ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Sánchez intenta rescatar al PSOE, influido por Zapatero
La rehabilitación política de Óscar López supone mucho más que ser el mero sustituto de Iván Redondo. Será el gestor en la sombra de un PSOE en declive
Nada ha sido casual en la escabechina de Pedro Sánchez en su Gobierno. Y menos aún, la reaparición de José Luis Rodríguez Zapatero en alguna de las tomas de posesión de nuevos ministros como inspirador de fondo de muchas de las destituciones y, sobre todo, de algunas de las designaciones, con una notoria vocación de renovación en las estructuras autonómicas del partido. Sánchez planea deshacerse progresivamente de barones incómodos que han discrepado públicamente del sanchismo –aunque sin efecto de ningún tipo, y a menudo con la boca pequeña–, y sustituirlos poco a poco por candidatos, o preferentemente candidatas, con menos autonomía y nula capacidad de disidencia.
Desactivada Susana Díaz en Andalucía, y recluida de modo resignado en el Senado, el PSOE vira hacia un modo de control del partido idéntico al que mantuvo Rodríguez Zapatero con José Blanco y el nuevo jefe de gabinete de Sánchez, Óscar López, al frente. Es un aviso a Emiliano García-Page, a Javier Lambán o a Ximo Puig. De momento queda al margen el extremeño Fernández Vara, asimilado al sanchismo desde el primer momento en que se supo que la moción de censura de 2018 contra Mariano Rajoy convertiría al líder socialista en presidente del Gobierno.
El retorno de Óscar López no es baladí a ningún efecto. Primero, porque sustituye a Iván Redondo, cuyo poder interno en La Moncloa y en Ferraz ha sido omnímodo en los últimos cuatro años, y es difícil sustraerse a la idea de que López dispondrá de idéntica capacidad de mando. Segundo, porque fue secretario de Organización del PSOE y relevante consejero electoral del partido. Y tercero, porque ha sido el décimo indultado por Sánchez. Su sedición política consistió en desmarcarse de Sánchez en su momento, dejando atrás una vieja amistad personal de años en sus primeros pasos juntos en el partido, y optando por dirigir la campaña de Patxi López en las primarias socialistas, cuando el exlendakari y Susana Díaz plantaron cara compitiendo con Sánchez.
Aquel episodio le valió a López un exilio en Castilla y León y su expulsión de Ferraz. Después fue incipientemente recuperado en el Senado, y finalmente designado director general de Paradores cuando Sánchez fue investido presidente. La vieja amistad se transformó en enemistad manifiesta hasta que Zapatero medió para pulir la relación de nuevo. Y ahora la conjunción de intereses mutuos les ha vuelto a unir. Por eso, en este proceso ha sido crucial la figura de Rodríguez Zapatero, consciente de que, a falta de dos años de las elecciones autonómicas y locales, el profundo desgaste acumulado por Sánchez ya ha puesto en riesgo el poder en diversas comunidades. En Galicia, el resultado del PSOE hace un año fue desastroso. En el País Vasco, insuficiente. En Cataluña, irrelevante pese al triunfo. Y en Madrid, demoledor. Andalucía se configura así como la autonomía donde el PP y Juan Manuel Moreno tienen el ‘ botón nuclear’ de un adelanto electoral. De momento, son unánimes los sondeos que apuntan a un claro triunfo del PP junto a Vox, o alternativamente junto a Ciudadanos, y esa ha sido la alerta definitiva que ha forzado a Sánchez a reaccionar amparándose en una recuperación orgánica del partido que Redondo había convertido en una sucursal de sí mismo.
Acceso directo a La Moncloa
Rodríguez Zapatero es de los pocos dirigentes con acceso directo a Sánchez y capacidad de influencia en su criterio. Por eso tiene mucho de inspirador en la línea de gestión y en la estrategia que desde ahora ponga en marcha Sánchez en el partido. Primero, en la recuperación de una oferta –ya insinuada por Moncloa antes de la escabechina de días atrás– para que la Generalitat impulse una reforma estatutaria en Cataluña que concluya con una consulta legal. Zapatero comentó recientemente en una entrevista que Sánchez debe corregir los errores que él cometió en 2006 cuando impulsó un nuevo Estatuto catalán, que en 2010 fue fulminado por el Tribunal Constitucional. La operación consistiría en que, cuando dentro de dos años cambie la mayoría ideológica del TC por el acceso directo de magistrados designados por el Gobierno de Sánchez, una eventual reforma estatutaria de corte soberanista –federalista, gusta decir al PSOE– sí sea esta vez avalada constitucionalmente.
Falta por determinar si realmente ERC y PDECat aceptarán esta solución de mínimos, más allá de la sobreactuación de su eterno «lo volveremos a hacer», en alusión evidente a una declaración unilateral de independencia. Pero mientras los partidos catalanes se aclaran –la Generalitat ha dado un margen de dos años a Sánchez–, el PSOE cree que habrá ganado tiempo, y que la ciudadanía visualizará al menos que Moncloa ha intentado aportar una solución «sin romper España».
Retorno a los equilibrios
En definitiva, es un retorno a los difíciles equilibrios del PSOE con la terminología zapaterista de la «España plural y compleja», la «nación de naciones», y la recuperación de la «Declaración de Granada» como modelo territorial. Como contraste, Sánchez queda abocado a ofrecer al PP un desbloqueo urgente de la renovación del Poder Judicial, incluso con cesiones que hasta ahora eran inasumibles para el PSOE, porque para Sánchez ya se ha convertido en una prioridad activar la renovación urgente del Constitucional en el mismo paquete negociador.
También el modelo interno de partido funcionará ahora de modo similar a como lo hizo en la última etapa del zapaterismo, pero con menor debate interno por imposición de Sánchez. Los crecientes desentendimientos entre Iván Redondo, que nunca fue militante, y Adriana Lastra o Santos Cerdán, no se producirán ahora con Óscar López, quien tiene su propia autonomía de criterio y una trayectoria avalada hasta por el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba. Pero es que además ha sido rescatado por Sánchez –y Zapatero– como una suerte de aglutinador pragmático de discrepancias internas en un partido que había empezado a desconfiar seriamente del empuje electoral de Sánchez. Antes de convertirse en un lastre irreversible ante las urnas, Sánchez ha pactado con Zapatero recuperar el modelo que había sido arrumbado por Iván Redondo. Cuestión diferente es si este giro estratégico, esta sobresaliente rectificación de Sánchez a su propia figura de secretario general, será suficiente para paliar su erosión.