ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Arqueología de la gran hecatombe tartésica
El sacrificio de caballos en las Casas del Turuñuelo, uno de los yacimientos más importantes de España, se realizó en dos fases, con los animales más valiosos
obrecoge descender los escalones de la escalera de las Casas del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz). Cuando los arqueólogos del proyecto ‘Construyendo Tarteso’ descubrieron los primeros peldaños pensaron que se trataba de la entrada al edificio que estaban excavando. Ya habían destapado una estancia con un altar con forma de piel de toro, característico de los santuarios tartésicos, y una intrigante bañera-sarcófago. Habían abierto también la sala del banquete, donde se comió desmesuradamente antes de sepultar este sitio para siempre a finales del siglo V a.C., tal vez a causa de un drástico cambio climático que obligó a esta población a marcharse. Era lógico pensar que esos escalones serían un acceso similar al del vecino yacimiento tartésico de Cancho Roano, pero tras un peldaño había otro y otro más...
Cuando llegaron al undécimo, se encontraron ante una gran escalinata de casi tres metros de altura construida con sillares de piedra y bloques fabricados con mortero de cal, una técnica que solo se había documentado en época romana. Era un hallazgo excepcional, pero aún no sabían la sorpresa que les deparaba el patio de 125 metros cuadrados que se extendía a sus pies. Allí, además de hallar un fragmento de una escultura griega del siglo V a.C. y vidrios macedónicos, se toparon con la imponente escena de un sacrificio en masa de animales. Hasta 41 équidos muertos (la mayoría caballos, pero también mulas y un asno), así como varias vacas, cerdos y un perro fueron colocados con cuidado y sepultados con dos metros de tierra. La visión de esa media hecatombe de caballos desde la escalera enmudecía a quienes la contemplaban. Aunque existían referencias en los textos antiguos sobre este tipo de rituales, era la primera vez en todo el Mediterráneo que se docu
Smentaba uno arqueológicamente.
¿Cómo llevaron a cabo este sacrificio de animales? ¿Por qué dispusieron así los caballos? Algunos parecían estar galopando, otros descansando, a l os pies de l a escalera l os cuellos de dos de ellos se cruzaban... ¿Qué se quiso expresar con estas posturas y qué llevó a esas gentes a sacrificar lo que más preciaban? Las preguntas, desde entonces, no han dejado de multiplicarse. Aunque las investigaciones emprendidas desde diversos ámbitos científicos están lejos de finalizar, algunos interrogantes ya están encontrando respuesta.
En dos tiempos
Pilar Iborra y Silvia Albizuri, las dos arqueozoólogas que realizan el estudio taxonómico de los huesos, han descubierto que «existe una temporalidad» en su disposición. El sacrificio se llevó a cabo en dos fases. Los huesos desconexos y esparcidos de 9 caballos y un perro, con señales de haber sido mordidos por carroñeros (seguramente lobos), indican que estos animales permanecieron muertos durante un tiempo antes de ser sepultados.
«Entre esta primera fase y la siguiente hay un tiempo de distancia. ¿Cuánto? Es muy difícil saberlo. Desde cuatro a seis semanas o meses», explica Albizuri, investigadora de la Universidad de Barcelona. Los esqueletos del resto estaban enteros. Uno de ellos, ‘Fermín’, ha sido recuperado prácticamente por completo. Todo apunta a que fueron sacrificados en un momento posterior y que los colocaron en el patio y los cubrieron de tierra antes de su putrefacción.
Quienes llevaron a cabo este ritual dispusieron previamente unos lechos de semillas y lajas de piedra. «Hay una preparación intencionada del suelo antes de colocar a los animales», destaca Iborra. Y Albizuri corrobora: «Todo está muy planeado, sabían bien lo que iban a hacer allí». Era una ofrenda a sus dioses planificada con tiempo.
Con los estudios de microsedimentología están intentando averiguar si
Tras pasar tres años paralizados, la declaración BIC ha permitido reanudar los trabajos en este yacimiento galardonado con el I Premio Nacional de Arqueología de la Fundación Palarq
bajo los huesos se han conservado restos de sangre que indiquen si fueron sacrificados en el patio o, como algunos sospechan, fueron trasladados ya muertos. Creen que el olor de la sangre habría encabritado a los animales, dificultando la labor de los ejecutores. Quizá los sedaran o los atontaran de un golpe en la cabeza antes de degollarlos. En el patio se ha encontrado una maza que tal vez sirvió para este propósito.
Sacrificaron lo mejor
De lo que no hay duda es que casi todos los équidos eran machos adultos, de entre 5 y 7 años. «No eran caballos viejos, de deshecho», indica la veterinaria María Martín Cuervo. Tampoco con los cerdos se realizó ningún ‘fraude piadoso’. El profesor de la Universidad de Córdoba Rafael Martínez Sánchez ha descubierto que había al menos cuatro y todas eran hembras de unos dos años que estaban en edad de criar. «En Turuñuelo se sacrifica lo mejor», subraya.
Los caballos medían alrededor de metro y medio, como otros hallados en yacimientos ibéricos, semejantes a los asturcones y los pottokas actuales. El grupo de veterinarios que realiza tomografías axiales computerizadas (TAC) a los huesos ha descubierto lesiones propias de animales de trabajo. «Pensamos que fueron dedicados a transporte y labores agrícolas, ninguno tiene marcas de un caballo de guerra», señala Martín Cuervo.
Los análisis de ADN se han visto retrasados por el Covid, pero Jaime Lira espera que en breve puedan confirmar el sexo de todos y revelar, por ejemplo, datos sobre su origen o sobre la coloración que tenían. «Si fueran del mismo color sería un dato relevante del ritual», señala este investigador de la
Universidad de Extremadura. De momento, han obtenido unas 30 muestras que compararán con las de otros yacimientos, como Cancho Roano o El Portalón. Al ser una cantidad notable de équidos, Lira confía en descubrir «qué características tenían los caballos domésticos de la Primera Edad del Hierro». También los análisis de isótopos de estroncio y oxígeno que están realizando Silvia Valenzuela y Ariadna Nieto arrojarán luz sobre su movilidad y su origen.
Tres años de espera
Los huesos de los últimos dos caballos fueron extraídos a comienzos del verano. Tras permanecer tres años paralizados por la falta de acuerdo entre el propietario del terreno y la Junta de Extremadura, la declaración del yacimiento como Bien de Interés Cultural ha permitido reanudar los trabajos al equipo del Instituto de Arqueología (CSIC-Junta de Extremadura). Esta larga espera ha sido «un factor negativo» para la conservación de estos últimos restos, según explica Rafael Martínez Valle, del Instituto Valenciano de conservación, restauración e investigación de bienes culturales. Sin embargo, gracias a las precauciones tomadas al finalizar la campaña de 2018, «no ha sido un daño irreversible», añade.
Como no hay mal que por bien no venga, con las lluvias caídas en estos años se han abierto cárcavas en el yacimiento y los arqueólogos han podido ver que justo detrás del corredor que rodea la planta baja del edificio hay otro pasillo que también le da la vuelta. Y donde pensaban que terminaba el complejo, han descubierto que continúa. «Desde ese punto hasta el final del túmulo hay tres metros y esto da o bien para que haya más escalones para salvar esos metros o una rampa de acceso o lo que sea, porque a los caballos tuvieron que meterlos de alguna forma. Y recto no puede ser porque hay demasiado desnivel», explica Sebastián Celestino, director del proyecto ‘Construyendo Tarteso’.
Sus próximos pasos se encaminarán a ver qué se esconde en esa zona hoy enterrada y qué hay detrás de la puerta de la habitación del individuo muerto del piso superior, donde encontraron la única inhumación tartésica que se conoce (en esta época siempre se incineraba a los muertos). Le han llamado Desi y lo han apodado ‘el centinela’, porque fue encontrado junto a la puerta, con dos lanzas a su lado. «Sabemos que tenía 24 años, que medía 1,65 (era alto para la época) y ahora están examinando el ADN para intentar conocer su origen y si sufría alguna enfermedad. No parece una muerte violenta», relata Celestino.
Antes de abandonar el túmulo, del que aún solo se ha excavado un 25%, llaman la atención del director de las excavaciones por un dibujo circular grabado en la pared, junto a la entrada de la sala del altar y la bañera-sarcófago. Un misterio más en un yacimiento que no deja de sorprender.