ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
«El afecto influye en la longevidad, en el tiempo de vida de la persona»
Explica que «todos necesitamos sentir que somos parte de un grupo»
Mario Alonso Puig es un médico y reconocido conferenciante formado en Psicología Positiva por Harvard. Actualmente imparte el curso ‘Conecta con tu mejor versión y fortalece la autoestima’, dirigido a las familias para que aprendan cómo desplegar lo mejor que hay en ellas.
–¿Todavía hoy, en pleno siglo XXI, hace falta aprender algo que, en principio, parece tan básico como es la crianza?
–Parece básico, pero es muy complejo porque los hijos nos plantean desafíos que no son los mismos que nosotros planteamos a nuestros padres. Viven en un contexto diferente, tienen influencias distintas y nos pillan descolocados. Todo lo que suponga una guía sólida, bien fundada, puede ayudar a saber cómo atender sus necesidades y sentimientos legítimos. La familia tiene una importancia excepcional en el bienestar del ser humano y en la marcha adecuada de una sociedad. Por tanto, hay que ayudarla a crecer y potenciar esos vínculos afectivos.
—¿Qué importancia tiene el vínculo en la unidad familiar? —Es de los elementos más importantes en la salud biológica. La falta de afectividad se asocia a problemas de desarrollo del cerebro, a la incapacidad para aprender, a un manejo pobre del estrés... Además, investigaciones muy punteras han demostrado que el afecto influye, incluso, en la longevidad, en el tiempo de vida de una persona. Hay unas estructuras llamadas telómeras que son predictores de la longevidad y que se alargan cuando hay unos niveles altos de una enzima llamada telomerasa. Precisamente, los niveles de telomerasa están muy influidos por el mundo afectivo. Es decir, el vínculo es absolutamente esencial. Todos necesitamos sentir que formamos parte de un grupo que se interesa por nosotros.
—En alguna ocasión ha mencionado que el amor y la ternura consiguen, incluso, curarnos, ¿cómo es posible? —Efectivamente. Cuando uno se siente querido libera oxitocina, una hormona que protege el corazón y al organismo. —¿Decimos lo suficiente ‘te quiero’?
—Nunca es suficiente. Ese te quiero se puede expresar con una mano que te ayuda a levantarte cuando te caes; cuando no juzgas, sino que entiendes... Sin embargo, hay un ‘te quiero’ muy traicionero: digo que te quiero, pero hago lo contrario que haría si verdaderamente te quisiera.
—¿Se preocupan hoy los padres en educar más que en querer a sus hijos?
—Esta es una cuestión muy importante y que no solo atañe a los padres, sino al sistema educativo. Si un niño se siente querido por los profesores y compañeros del colegio, sin ninguna duda académicamente funcionará mucho mejor. Esto lo explica muy bien la neurociencia. El cerebro emocional –tus afectos, sentimientos– y tu mundo intelectual –tu razón, capacidad de aprender...– son dos realidades que se pueden distinguir como la palma y el dorso de la mano, pero no se pueden separar. Si en el mundo emocional generas miedo, cierras el mundo intelectual, lo apagas, lo bloqueas. —¿Es bueno pretender que un hijo sea el mejor en todo? —Sigmund Freud describió el superyó, una expectativa de perfección que impone la sociedad y que logra que la persona crea que si no alcanza eso, no será nadie en la vida. La hiperexigencia va unida al miedo, al terror, al fracaso. El éxito es el resultado de conectar con unos valores, con tu potencial, desplegando y ayudándolo a florecer.
—¿Cómo se puede motivar a los hijos en su lucha diaria?
—Nuestra función es dar raíces para crecer y alas para volar. ¿Cómo? Ayudando a que se den cuenta de que los resultados académicos, sean buenos o malos, no reflejan quiénes son, lo mucho o poco que valen. Debemos enseñarles a tener un buen autoconcepto y a quererse cuando cometen errores, no solo en los aciertos.
«Debemo ayudar a nuestros hijos a que etiendan que sus notas, sean buenas o malas, no refleja quiénes son»