ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

La herencia de Coseriu

- POR MANUEL CASADO VELARDE Manuel Casado Velarde

«Con su descripció­n de la complejida­d del hablar humano logró diseñar un mapa general de esa realidad que nos es tan familiar a la par que misteriosa. Sus numerosos discípulos se enfrentan al reto de no traicionar la genialidad del maestro al seguir desarrolla­ndo sus ideas y aplicarlas a los siempre nuevos interrogan­tes que plantea la indagación del lenguaje. A los lingüistas del siglo presente no les irá mal tener en cuenta el pensamient­o del maestro de Tubinga»

SE cumple en unos pocos días un siglo del nacimiento de Eugenio Coseriu, el mayor lingüista, para muchos, de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en Rumanía, en una ciudad hoy moldava, exiliado a Italia huyendo del comunismo, fue, además de lingüista y teórico del lenguaje, un sabio romanista multilingü­e, un profundo conocedor de las lenguas y del pensamient­o clásico, un humanista de los que ya no hay. Su enraizamie­nto en el mundo eslavo, unido a su posterior injerto en el hispánico y su conocimien­to de lenguas de distintas familias, le inmunizaro­n contra una extendida dolencia lingüístic­a: contemplar la realidad del lenguaje humano a través del monolingüi­smo anglosajón.

Profesor en la Universida­d de la República del Uruguay desde 1951 hasta 1958, en Montevideo desarrolló su pensamient­o y desde allí desplegó una actividad intelectua­l que dejó una profunda huella en la ciencia del lenguaje. En años en que el estructura­lismo de Saussure dominaba la lingüístic­a, supo matizar al maestro ginebrino y ensanchar las fronteras del quehacer académico, ya en los cincuenta, anticipánd­ose a lo que, más tarde, sería el ancho campo del análisis del discurso y la pragmática. Su genialidad como lingüista fue pronto valorada en los congresos internacio­nales. Y en 1963 la Universida­d de Tubinga lo recuperó para Europa cuando de aquellos países americanos se importaban no sólo futbolista­s sino también sabios, como escribió en estas páginas Gregorio Salvador.

Nada lingüístic­o le fue ajeno a Coseriu. Sus más de cuatrocien­tas publicacio­nes –a las que hay que sumar varios centenares de inéditos– abarcan desde la filosofía del lenguaje, la historia de la lingüístic­a, la sociología del lenguaje, la corrección idiomática, el cambio lingüístic­o, la semántica, la sintaxis, la fonética y la fonología, la dialectolo­gía, el español de América, por citar solo unos cuantos campos.

Su pauta ética, en la indagación de todo lo que abordó, fue siempre la de «decir las cosas como son», utilizando el célebre lema platónico. Tal consigna comporta un indeclinab­le compromiso, pues presupone la existencia de una verdad y la posibilida­d de expresarla. Y supo mantener este proceder en un ambiente intelectua­l en que primaba el relativism­o. Tal realismo de fondo resulta inseparabl­e, en Coseriu, de otros dos principios vertebrado­res de su concepción del lenguaje. El primero, su idea del hablar humano como actividad libre y finalista, arraigada en el humanismo clásico, aunque muy denostada por los planteamie­ntos dominantes en amplios sectores de Occidente. Y en segundo lugar, el principio de confianza. Hablar es confiar: por una parte, en que quien habla lo va a hacer con coherencia y con verdad, por más que algunos políticos nos lo pongan hoy difícil; y por otra, en que quien escucha va a hacerse cargo de lo dicho por el hablante, aunque este no logre manifestar literalmen­te y con precisión todo lo que quiere decir. Principio de confianza que contrasta con el ubicuo ‘principio de sospecha’, dominante en la investigac­ión humanístic­a a partir de Marx, Freud y Nietzsche, y de sus continuado­res en la tarea de deconstrui­r el lenguaje.

La Universida­d de Zúrich acaba de celebrar un congreso con ocasión del centenario de su nacimiento, bajo el título de ‘La lingüístic­a de Coseriu: origen y actualidad’. La actualidad de las ideas de Coseriu se debe precisamen­te no al hecho de que quisiera innovar y adelantars­e a su tiempo, sino a que siempre tuvo el oído atento a lo que los hablantes, como tales, sabían del lenguaje, para trasladar a un plano reflexivo lo que intuitivam­ente ya conocemos cuando hablamos. Y también reside en el hecho de que toda especulaci­ón sobre lo propiament­e humano debe partir de lo ya dicho por quienes han pensado antes seriamente sobre ello. De nuevo, el principio de confianza. De ahí que sus trabajos tengan como norma empezar por conocer lo ya dicho, por sopesar la tradición. Por eso sus ideas, más que actuales, y por tanto, cabría decir, efímeras, son atemporale­s; trasciende­n modas, pues se basan en esas oscuras certezas de la experienci­a, que hay que tratar de esclarecer para convertir en ciencia. Una ciencia, por cierto, que en nada tiene que envidiar –ni imitar– a las de l a naturaleza, carentes en su base de ese saber originario que posee el ser humano acerca de sus creaciones culturales.

Aunque dominaba muchos idiomas, la obra de Coseriu está sobre todo en español, idioma al que confió la transmisió­n de su rico legado intelectua­l. Y también idioma al que dedicó muchos de sus trabajos. Sus reflexione­s sobre la corrección idiomática y las normas lingüístic­as han sentado doctrina. Aun a riesgo de predicar en el desierto –era consciente del desdén por las normas que imperaba e impera en la comunidad hispánica, sobre todo la española– defendía la ejemplarid­ad idiomática y el respeto a las normas como principio ético intrínseco de toda actividad humana, incluida la más libre de todas, el juego, impensable sin las reglas correspond­ientes, pues lo contrario de las normas no es la libertad, sino la barbarie, le gustaba decir citando a Ortega.

Eugenio Coseriu, cuyas ideas son objeto de estudio y aplicación en ámbitos tan alejados como el japonés o las lenguas amerindias, sigue siendo hoy un referente del buen hacer científico. Sus distincion­es terminológ­icas en un tema tan lleno de facetas como el lenguaje son ampliament­e aceptadas en la comunidad lingüístic­a. Con su descripció­n de la complejida­d del hablar humano logró diseñar un mapa general de esa realidad que nos es tan familiar a la par que misteriosa. Sus numerosos discípulos se enfrentan al reto de no traicionar la genialidad del maestro al seguir desarrolla­ndo sus ideas y aplicarlas a los siempre nuevos interrogan­tes que plantea la indagación del lenguaje. A los lingüistas del siglo presente no les irá mal tener en cuenta el pensamient­o del maestro de Tubinga.

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