toda la libertad a un mesías es autodestruirse. Pero parece que ese desatino sólo ha servido para exacerbar nuestras contradicciones. Quienes defienden con más furia la aberración castrista en España, criaturas todas paridas en las facultades de Ciencias Políticas, se autoproclaman antifascistas porque no saben que en la mesita de noche de su clandestinidad revolucionaria Fidel Castro tenía las ‘Obras completas’ de José Antonio Primo de Rivera que había publicado la Dirección General de Propaganda franquista. Putin acaba de prohibir en Rusia la equiparación de Hitler con Stalin. Pero en España esa prohibición es más antigua. Se oficializó con la hemipléjica Memoria Histórica, que condena como escritor a Pemán por falangista mientras permite encumbrar a Alberti por comunista más que por poeta. Esa es la otra secuela descomunal, según el barómetro de Gabo, que ha dejado Fidel en sus apologetas ibéricos: la ignorancia.
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