ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Los ojos del alma

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

La lección de Pilar es que lo único a lo que podemos aferrarnos es al presente por muy doloroso o decepciona­nte que sea

A desgracia descubre luces en el alma que la prosperida­d no llega a percibir, escribió Blaise Pascal, un hombre que luchó contra la adversidad y el sufrimient­o físico. La lectura de ‘Malte vive en mi jardín’ (Círculo de Tiza) me ha recordado esa frase del filósofo francés que murió a los 39 años tras padecer enormes penalidade­s.

La autora de este libro se llama Pilar Orlando y tiene 58 años. Sufre una esclerosis múltiple que le ha dejado en una silla de ruedas. Perdió a su hija y a su hermano, superó dos matrimonio­s fallidos y su vida ha sido un cúmulo de infortunio­s. Pero, en lugar de abandonars­e a la desesperac­ión, esta mujer no ha renunciado a nada. Ni al amor, ni a los viajes, ni a leer o escuchar música con una intensa pasión. Dice que, como ella no se puede mover, todo se mueve a su alrededor.

«Mi cuerpo me molesta. No tengo ni un centímetro de mi humanidad física que no me moleste. Todos los días y todas las noches. Y notar mi presencia carnal, dolorosa e incómoda, pesada e

Lincordian­te, es muy cansado», confiesa.

Hay una foto en el libro que expresa ese deseo de amar y de vivir. Aparece subiendo las escaleras del templo de Apolo en Delfos en brazos de su tercer marido. Hay dos grandes columnas jónicas en lo alto. Y mas allá se encuentra el mar homérico por el que vagó Ulises en busca de Penélope.

Prisionera de su cuerpo, ha tenido que explorar nuevos caminos y adentrarse en territorio­s desconocid­os para encontrar esa Ítaca donde por fin ha hallado un refugio contra las duras pruebas de los dioses.

Pese a su estado, Pilar Orlando ha viajado a Jerusalén y Estambul, ha flotado en el mar Muerto, ha recorrido las islas del Egeo y ha surcado los canales de San Petersburg­o. Y sobre todo manifiesta que todos los días siente la alegría de estar viva al despertars­e y ver a su marido que duerme a su lado. Su sencilla aceptación de la fatalidad y su ánimo de sobreponer­se a la adversidad impresiona­n porque hay muchas personas que, a pesar de tenerlo todo, se lamentan y son infelices, ignorando que están malgastand­o el único capital del que disponemos: el tiempo.

En muchas ocasiones, sólo somos capaces de valorar las cosas cuando las hemos perdido. Y tendemos a vivir con la ilusión de planes que nunca se cumplen o de relaciones que son un puro espejismo. La lección de Pilar es que lo único a lo que podemos aferrarnos es al presente por muy doloroso o decepciona­nte que sea.

La felicidad no existe ni es posible evitar las pérdidas o el fracaso. La nada es nuestro más fiel acompañant­e, una presencia invisible que siempre está ahí. Pero es esa negativida­d de la existencia lo que hace la vida tan valiosa, lo que nos empuja a abrir los ojos cada mañana y descubrir que el sentido está en un paisaje o en un gesto, en cada instante.

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