ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Forajidos de trastienda

Por fin fuimos forajidos de sofá y plataforma peliculera. Y uno, esto, lo agradece

- RAMÓN PALOMAR

RACIAS a la pandemia y sus encierros, al virus y a las cadenas impuestas por nuestra propia cautela o por las diferentes administra­ciones que, en ocasiones, rivalizaba­n en lo de cercenar derechos fundamenta­les, nunca resultó tan barato sentirse forajido. Bastaba regatear el enjaulamie­nto un instante, dar la vuelta a la manzana sin perro, arrastrand­o la osamenta contra los muros, para creerte un quinqui en plena ebullición tironera. Despojarse de la mascarilla cuando sólo podían chivarse los acusicas de visillo equivalía a sortear una emboscada en el desfilader­o de la muerte donde acechaban los emplumados apaches. Fumarse un pitillo allá en una generosa terraza, bajo la mirada de ese camarero cómplice que tenía el buen gusto de dejarte en paz, destilaba el peligro y el suspense del especialis­ta que destripa una caja fuerte bajo la presión del implacable cronómetro.

A lo mejor hemos sido demasiado duros con el sanchismo-leninismo porque no hemos atisbado su lado romántico, ese que permitía zambullirn­os en las evocacione­s que nos emparentab­an, aunque de lejos, con nuestros antihéroes favoritos del celuloide y la prosa. Cualquier breve, minúsculo acto que nos ayudase a escapar de la dócil borregada, del corsé de hierro, se transforma­ba en una fechoría urdida por Lee Marvin o James Corburn. Durante unos segundos fuimos forajidos de saldo, matones de quincalla, rebeldes de IPhone y visa oro, falsificad­ores de cromos o carterista­s arponeando las pelusillas de los bolsillos ajenos. Triturar las normas siquiera durante un suspiro nos elevó a la categoría del fuera de la ley que sobrevive en el bosque comiendo raíces mientras aguarda la ocasión para satisfacer una vieja venganza. Nuestras diminutas existencia­s, pacíficas y morigerada­s, trufadas de rutina y tedio, por fin descubrier­on los placeres que nacían de chulear a la autoridad mediante el crimen chapucero y la delincuenc­ia de cochambre. Por fin fuimos forajidos de sofá y plataforma peliculera. Y uno, esto, lo agradece.

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