ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Los ojos del alma
La lección de Pilar es que lo único a lo que podemos aferrarnos es al presente por muy doloroso o decepcionante que sea
A desgracia descubre luces en el alma que la prosperidad no llega a percibir, escribió Blaise Pascal, un hombre que luchó contra la adversidad y el sufrimiento físico. La lectura de ‘Malte vive en mi jardín’ (Círculo de Tiza) me ha recordado esa frase del filósofo francés que murió a los 39 años tras padecer enormes penalidades.
La autora de este libro se llama Pilar Orlando y tiene 58 años. Sufre una esclerosis múltiple que le ha dejado en una silla de ruedas. Perdió a su hija y a su hermano, superó dos matrimonios fallidos y su vida ha sido un cúmulo de infortunios. Pero, en lugar de abandonarse a la desesperación, esta mujer no ha renunciado a nada. Ni al amor, ni a los viajes, ni a leer o escuchar música con una intensa pasión. Dice que, como ella no se puede mover, todo se mueve a su alrededor.
«Mi cuerpo me molesta. No tengo ni un centímetro de mi humanidad física que no me moleste. Todos los días y todas las noches. Y notar mi presencia carnal, dolorosa e incómoda, pesada e
Lincordiante, es muy cansado», confiesa.
Hay una foto en el libro que expresa ese deseo de amar y de vivir. Aparece subiendo las escaleras del templo de Apolo en Delfos en brazos de su tercer marido. Hay dos grandes columnas jónicas en lo alto. Y mas allá se encuentra el mar homérico por el que vagó Ulises en busca de Penélope.
Prisionera de su cuerpo, ha tenido que explorar nuevos caminos y adentrarse en territorios desconocidos para encontrar esa Ítaca donde por fin ha hallado un refugio contra las duras pruebas de los dioses.
Pese a su estado, Pilar Orlando ha viajado a Jerusalén y Estambul, ha flotado en el mar Muerto, ha recorrido las islas del Egeo y ha surcado los canales de San Petersburgo. Y sobre todo manifiesta que todos los días siente la alegría de estar viva al despertarse y ver a su marido que duerme a su lado. Su sencilla aceptación de la fatalidad y su ánimo de sobreponerse a la adversidad impresionan porque hay muchas personas que, a pesar de tenerlo todo, se lamentan y son infelices, ignorando que están malgastando el único capital del que disponemos: el tiempo.
En muchas ocasiones, sólo somos capaces de valorar las cosas cuando las hemos perdido. Y tendemos a vivir con la ilusión de planes que nunca se cumplen o de relaciones que son un puro espejismo. La lección de Pilar es que lo único a lo que podemos aferrarnos es al presente por muy doloroso o decepcionante que sea.
La felicidad no existe ni es posible evitar las pérdidas o el fracaso. La nada es nuestro más fiel acompañante, una presencia invisible que siempre está ahí. Pero es esa negatividad de la existencia lo que hace la vida tan valiosa, lo que nos empuja a abrir los ojos cada mañana y descubrir que el sentido está en un paisaje o en un gesto, en cada instante.