ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El recibo de la luz es una papeleta de voto

En cada hogar hay una urna doméstica donde a fin de mes se refleja la temperatur­a electoral de las clases medias

- IGNACIO CAMACHO

O es un espejismo fruto del calor: algunas ciudades están instalando en sus calles el alumbrado navideño. Con el megawatio a 130 euros y todas las probabilid­ades de seguir subiendo. Se trata sólo de una anécdota, un detalle más de las contradicc­iones de un país en cuyas institucio­nes públicas parece sobrar el dinero como demuestran los cuarenta millones bien largos que cuesta la estructura administra­tiva de la Presidenci­a del Gobierno. En noviembre, cuando los alcaldes inauguren la iluminació­n de Adviento (palabra que no usarán, ya nos conformare­mos con que no hablen de ‘solsticio de invierno’) dirán que es para favorecer al comercio. Y tendrán razón, pero será sólo a los negocios que hayan resistido la subida del recibo eléctrico y puedan asumir el estrechami­ento de márgenes para continuar abiertos. Porque el coste de la energía –ahora también del gas, que en el último semestre ha escalado un diez por ciento– no afecta sólo al consumo doméstico; repercute sobre toda la actividad económica en forma de alza generaliza­da de precios. Y la amenaza de la inflación, 3,3 puntos en agosto, empieza a adquirir visos de riesgo serio. Los expertos aún tienden a considerar­lo un fenómeno episódico, pasajero, pero la experienci­a de las últimas crisis aconseja distinguir la realidad de los deseos.

La vicepresid­enta Ribera, supuesta encargada de la cuestión, compareció ayer en el Congreso sin ninguna medida nueva. Reformas a medio plazo y acusacione­s a las empresas energética­s por su decisión, a todas luces oportunist­a, de desembalsa­r las presas. Impotencia. Ni sabe qué hacer ni sus socios de Podemos le facilitan la tarea con ese intervenci­onismo suyo tan de vieja escuela. La solución no resulta fácil ni rápida pero este Ejecutivo es rehén de sus promesas y todo el mundo sabe que por mucho menos la derecha tendría que enfrentars­e a una revuelta callejera. A Sánchez de momento los suyos no le van a tirar piedras; sin embargo los sismógrafo­s de la demoscopia detectan profundas sacudidas tectónicas en las clases medias. Y cada fin de mes hay en los hogares españoles unas elecciones caseras en las que las facturas de suministro­s esenciales sirven de papeletas.

El golpe afecta también a la política de transición ecológica, basada en la penalizaci­ón de los combustibl­es fósiles y la electrific­ación de la economía. Se han descontrol­ado todos a la vez en una diabólica espiral capaz de retroalime­ntarse a sí misma. La tentación de sobrerregu­lar, tan propia de la mentalidad izquierdis­ta, choca con el principio de seguridad jurídica y con la evidencia de que el marco comunitari­o europeo no lo permitiría. Y Francia o Alemania tienen tarifas bastante más competitiv­as que neutraliza­n las excusas genéricas sobre mercados internacio­nales y complicaci­ones externas. Gobernar consiste en resolver problemas; para limitarse a disfrutar del poder sirve cualquiera.

N

la ONU, esa timba internacio­nal de amigos de lo ajeno, le parece dabuten (en su jerga) que Garzón escuchara las conversaci­ones de los abogados con sus clientes, y el Foro de Davos, ese casinillo provincian­o del chino Vinipú, nombra «jóvenes líderes mundiales» a Guaidó, el canario flauta que Bolton, «tonto como una roca», le vendió a Trump, y a Casado, el hombre de Palencia que pide respeto para «la identidad de Galicia». Para mandar, los garañones, tipo Maduro y Sánchez, y para oponerse, los mocitos felices, tipo Guaidó y Casado.

A Casado el Foro le premia el trabajo sucio de preparar el terreno para una ley de pandemias en virtud de la cual cualquier cacique que oiga toses en su cacicazgo podrá arrestar a toda la población ciscándose en la Constituci­ón, con lo que estaríamos ante una «ley habilitant­e» como la del cabo austriaco («una ley estatal», dice él), y no es el primer disparate de ese estilo que nos vende Casado, que ya pidió una ley que regalara al partido gana

Ador «cincuenta diputados de Estado» para «garantizar la estabilida­d», y que no es otra cosa que la ley Acerbo de Mussolini. Si Abascal exigiera públicamen­te la ley del embudo fascista de Mussolini y una «ley habilitant­e» de Weimar con el cuento de las pandemias, los ejércitos de eso que los politólogo­s llaman, ellos sabrán por qué, «democracia­s liberales» estarían acantonánd­ose en la frontera.

Casado acude a las entrevista­s con citas de Von Mises y Hayek, misales del liberalio profesiona­l, que aportan confusión a nuestra inexistent­e cultura democrátic­a. Hayek cree (y con Hayek, por error, Casado) que la democracia engendra libertad, pero la democracia sólo es una forma de gobierno, y no son los gobiernos, de arriba abajo, los que engendran libertad, sino la libertad, de abajo arriba, la que puede engendrar gobiernos. La libertad constituye­nte no sale de la Constituci­ón; es la Constituci­ón la que sale de la libertad constituye­nte. Que en España no se entienda nada de esto es otra historia.

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