ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El fin de una liturgia

- EDUARDO M. ORTEGA FRANCISCO JAVIER MONTERO CASADO DE AMEZÚA

Tras el portazo que ha dado el Papa Francisco contra el ‘summorum’ de su predecesor relativo a la liturgia tridentina, quienes venimos asistiendo a la misma nos sentimos maltratado­s. Creo que el Papa piensa que la Iglesia no puede en absoluto dialogar con el mundo si se presenta revestida de unos ritos antiguos que hoy nadie entiende. A mis 75 años he oído misa tridentina tan solo los primeros dieciocho y los cuatro últimos, es decir, que he sido fiel a la misa reformada durante 53 años. En absoluto estoy apegado a los ritos de la misa tradiciona­l. Los que preferimos la misa tradiciona­l no lo hacemos en absoluto por hábitos adquiridos, motivos estéticos o apegos humanos, sino por motivos sobrenatur­ales.

La razón más importante por la que decidí acogerme a la liturgia tradiciona­l no fue otra que la de huir de las liturgias oficiadas de modo arbitrario por gran parte de los sacerdotes, abuso del que tanto el Papa Francisco como sus predecesor­es se han quejado, por lo demás sin resultado alguno. El rito reformado, que tanto protege el Papa Francisco, en realidad no existe, ya que cada comunidad parroquial y con frecuencia cada sacerdote inventa para cada ocasión las palabras que tiene a bien emplear.

Es muy importante tener en cuenta que la evidente crisis posconcili­ar de la Iglesia, que dura ya más de 50 años, es en realidad la crisis de la vida interior de los fieles, y la vida interior de los fieles depende de la liturgia.

La mentalidad modernista que ha invadido la liturgia exige que desaparezc­an total e inmediatam­ente todos los signos del misterio que constituye­n el centro mismo de la santa misa. Hace falta dejar a los fieles rezar en paz. Y es eso lo que, según la disposició­n interior de cada fiel, permite, facilita y logra el rito tridentino de la misa.

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