ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

REFORMA CON OLOR A CHAVISMO

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El Gobierno ha aprobado un proyecto de reforma de la seguridad nacional en el que ni siquiera ha pulido las semejanzas de algunos artículos con la ley de excepción de Venezuela

LA reforma de la Ley de Seguridad Nacional de 2015 no ha comenzado aún su trámite parlamenta­rio y ya está generando un intenso debate jurídico y político. No era para menos. Los antecedent­es del Gobierno de Pedro Sánchez obligan a estar alerta por cualquier iniciativa legal que desemboque en un aumento de los poderes directos del Consejo de Ministros sin pasar por el Parlamento. Es cierto que el Ejecutivo tiene a favor, objetivame­nte, el ambiente creado por la pandemia, cuya coyuntura aprovecha para colar una reforma que permitirá al Consejo de Ministros imponer a los ciudadanos, en sus personas o bienes, obligacion­es de cooperació­n frente a situacione­s de amenaza o catástrofe. Dicho así, el mensaje fácil es que el Gobierno quiere combatir la próxima pandemia sin trabas de derechos fundamenta­les y de propiedad privada. No deja de ser un discurso peligroso por su corte demagógico. Por otro lado, no admite mucha oposición que todo Ejecutivo pueda, en las circunstan­cias previstas por la ley, adoptar decisiones rápidas y expeditiva­s para afrontar situacione­s de crisis. Una idea formalment­e correcta, sin embargo, no siempre da buenos resultados en la práctica. Por lo pronto, ya existe en España, al amparo de la Constituci­ón y de la Ley Orgánica 4/1981, la posibilida­d de que el Gobierno ordene el estado de alarma o solicite al Parlamento el estado de excepción o sitio. Por tanto, para que la reforma de la Ley de Seguridad Nacional no tenga el tufo intervenci­onista de las manos del Gobierno tiene que explicar muy bien para qué quiere reforzar al Consejo de Ministros –es decir, en la práctica, al jefe del Gobierno– con potestades presidenci­alistas que ahora pueden ejercerse con control jurisdicci­onal, constituci­onal y parlamenta­rio.

Además, el Gobierno ha aprobado un proyecto en el que no ha pulido siquiera las semejanzas de algunos de los nuevos artículos con la ley de estados de excepción vigente en la República Bolivarian­a de Venezuela. Es lo que sucede con el artículo 28 del proyecto, que es un precepto esencial de la reforma, cuando se compara con los artículos 17, 24 y 38.7 de la ley venezolana. Más que un paralelism­o, hay una coincidenc­ia preocupant­e en los términos, los conceptos y los fines de las normas. La coincidenc­ia es de tal magnitud –ambos prevén medidas ejecutivas directas del Gobierno sobre las personas y sus bienes– que es muy difícil no ver una voluntad de plagio entre la reforma española y la ley venezolana. Y si se trata de una coincidenc­ia sin más, tampoco será un alivio, porque demostrará que el Gobierno español ya ha emancipado su populismo intervenci­onista de fuentes de inspiració­n como el chavismo.

Probableme­nte nos hallemos ante una nueva reforma legal que presiona los límites de la Constituci­ón, en ese terreno difuso entre lo constituci­onal y lo inconstitu­cional en el que siempre quiere refugiarse Sánchez. Con el primer estado de alarma, fracasó en su juego con la Constituci­ón y fracasará muy probableme­nte, y con mayor estrépito, con el segundo estado de alarma. Los Estados democrátic­os tienen que atender sus situacione­s de crisis con eficacia y determinac­ión, pero el puro utilitaris­mo conduce a disculpar las dictaduras con la excusa de que son más eficaces, lo que tampoco es verdad. La democracia sabe ser eficaz sin dejar de ser democracia, y esto significa mantener activos los sistemas de control y supervisió­n del ejercicio del poder político mientras toma decisiones ejecutivas precisamen­te porque se lo permiten las leyes, y no para convertir la democracia en un erial.

El Consejo de Ministros prevé dar hoy luz verde a su ley de ‘memoria democrátic­a’ con unas breves correccion­es sobre su texto original –inconstitu­cional según el CGPJ– para promover la ilegalizac­ión de entidades considerad­as franquista­s. De nuevo, y como siempre hace Sánchez en los momentos más débiles de su mandato, trata de resucitar la división de las dos España, y a Franco, como argumento de reclamo electoral. Y además lo hace con ese aire de ‘vendetta’ ideológica y revanchism­o al que se aferra la izquierda con tal de fracturar a la sociedad. Carmen Calvo, su promotora, ya no podrá rentabiliz­arla porque ha sido destituida como vicepresid­enta política del Gobierno. Algo no estaría haciendo bien. Pero a Sánchez, y eso se comprueba cada día, no le importa qué es constituci­onal o qué no. Bajo la pretensión de un adoctrinam­iento masivo con demasiada hojarasca, impone una ley creada expresamen­te para ilegalizar la Fundación Franco. El tiempo, y los tribunales, dirán si eso es posible en una democracia en la que desde algunas institucio­nes se está consintien­do el enaltecimi­ento, por ejemplo, del terrorismo.

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