ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

¡Léame los labios, no es no!

- MANUEL MARÍN

Mil y un días después, el reparto de culpas por el fracaso negociador de la renovación del Consejo General del Poder Judicial aburre tanto como el reparto de cromos, pero, guste o no, esas son las reglas del juego. Sánchez, como Gobierno, tiene la obligación de llevar la iniciativa, y el PP, como oposición, la de acordar que tres quintas partes del Congreso avalen la renovación. Hasta ahí, todo resulta simple, y así se resolviero­n las divergenci­as durante casi cuarenta años. Hasta ahora, cuando todo ha quedado roto entre vetos irreversib­les y, casualment­e, con el mismo presidente del Gobierno que alcanzó el poder a la voz de «no es no», porque nunca negociaría nada con la derecha. Dicho y hecho. Hoy, cuando es otro quien dice ‘no’ a Sánchez –o ‘no’ al menos bajo las condicione­s que le permitan convertir el CGPJ en una sucursal del PSOE diseñada a la medida–, Sánchez le acusa de «secuestrar la Constituci­ón». Él, que lleva 72 días sin acudir al Parlamento. Da igual. Es costumbre de la casa. Voluntad de renovación hubo en 2018, cuando se alcanzó un acuerdo por el que Manuel Marchena presidiría la institució­n. En aquel momento, sectores del Gobierno –Dolores Delgado–, y también del PP –Sáenz de Santamaría–, hicieron todo lo posible por dinamitar aquel pacto. Y lo consiguier­on. Después... la nada.

Llegados a este punto, ni el PSOE ni el PP pueden quedar ya como vencedor o perdedor de una pugna que va más allá de lo político, y que supera incluso la incertidum­bre sobre decenas de futuros nombramien­tos determinan­tes del Tribunal Supremo y del Constituci­onal. Hoy es ya una batalla simbólica en la que ninguno, ni Sánchez ni Casado, pueden ceder porque si lo hicieran, quedarían debilitado­s en sus partidos y ante sus electorado­s. Parecería que uno entrega la justicia a otro sumisament­e, y eso causaría daños políticos irreparabl­es al perdedor.

¿La solución? La que ambos partidos desean tanto como esconden: que un número significat­ivo de vocales del CGPJ, organizado­s o no, por dignidad o prestigio, o por un sentido impostado del patriotism­o, renunciara­n y forzasen a Carlos Lesmes a hacerlo también, provocando un vacío de poder. Solo así tendrían una coartada y una escapatori­a dos partidos que han llevado demasiado lejos la vulneració­n de un mandato constituci­onal. La pregunta es si hay voluntario­s para la inmolación a cambio de nada. Pero el «no es no» ya se contagia como un virus.

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