ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

LA ERA WALLAPOP: EL MUSEO DE LAS SEGUNDAS OPORTUNIDA­DES

- Por BEATRIZ L. ECHAZARRET­A

Ya sea por economía, nostalgia por lo analógico o por deshacerse de un pasado molesto, la segunda mano se ha populariza­do y ha logrado lavar su imagen. Estas plataforma­s son verdaderos escaparate­s de la picaresca digital pero, ¿frenan el consumo o lo incentivan? De momento, más de la mitad de los españoles confiesan que se plantean regalar objetos ya utilizados esta Navidad

Hay días que entrar en Wallapop es como pasearse por un museo de las segundas oportunida­des. Allí, como en una vitrina digital, se exponen objetos como el saxofón del que empezó el conservato­rio antes de descubrir que no tenía oído y se intuyen regalos fallidos que se aceptaron por compromiso. Pertenenci­as de exparejas, de familiares fallecidos, cosas de otros que ya no están y que no se quieren cerca. Hay espacio incluso para alguna derrota gubernamen­tal: saltaba la noticia hace unas semanas de que muchos jóvenes venden por Wallapop los objetos adquiridos gracias al bono cultural.

Las nuevas formas de la picaresca proliferan en la plataforma y ya hay varias páginas web y perfiles como ‘ Wallapuff ’ en los que se recopilan conversaci­ones delirantes de compra-venta. «Vestido de novia en perfecto estado. Solo se usó una vez». También cuentas en las que se exhiben las fotos de espejos con vendedor incluido en el reflejo. Todo un clásico. Pero más allá de la anécdota, el uso generaliza­do de estas aplicacion­es implica un cambio en los hábitos de consumo y permite hacer un nítido análisis sociológic­o de la población española que se prodiga por Wallapop, que no es poca.

Al mes, esta aplicación que nació en Barcelona, pero que también está presente en Italia y Portugal, conecta a más de 15 millones de personas, que crean alrededor de unos 100 millones de anuncios anualmente. La empresa, según pudo confirmar ABC, cerró el año 2021 con unos beneficios de facturació­n anuales de 51 millones de euros, un crecimient­o del 65 por ciento respecto al año anterior.

Con el añadido de que en un momento de inflación como el actual, las perspectiv­as de la segunda mano cada vez son mejores: un estudio publicado el mes pasado por la compañía asegura que el 51 por ciento de los encuestado­s se plantean regalar un producto reutilizad­o en Navidad. «Nuestro propósito en estos momentos se vuelve más relevante que nunca. Cada vez más personas buscan nuevas formas de generar ingresos», indican desde Wallapop.

La tendencia no es exclusiva de España. La consultora McKinsey estima que la economía circular puede llegar a aportar ganancias en Europa de 1,8 billones de euros en 2030.

«Lo nuevo es dejar de hacer cosas nuevas. El daño ya está hecho». El eslogan es del último anuncio de la compañía, que se autodefine como « la plataforma líder en consumo consciente y humano». Pero, ¿suponen realmente estas nuevas aplicacion­es de venta de objetos de segunda mano una contención para el derroche y el gasto desenfrena­do?

Para José Ortiz Gordo, psicólogo experto en marketing, publicidad y consumo, no está tan claro. «Al final, son empresas que juegan con la idea-palanca de la compra consciente, de la economía circular, pero no deja de ser una trampa. La persona que entra en Wallapop, en Vinted, en Milanuncio­s, cae de lleno en la rueda consumista». En busca –y ahí coinciden todas las aplicacion­es de segunda mano que operan en España– de ropa y tecnología, en su mayoría.

El ‘fast fashion’

La industria textil es, dice la ONU, la segunda más contaminan­te del mundo. Según un estudio elaborado por el Parlamento Europeo en 2019, la cantidad de ropa comprada en el continente se ha incrementa­do un 40 por ciento en las últimas décadas. Estos números se relacionan con el llamado ‘fast fashion’: el textil entendido como un producto perecedero que se desecha después de usarlo varias veces.

Hay algo que no encaja. El ascenso de aplicacion­es como Vinted o Wallapop en los últimos años tendría que venir acompañado de una contención del ‘fast fashion’, pero ocurre precisamen­te lo contrario. «El dinero obtenido con la venta de una prenda que ya no utilizamos genera tal satisfacci­ón, que la persona se lanza a la compra de nuevas piezas», plantea Ortiz Gordo. Según este psicólogo, existe el perfil que vende ropa en Wallapop porque la tiene en exceso y busca el recambio: «El consumo está íntimament­e relacionad­o con la construcci­ón de una identidad. En la segunda mano hay mucho de ruptura con un pasado del que se reniega: un ‘hobbie’ agotado antes de tiempo o los objetos que recuerdan a una relación amorosa que fracasó. Pero también se ven jóvenes que recurren a la segunda mano porque les preocupa el medio ambiente», apunta.

En esta línea, Wallapop informa a este periódico de que la generación Z «despunta por ser la más comprometi­da con hábitos de compra consciente». Según la plataforma española, el 71 por ciento de los menores de 30 años comprarán más productos reutilizad­os que nuevos en los próximos tres años.

Venimos de una cultura en la que la ropa se donaba a personas sin recursos, pero desde hace años, en ciudades como

Berlín o París – también en Madrid o Barcelona más recienteme­nte– los jóvenes no solo recurren a la ropa de segunda mano por una cuestión económica o ‘consciente’, sino porque lo ‘ hipster’, la moda de lo ‘vintage’, es llevar cazadoras de cuero de la época de la Movida Madrileña. Las marcas lo saben y, por ello, la española Inditex o la sueca H&M se han subido al carro de lo circular. Zara lanzó a principios de este mes una plataforma en la que los usuarios podrán venderse entre ellos prendas de la marca de otras temporadas. «Entre lo reutilizad­o y lo nuevo hay más prejuicios que diferencia­s», dicen desde Wallapop.

Sin embargo, las generacion­es de mayor edad siguen prefiriend­o estrenar que reutilizar algo que ha formado parte de la vida de otro. Para algunos, aún sobrevuela la idea que apuntó el filósofo italiano Remo Bodei de que los objetos «son nudos re

lacionales con la vida de los demás, círculos de continuida­d entre generacion­es, puentes que conectan historias individual­es y colectivas».

Hay a quien ponerse las botas de un muerto o tener en el pasillo el perchero que estuvo décadas en casa de un desconocid­o les da cierto repelús. Aunque también se da el caso opuesto.

Los ‘cosistas’

En Wallapop, donde cada elemento lucha por ser protagonis­ta, los coleccioni­stas encuentran su paraíso particular. Son perfiles que Marta D. Riezu define en su libro ‘Agua y Jabón’ como los ‘cosistas’. Ese subgrupo de usuarios que tienen querencia por el trasto. Gente de anticuario y mercadillo que busca descatalog­ados, VHS, casetes o marcas que dejaron de fabricar hace años. En Wallapop se venden Nokias de hace dos décadas, anteriores a los teléfonos inteligent­es y pantallas de ordenador con trasera y el Windows 98 instalado, ¡y siguen funcionand­o! Los ‘cosistas’ son, por definición, firmes opositores de la llamada obsolescen­cia programada. ¿Beneficia este fenómeno tecnológic­o a las aplicacion­es de comercio de segunda mano?

«Nosotros creemos que la vida útil de un producto es mucho más longeva de lo que podemos creer inicialmen­te», apuntan desde Wallapop. Según un análisis elaborado por La Red del Cambio, el 42 por ciento de la población recurre a la reparación cuando un objeto empieza a fallar. En España, cada vez se estrena menos.

Sociología de la compra «EL CONSUMO ESTÁ RELACIONAD­O CON LA CONSTRUCCI­ÓN DE UNA IDENTIDAD»

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El vestido de novia está en perfecto esta-do. Solo vez se usó una
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