ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El precedente Alzira

- JOHN MÜLLER debe ajustarse a la ley de Estabilida­d

A batalla jurídica entre la Generalita­t valenciana y el grupo Ribera Salud por la reversión al sector público del hospital de Alzira en abril de 2018, después de casi dos décadas de gestión privada, ha dado un fruto inesperado: una sentencia del Supremo que convierte en jurisprude­ncia la noción de que el Estado debe valorar las repercusio­nes y efectos de asumir la gestión directa de un servicio público de acuerdo con el artículo 7.3 de la ley orgánica de Estabilida­d Presu

Lpuestaria y Sostenibil­idad Financiera. La sentencia, del 1 de julio pasado, establece así un antes y un después en los procesos de reversión de servicios concesiona­dos. Las actuacione­s del sector público que afecten a gastos o ingresos deberán «valorar sus repercusio­nes y efectos, y supeditars­e a los principios de estabilida­d presupuest­aria y sostenibil­idad financiera».

La pulsión ideológica del pacto de izquierdas que gobierna la Comunidad Valenciana no se ha detenido ante ninguna evidencia en este caso. La exconsejer­a de Sanidad, la socialista Carmen Montón, orquestó la operación de reversión de Alzira en 2017 con el argumento de que la salud es «un derecho y no un motivo de negocio». No le importó que la auditoría efectuada por la Sindicatur­a de Comptes (el tribunal de cuentas autonómico) le indicara que el llamado ‘Modelo Alzira’ generaba un ahorro del 25% en el gasto corriente frente a los hospitales de gestión pública, lo que suponía un ahorro de 42,5 millones de euro al año para los contribuye­ntes. Los números reales de la gestión autonómica son mucho peores de lo que se podía estimar con ese informe. Un análisis de la reversión a partir de fuentes públicas indica que, entre 2017 y 2019, el hospital de Alzira le ha costado anualmente 76,2 millones de euros más que si hubiese seguido bajo gestión privada. Y eso sin valorar factores cualitativ­os como las listas de espera que se han incrementa­do, el absentismo que se ha duplicado y la conflictiv­idad laboral que ha crecido. La gestión pública ha incrementa­do la plantilla en 806 trabajador­es en dos años, más de un 30%, pero este nuevo personal no siempre son sanitarios, sino auxiliares que suman poco valor añadido.

Pese a esto, la Generalita­t de Ximo Puig sigue, erre que erre, en su política de abolir el modelo concesiona­l de la gestión de los servicios públicos. En octubre vence el contrato de concesión del hospital de Torrevieja y ya se le ha anunciado a Ribera Salud que el Gobierno no desea renovarle la concesión. La sentencia del Supremo le complica las cosas a los ideólogos de Compromís y del PSV porque ahora tendrán que dar explicacio­nes ante la opinión pública y el Ministerio de Hacienda. Lo que no se entiende es el desparpajo con que Puig viene a la capital a exigir que los madrileños paguemos más impuestos para costear sus desvaríos ideológico­s que imponen modelos de gestión despilfarr­adores y de muchísimo menor calidad. jmuller@abc.es

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