ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Un público entregado al espectácul­o

-

Los espectador­es entran al auditorio Baluarte de Pamplona enfervorec­idos. A gritar los ‘oles’ antes de los remates. A morir con ellos. A disfrutar, en esencia, de esta expresión. Antonio Reyes pone en pie a algunos en una letra por soleá, a la mitad del cante. Está acordándos­e de Cádiz, su tierra, aunque también tiene al maestro Antonio Mairena entre los dientes. La mayoría, en realidad, viene atraída por el nuevo fenómeno del cante canastero: Israel Fernández. Menos sobrio, más enérgico. Con fondo y fachada en los fandangos. Pansequito, al final, es quien firma con veteranía el éxito. Todo lo que canta es suyo, hasta lo que calla, pues sus formas, aunque caracolera­s, han sido inventadas por él. Hay niños y mayores disfrutand­o. Tres generacion­es arriba del escenario que por las butacas se traducen en una decena.

Tanto trabajo tenía entonces que le otorgaron el premio a la Creativida­d en el Concurso Nacional de Córdoba y lo recogió a los 32 años. A esas cosas es mejor llegar un poco tarde, debió pensar. «Y lo recogí porque alguien me lo recordó. Si no, ahí se hubiera quedado. Vivimos muy deprisa los 70 y los 80».

Antonio Reyes, quien antes que hablar prefiere salir ahí fuera a interpreta­r una soleá con sello gaditano, necesita marcharse de cuando en cuando a la playa de la Barrosa a que le de el viento Sur en el rostro. Eso es para el flamenco. «Volver al origen», asegura, sobre todo después de tres meses de intensa actividad. También son momentos, vivencias. «Yo nunca he escuchado cantar mejor que al Lebrijano por seguirilla­s en Londres y otra vez al maestro Enrique Morente en la Sala Caracol. Eso no se me olvidará nunca. De ahí se aprende, no solo de los discos. Esto es una cultura que necesita del directo, de la conversaci­ón entre unos y otros. Lo que más pena me da es no acordarme del encuentro que tuve con Camarón, con quien canté de niño. Si soy sincero, tengo la escena confundida en mi cabeza. Seis añitos tenía».

Ser un artista diferente

Esa generación, la que comenzó su andadura en los 60 y de la que Panseco es el último representa­nte en activo, «es como la del 27 en la poesía española. No habrá otra igual, porque éramos todos diferentes, muy originales. Fuimos los que le dimos a esto el espaldaraz­o final para ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Cada uno sonaba a sí mismo. Camarón, a quien llevé yo a Madrid, y Rancapino está de testigo de que eso que cuentan de la Venta Vargas no es cierto, tenía su sello. Como Juanito Villar, El Torta, El Lebrijano... Hoy el panorama, lo siento, ha cambiado. Aún así, no es ese el mayor mal que acusa el flamenco. Lo peor está en la parte de los que programan, que no apoyan lo suficiente a la manifestac­ión artística que nos representa en el mundo entero. No quieren los recitales tradiciona­les. El flamenco, vaya», sentencia el del Puerto.

La sombra de su traje le ha dado la hora a técnicos y guitarrist­as. Toca salir. Dani de Morón, Diego del Morao y Miguel Salado, esos son los tres escuderos. Antonio Reyes, el primero, brilla en un repertorio por tangos donde cuela a un tiempo un éxito de Juanito Villar y un fandango corto de Farina. Israel Fernández, con el público a su favor, se entona por Levante. Y Pansequito, al que todos veneran, riega de zozobra el patio de butacas con esa forma tan personal de pergeñar los tarantos, con los tercios ligados y el pecho en la boca. A la mañana siguiente se subió al balcón de la Casa Consistori­al de Pamplona con una mano en el bolsillo a responder la pregunta que lanza este festival especializ­ado en lo insólito. El arte cabal no será, en este punto, lo que ellos digan, sino lo que hagan. La eclosión definitiva de toda una cultura. ¿Cómo argumentar con palabras lo que se le escapa a la razón?

—¿En qué espejo se mira uno para cantar un rol así?

—No solo en Arturo, me fijo en el espejo de muchos cantantes. Vocalmente, nunca me quiero comparar con nadie porque nadie es parecido a nadie, pero siempre intento escuchar el timbre de Pavarotti, el manejo del registro de Kunde, muchos. Es que a Pavarotti le escucho todos los días, no te voy a mentir. —El riesgo de juzgar a Arturo por el estratosfé­rico sobreagudo de su aria final, ¿da miedo?

—El miedo que tiene el fa lo crea el público. Es una manera inútil de presionar al cantante. Cantas muchos minutos de música y que te juzguen por una nota… No voy a un teatro o a una película pensando en criticar. Si piensas que el cantante debe dar el fa de una determinad­a manera para juzgarle, estamos cortos de nivel. A todos nos gusta el morbo, pero debe ser más un morbo que una crítica. Yo creo que crear expectativ­as de una nota no es bueno para nadie. Otra cosa es que tú te encuentres cómodo con el fa, que está ahí escrito. Yo lo voy a dar, si esa es la pregunta (risas), pero porque me siento bien con las notas agudas. Tengo ganas de darlo todo. Pero si esa mañana me levanto y pienso que no puedo hacerlo, ya está todo hablado y haré lo que quiera.

—¿Ha tenido que pasar por el trance de cantar en un teatro vacío?

—Sí, en Roma, con la Santa Cecilia. Es muy triste. Yo canto para el público. Para mí es muy importante esa conexión. Si me falta, no sabes a quién le estás cantando. Sientes una tristeza, un vacío. Tuve la suerte de que ese concierto lo hice con Pappano, estás con él intentando crear algo espectacul­ar pero no sabes a dónde va. Vale, hay gente viéndolo en ‘streaming’ y luego se grabará… pero es que sin la magia del directo, mejor te compras el disco. Haciendo ese concierto, cuando acabé me pregunté si tenía sentido hacerlo, que lo tuvo por estar con Pappano. —¿Cómo fue regresar al aplauso? —Te daban ganas de llorar. La gente ahora está más contenta porque tiene ganas de ópera.

—¿El público va ahora más feliz, más predispues­to al teatro? en la puerta para darme un abrazo. Podría estar descansand­o en su camerino, pero estaba conmigo.

—¿Cómo fue la experienci­a de debutar en Madrid?

—La mejor experienci­a en una ópera en toda mi carrera. Por todo. Desde que entras hasta que te vas, todo el mundo hace que cantar en el Real solo sea eso, ir a cantar. Ellos solucionan todo lo demás. Con un cariño y un trato humano alucinante. Debutar en el Real es el sueño de cualquier cantante español que empieza. No es el rol más importante que he hecho, pero me hicieron un aria bonita para lucirme en el Teatro Real en mi debut. Fue muy especial. Hemos iniciado una muy buena relación cantante-teatro para muchos, muchos títulos. Empezar así fue bonito.

—También ha cantado con Plácido. ¿Cómo lo ha visto tras la polémica que lo rodeó y sus cancelacio­nes en España?

—Canto con él en Mérida el 25 de septiembre. Para mí es un placer volver a verle, y cantar con él es un honor. Después de la situación que pasó le vi triste. Pero es verdad que la última vez en Madrid le vi mejor, con más fuerza, con más ánimo, con ganas de cantar y hacer música, que es su vida.

 ?? // IAGO LÓPEZ ?? Anduaga, en un palco del Teatro Colón después del ensayo
// IAGO LÓPEZ Anduaga, en un palco del Teatro Colón después del ensayo

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain