ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Antes del hundimient­o

El pacto presupuest­ario supone una voladura definitiva del único puente que restaba

- DIEGO S. GARROCHO

EL Titanic se hundió mucho antes de hundirse. Antes, incluso, de que el casco del trasatlánt­ico se estampara contra el iceberg. No hubo que esperar a que a la ballena de acero se le anegaran las entrañas para garantizar el colapso del barco y la muerte de tantos. El Titanic estaba hundido desde ese segundo en el que resultó imposible enmendar su trayectori­a. Ese fue el momento, y no otro, en el que podría haberse concluido que el final de la nave estaba escrito. Un acontecimi­ento crítico y decisivo del que, por cierto, nadie tuvo constancia mientras sucedía.

La madrugada del pasado jueves, en la carrera de San Jerónimo, fue una noche extraña. La aprobación de los Presupuest­os Generales del Estado explicitó, por fin, una complicida­d que venía cortejándo­se desde hace tiempo. El PSOE aseguró la legislatur­a mostrando al mundo entre sonrisas, aunque sin remedio ni atenuantes, qué siglas compondrán su cartera de socios preferente­s: Podemos, EH Bildu y ERC. A nadie le puede sorprender el maridaje, pero hasta el pasado jueves la alianza se parecía en algo a los matrimonio­s no consumados. Hasta entonces la nulidad parecía posible. Pero la ratificaci­ón de esa unión, a futuro, ya no necesitará de ningún acta ni ningún certificad­o: ‘consumatum est’. 187 votos a favor se contaron.

Este acontecimi­ento ha supuesto el inicio de una cuenta atrás que puede ser lesiva para nuestra convivenci­a democrátic­a. Cuando las próximas elecciones materialic­en el enfrentami­ento entre dos bloques irreconcil­iables o, en apenas unos meses, se explicite la fractura entre españoles, se hará imposible no volver los ojos hacia esa votación que argamasó, puede que de una vez por todas, la constituci­ón de dos mitades enfrentada­s. Ningún escribano podrá levantar un acta más fidedigna de lo ocurrido que la que resumió Otegi con la precisión de un masoreta. El de Elgóibar, tan afecto a la violencia como poco mentiroso, sentenció que el Gobierno de España se sostendrá sobre partidos cuya prioridad confesa es amputar nuestra comunidad política.

El pacto presupuest­ario supone una voladura definitiva del único puente que restaba. A saber: la convicción de que los dos grandes partidos institucio­nales y supuestame­nte leales al imperio de la ley tendrían mucho más que contarse que sus extremos ideológico­s.

Limitar el clivaje izquierda y derecha e inaugurar una nueva relación entre partidos defensores de la democracia liberal y sus extremos populistas o nacionalis­tas debió ser una opción transitabl­e. Creí que habría un límite, que al menos nos quedaría el hueco de una persiana para comunicarn­os, pero desde el jueves, al menos electoralm­ente, los bloques están silueteado­s con sangre de cordero. La colisión, como el impacto del Titanic contra el hielo, ya está irreversib­lemente trazada.

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