ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
La primera victoria de Qatar
La presencia del príncipe saudí Bin Salman en el palco supone un triunfo diplomático de primer orden para el emirato
Cuando acabó el Mundial de Rusia en 2018, el periódico árabe Al Hayat, propiedad de un miembro de la familia real saudí, saludó al campeón, Francia, y tituló a todo trapo que ya había empezado la cuenta atrás para la siguiente cita mundialista, que iba a tener lugar en el año 2026, en Canadá, Estados Unidos y México. Pero..., ¿y Qatar? ¿Acaso no iba a celebrar su Copa del Mundo en el año 2022? No. Qatar había dejado de existir.
Vistas desde Occidente, las monarquías del golfo Pérsico parecen tan similares que se dirían clónicas, pero sus familias reales, que tan ceremoniosamente se besan en los encuentros oficiales, esconden rencillas antiguas, herencia de un tiempo de camellos y caravanas, que ahora se ven acrecentadas al calor de sus riquezas inagotables. Qatar se asienta sobre una peninsulilla, Bahrein es un pequeño archipiélago y los Emiratos Árabes Unidos ocupan una estrecha franja costera. Todos ellos se posan sobre Arabia Saudí como esos pajarillos que viven en el lomo de los hipopótamos.
Estos tres miniestados de tesoros fabulosos han visto en el deporte la mejor manera de ganar influencia internacional sin preocuparse demasiado por los derechos humanos, aunque en esta carrera enloquecida por el prestigio deportivo nadie ha llegado más lejos que Qatar. Sus petrodólares han comprado una Mundial de fútbol, y eso sí que son palabras mayores. En Occidente el triunfo de los cataríes despertó estupor e indignación, pero sus vecinos del golfo no lo llevaron mejor. A los saudíes, como es natural, no les preocupaban los derechos de los gais ni la postergación de las mujeres, sino la intolerable bofetada que, en reputación, les acababa de endosar Qatar.
La afrenta no podía quedar ahí. En el año 2017, Arabia Saudí, Bahrein, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos decretaron un embargo total sobre Qatar. Sus fronteras quedaron selladas. La población local, aterrada, comen
zó a almacenar comida y la Copa del Mundo, con los estadios en construcción y las infraestructuras a medio hacer, parecía amenazada. Arabia Saudí se había dispuesto a asfixiar a su pequeño vecino, al que acusaba de patrocinar el terrorismo. Para romper el bloqueo, le exigía que desmantelara el canal de televisión Al Jazeera y que dejara de apoyar a los Hermanos Musulmanes, organización integrista egipcia. Sin embargo, según revelan Ignacio Álvarez Ossorio e Ignacio Gutiérrez de Terán en su libro ‘Qatar, la perla del Golfo’, tanto Arabia como Emiratos dejaron entrever la posibilidad de levantar el bloqueo «si Doha renunciaba a organizar el Mundial o, al menos, accedía a compartir la sede con ellos».
El bloqueo duró tres años y medio, pero no funcionó porque Doha encontró la mano tendida de Turquía e Irán, enemigos furibundos de Arabia Saudí. Finalmente, en enero de 2021, gracias a la intermediación de Estados Unidos y Kuwait, Qatar quedó liberado del bloqueo y las fronteras se abrieron de nuevo. Por eso, y pese a la derrota de su selección, ayer el emirato festejó una victoria sobre el príncipe Bin Salmán, que aguantó en el palco del estadio Al Bayt con la cara que ponen los porteros cuando les han colado el balón entre las piernas.
Para terminar de liar esta madeja, Al Qaeda se descolgó ayer con un comunicado en el que pide a los musulmanes que «ni acudan ni sigan» el Mundial. El grupo terrorista, desde Yemen, acusa a los emires cataríes de permitir la entrada en la península arábiga «de personas inmorales, homosexuales, sembradores de corrupción y ateísmo». La FIFA podrá pasarse días enteros contando billetes, pero se ha metido en un buen avispero.