ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Un atractivo vencedor

- PABLO VELASCO QUINTANA PABLO VELASCO QUINTANA ES EDITOR DE CEU EDICIONES

El pasado fin de semana se celebró en la Universida­d CEU San Pablo de Madrid la edición número 24 del Congreso Católicos y Vida Pública. Este evento, fruto del ideal constituti­vo de la ACdP y de la Fundación Universita­ria San Pablo CEU, ha tenido como lema ‘Proponemos la fe, transmitim­os un legado’.

Se nos encomendó junto con mi mujer, Rocío Solís, uno de los talleres del congreso. Se trata de una metodologí­a en uso desde hace algunas ediciones. Una oportunida­d de trabajo con un grupo más reducido de asistentes. El tema asignado era sin duda peliagudo y fundamenta­l, porque a nosotros nos va la vida en ello: la familia y la transmisió­n del legado cristiano.

En la transmisió­n de la fe ya no basta la mera tradición. Una experienci­a cristiana ya no se puede sustentar solo sobre la tradición, necesita una mentalidad nueva, recuperar las razones de la fe, y eso sucede solo si hay un encuentro personal con Cristo, como nos han recordado Benedicto XVI en Deus Caritas Est y Francisco en Evangelii Gaudium. Lo que sustentaba la fe en un mundo culturalme­nte católico ya no es suficiente. La vida de fe no es la vida de alguien a la que se le ha añadido ‘algo’ más que sumar a nuestra vida ya complicada. Lo que nos ha sucedido es que nos hemos encontrado con Cristo a través de otros (la Iglesia) y nos ha removido la inteligenc­ia y el afecto. Tanto, que los padres tendríamos que poder responder con las palabras del Deuteronom­io: «cuéntales a tus hijos que eras un esclavo en Egipto y que Dios tu Padre te sacó para que experiment­aras la salvación». Tendríamos que poder narrar cómo Dios nos ha hecho ensanchar nuestra libertad. Mostrar el cristianis­mo como victoria, liberación y plenitud. Si no podemos, no educamos bien. Quizá transmitam­os valores buenos, o prácticas piadosas y escrupulos­amente adecuadas, pero no incidirá para que nuestros hijos asuman ese camino. El hombre siempre sigue un atractivo vencedor, ya lo dijo san Agustín. Así que apostemos por el corazón de nuestros hijos: la exigencia de verdad, de bien, de justicia, de belleza que les constituye.

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