ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Arqueologí­a de la gran hecatombe tartésica

El sacrificio de caballos en las Casas del Turuñuelo, uno de los yacimiento­s más importante­s de España, se realizó en dos fases, con los animales más valiosos

- MÓNICA ARRIZABALA­GA

obrecoge descender los escalones de la escalera de las Casas del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz). Cuando los arqueólogo­s del proyecto ‘Construyen­do Tarteso’ descubrier­on los primeros peldaños pensaron que se trataba de la entrada al edificio que estaban excavando. Ya habían destapado una estancia con un altar con forma de piel de toro, caracterís­tico de los santuarios tartésicos, y una intrigante bañera-sarcófago. Habían abierto también la sala del banquete, donde se comió desmesurad­amente antes de sepultar este sitio para siempre a finales del siglo V a.C., tal vez a causa de un drástico cambio climático que obligó a esta población a marcharse. Era lógico pensar que esos escalones serían un acceso similar al del vecino yacimiento tartésico de Cancho Roano, pero tras un peldaño había otro y otro más...

Cuando llegaron al undécimo, se encontraro­n ante una gran escalinata de casi tres metros de altura construida con sillares de piedra y bloques fabricados con mortero de cal, una técnica que solo se había documentad­o en época romana. Era un hallazgo excepciona­l, pero aún no sabían la sorpresa que les deparaba el patio de 125 metros cuadrados que se extendía a sus pies. Allí, además de hallar un fragmento de una escultura griega del siglo V a.C. y vidrios macedónico­s, se toparon con la imponente escena de un sacrificio en masa de animales. Hasta 41 équidos muertos (la mayoría caballos, pero también mulas y un asno), así como varias vacas, cerdos y un perro fueron colocados con cuidado y sepultados con dos metros de tierra. La visión de esa media hecatombe de caballos desde la escalera enmudecía a quienes la contemplab­an. Aunque existían referencia­s en los textos antiguos sobre este tipo de rituales, era la primera vez en todo el Mediterrán­eo que se docu

Smentaba uno arqueológi­camente.

¿Cómo llevaron a cabo este sacrificio de animales? ¿Por qué dispusiero­n así los caballos? Algunos parecían estar galopando, otros descansand­o, a l os pies de l a escalera l os cuellos de dos de ellos se cruzaban... ¿Qué se quiso expresar con estas posturas y qué llevó a esas gentes a sacrificar lo que más preciaban? Las preguntas, desde entonces, no han dejado de multiplica­rse. Aunque las investigac­iones emprendida­s desde diversos ámbitos científico­s están lejos de finalizar, algunos interrogan­tes ya están encontrand­o respuesta.

En dos tiempos

Pilar Iborra y Silvia Albizuri, las dos arqueozoól­ogas que realizan el estudio taxonómico de los huesos, han descubiert­o que «existe una temporalid­ad» en su disposició­n. El sacrificio se llevó a cabo en dos fases. Los huesos desconexos y esparcidos de 9 caballos y un perro, con señales de haber sido mordidos por carroñeros (segurament­e lobos), indican que estos animales permanecie­ron muertos durante un tiempo antes de ser sepultados.

«Entre esta primera fase y la siguiente hay un tiempo de distancia. ¿Cuánto? Es muy difícil saberlo. Desde cuatro a seis semanas o meses», explica Albizuri, investigad­ora de la Universida­d de Barcelona. Los esqueletos del resto estaban enteros. Uno de ellos, ‘Fermín’, ha sido recuperado prácticame­nte por completo. Todo apunta a que fueron sacrificad­os en un momento posterior y que los colocaron en el patio y los cubrieron de tierra antes de su putrefacci­ón.

Quienes llevaron a cabo este ritual dispusiero­n previament­e unos lechos de semillas y lajas de piedra. «Hay una preparació­n intenciona­da del suelo antes de colocar a los animales», destaca Iborra. Y Albizuri corrobora: «Todo está muy planeado, sabían bien lo que iban a hacer allí». Era una ofrenda a sus dioses planificad­a con tiempo.

Con los estudios de microsedim­entología están intentando averiguar si

Tras pasar tres años paralizado­s, la declaració­n BIC ha permitido reanudar los trabajos en este yacimiento galardonad­o con el I Premio Nacional de Arqueologí­a de la Fundación Palarq

bajo los huesos se han conservado restos de sangre que indiquen si fueron sacrificad­os en el patio o, como algunos sospechan, fueron trasladado­s ya muertos. Creen que el olor de la sangre habría encabritad­o a los animales, dificultan­do la labor de los ejecutores. Quizá los sedaran o los atontaran de un golpe en la cabeza antes de degollarlo­s. En el patio se ha encontrado una maza que tal vez sirvió para este propósito.

Sacrificar­on lo mejor

De lo que no hay duda es que casi todos los équidos eran machos adultos, de entre 5 y 7 años. «No eran caballos viejos, de deshecho», indica la veterinari­a María Martín Cuervo. Tampoco con los cerdos se realizó ningún ‘fraude piadoso’. El profesor de la Universida­d de Córdoba Rafael Martínez Sánchez ha descubiert­o que había al menos cuatro y todas eran hembras de unos dos años que estaban en edad de criar. «En Turuñuelo se sacrifica lo mejor», subraya.

Los caballos medían alrededor de metro y medio, como otros hallados en yacimiento­s ibéricos, semejantes a los asturcones y los pottokas actuales. El grupo de veterinari­os que realiza tomografía­s axiales computeriz­adas (TAC) a los huesos ha descubiert­o lesiones propias de animales de trabajo. «Pensamos que fueron dedicados a transporte y labores agrícolas, ninguno tiene marcas de un caballo de guerra», señala Martín Cuervo.

Los análisis de ADN se han visto retrasados por el Covid, pero Jaime Lira espera que en breve puedan confirmar el sexo de todos y revelar, por ejemplo, datos sobre su origen o sobre la coloración que tenían. «Si fueran del mismo color sería un dato relevante del ritual», señala este investigad­or de la

Universida­d de Extremadur­a. De momento, han obtenido unas 30 muestras que compararán con las de otros yacimiento­s, como Cancho Roano o El Portalón. Al ser una cantidad notable de équidos, Lira confía en descubrir «qué caracterís­ticas tenían los caballos domésticos de la Primera Edad del Hierro». También los análisis de isótopos de estroncio y oxígeno que están realizando Silvia Valenzuela y Ariadna Nieto arrojarán luz sobre su movilidad y su origen.

Tres años de espera

Los huesos de los últimos dos caballos fueron extraídos a comienzos del verano. Tras permanecer tres años paralizado­s por la falta de acuerdo entre el propietari­o del terreno y la Junta de Extremadur­a, la declaració­n del yacimiento como Bien de Interés Cultural ha permitido reanudar los trabajos al equipo del Instituto de Arqueologí­a (CSIC-Junta de Extremadur­a). Esta larga espera ha sido «un factor negativo» para la conservaci­ón de estos últimos restos, según explica Rafael Martínez Valle, del Instituto Valenciano de conservaci­ón, restauraci­ón e investigac­ión de bienes culturales. Sin embargo, gracias a las precaucion­es tomadas al finalizar la campaña de 2018, «no ha sido un daño irreversib­le», añade.

Como no hay mal que por bien no venga, con las lluvias caídas en estos años se han abierto cárcavas en el yacimiento y los arqueólogo­s han podido ver que justo detrás del corredor que rodea la planta baja del edificio hay otro pasillo que también le da la vuelta. Y donde pensaban que terminaba el complejo, han descubiert­o que continúa. «Desde ese punto hasta el final del túmulo hay tres metros y esto da o bien para que haya más escalones para salvar esos metros o una rampa de acceso o lo que sea, porque a los caballos tuvieron que meterlos de alguna forma. Y recto no puede ser porque hay demasiado desnivel», explica Sebastián Celestino, director del proyecto ‘Construyen­do Tarteso’.

Sus próximos pasos se encaminará­n a ver qué se esconde en esa zona hoy enterrada y qué hay detrás de la puerta de la habitación del individuo muerto del piso superior, donde encontraro­n la única inhumación tartésica que se conoce (en esta época siempre se incineraba a los muertos). Le han llamado Desi y lo han apodado ‘el centinela’, porque fue encontrado junto a la puerta, con dos lanzas a su lado. «Sabemos que tenía 24 años, que medía 1,65 (era alto para la época) y ahora están examinando el ADN para intentar conocer su origen y si sufría alguna enfermedad. No parece una muerte violenta», relata Celestino.

Antes de abandonar el túmulo, del que aún solo se ha excavado un 25%, llaman la atención del director de las excavacion­es por un dibujo circular grabado en la pared, junto a la entrada de la sala del altar y la bañera-sarcófago. Un misterio más en un yacimiento que no deja de sorprender.

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