ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Viudas bajo el sol

- KARINA SAINZ BORGO

La mujer del presidente asesinado regresa a Haití para el funeral. Lleva collar de perlas y vestido negro bajo el chaleco antibalas

REGRESÓ a Puerto Príncipe diez días después del asesinato de su marido, el presidente haitiano Jovenel Moïse. La viuda bajó del avión con un vestido negro y un collar de perlas. Del chaleco antibalas que cubre su cuerpo hasta la cintura apenas sobresalen los volantes de las mangas y las cuentas de aljófares. La mascarilla –también negra– reluce como una toca a juego con su desgracia y el cabestrill­o que le sujeta el brazo. Apenas lleva maquillaje. Más que triste, Martine Moïse parece exhausta.

«Cariño, vienen a matarnos», le dijo su esposo cuando el comando de mercenario­s irrumpió en la residencia oficial, a la 1.30 de la madrugada del 7 de julio. Entonces ella corrió a buscar a sus hijos y los escondió en un baño. Volvió a la alcoba e intentó ocultarse junto a Moïse bajo la cama, pero los asesinos fueron más rápidos. Él recibió doce disparos. Aunque malherida, Martine se hizo la muerta y esperó a que se marcharan. Sólo cuando reinó el silencio, la mujer fue a buscar a sus hijos: estaban vivos.

El día que asesinaron a su marido, Jacqueline Kennedy, primera dama de EE.UU., llevaba un traje rosa de falda y chaqueta con sombrero a juego. El vestido resaltaba en la parte de atrás del Ford descapotab­le desde el que saludaban a las multitudes reunidas en las calles de Dallas. A la altura de Dealey Plaza, las balas hicieron diana en la cabeza del político demócrata, que cayó desplomado a su lado. Tras el magnicidio, los colaborado­res le sugirieron que cambiase su ropa por una que no estuviera manchada de la sangre de su esposo. Ella se negó: «Dejad que vean lo que han hecho».

Separadas por más de medio siglo, pero reunidas a la fuerza por las circunstan­cias, Martine y Jackie posan en la foto de quienes sobreviven a una carnicería, en este caso la de sus maridos. No sabe quien las mira cuánto de reproche les recorre el cuerpo y cuánto del miedo les entumece la mirada. ¿Es su oración fúnebre tan biliosa como la de Carmen Sotillo o apenas tienen tiempo para entender lo que ha ocurrido? Clavada como una interrogac­ión en la pista de aterrizaje, los flashes sacan brillo al luto de Martine hasta hacerlo relucir como un garfio.

¿Qué pensará Martine o qué cruzaría por la cabeza de la mismísima Jackie Kennedy? Las dos lucen impecables en su desaliño. Desprenden algo casi familiar: acaso un perfume o una dignidad. Así irrumpe en las portadas la foto de la primera dama haitiana: magnética y atrayente como un metal. Es imposible apartar la mirada: el cabello recortado sin gracia, los ojos hundidos en un rostro demacrado y un chaleco antibalas que le cubre el cuerpo como un jubón de latigazos. En pleno lunes de la correosa paz del verano, el retrato de esta mujer desordena las páginas de los periódicos. Luce hermosa, a su manera, como una sonrisa hecha a navajazos.

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