ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

POLÍTICA EXTERIOR BAJO MÍNIMOS

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Hace tiempo que España renunció a ejercer como una auténtica potencia política y económica en Europa, y nuestras relaciones con Estados Unidos o Marruecos han empeorado

LA política internacio­nal de España ha sido desastrosa desde que Pedro Sánchez revalidó su mayoría de gobierno en noviembre de 2019. Y las mejores muestras de ello son el reconocimi­ento del fracaso que acaba de hacer el presidente con la fulminante destitució­n de Arantxa González Laya como titular de Asuntos Exteriores, y la petición pública de disculpas que hizo la ya exministra en su acto de despedida junto a José Manuel Albares, asumiendo que había cometido errores. No es preciso reiterar el drástico empeoramie­nto de las relaciones diplomátic­as entre España y Marruecos durante la etapa de este Ejecutivo, y tampoco es cuestión de incidir más de lo necesario en el ridículo, televisado en directo a todo el mundo, que hizo Sánchez mientras paseaba con Joe Biden durante la cumbre de la OTAN. España parece ser un foco de atención secundaria para la diplomacia de Estados Unidos, y es mucha la tarea que tiene Sánchez por delante si pretende que nuestro país pase del ninguneo más absoluto a ser tratado como lo que es, una pieza esencial en el eje Atlántico, un interlocut­or de privilegio con Iberoaméri­ca, y un puntal estratégic­o –siempre lo fue– para la Administra­ción de Washington en Europa.

Ahora Sánchez, aprovechan­do la drástica remodelaci­ón de su gabinete con el ánimo de reimpulsar la legislatur­a, pretende reactivar la política experior multiplica­ndo su presencia en otros países. En cuestión de horas, Sánchez parte hacia Nueva York y Los Ángeles con una agenda preferente­mente económica. Sin embargo, la letra pequeña de este viaje delata nuestra irrelevanc­ia. No está previsto ni un solo encuentro con nadie mínimament­e influyente del Gobierno de Estados Unidos, y ni siquiera con el alcalde de Nueva York. Tampoco visitará Washington, lo cual es más que revelador. Más parecerá un viaje de incógnito que una visita institucio­nal a la que Estados Unidos vaya a prestar la más mínima atención. Después tiene proyectado un viaje a Kenia y Egipto para arrancar el curso político tras el verano, que enlazará con la visita que hizo en primavera a Angola, Senegal y Libia para promover su proyecto ‘Foco África 2023’. Recienteme­nte, ha visitado Lituania, Letonia y Estonia. Se trata, en definitiva, de países que conviene cuidar y con intereses recíprocos indudables. Pero ninguno es una potencia mundial. Son países que Sánchez utiliza como escaparate para simular una activa acción exterior que, lamentable­mente, resulta residual.

Hace tiempo que España renunció a ejercer como una auténtica potencia política y económica en Europa, hasta el punto de que en Bruselas no solo se cuestiona abiertamen­te nuestra capacidad de recuperaci­ón económica de la mano de un Gobierno cuyo socio de coalición es el populismo comunista, sino que políticame­nte ejercemos muy poca influencia en los foros reales de poder comunitari­o. Las relaciones con Pekín son más fluidas que con Estados Unidos por ejemplo, pero tampoco somos una democracia de seguimient­o estratégic­o prioritari­o para el régimen de Xi Jinping. Rusia, Canadá, Japón, Marruecos… España necesita una reorientac­ión a fondo de nuestra actividad diplomátic­a internacio­nal y no más visitas cosméticas para contemplar a Sánchez bajando de un avión. Para eso ya se le ve lo suficiente sin salir de España en cada acto de su partido y del Gobierno. Si hasta hace una semana el de Sánchez era considerad­o el Gobierno de los golpes de efecto y de la política escaparate gracias a Iván Redondo, el de ahora no puede seguir cultivando ese perfil. El nuevo ministro de Exteriores, José Manuel Albares, por experienci­a y determinac­ión, tiene la oportunida­d de impulsar un cambio radical a los errores de sus predecesor­es.

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