ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Antes del hundimiento
El pacto presupuestario supone una voladura definitiva del único puente que restaba
EL Titanic se hundió mucho antes de hundirse. Antes, incluso, de que el casco del trasatlántico se estampara contra el iceberg. No hubo que esperar a que a la ballena de acero se le anegaran las entrañas para garantizar el colapso del barco y la muerte de tantos. El Titanic estaba hundido desde ese segundo en el que resultó imposible enmendar su trayectoria. Ese fue el momento, y no otro, en el que podría haberse concluido que el final de la nave estaba escrito. Un acontecimiento crítico y decisivo del que, por cierto, nadie tuvo constancia mientras sucedía.
La madrugada del pasado jueves, en la carrera de San Jerónimo, fue una noche extraña. La aprobación de los Presupuestos Generales del Estado explicitó, por fin, una complicidad que venía cortejándose desde hace tiempo. El PSOE aseguró la legislatura mostrando al mundo entre sonrisas, aunque sin remedio ni atenuantes, qué siglas compondrán su cartera de socios preferentes: Podemos, EH Bildu y ERC. A nadie le puede sorprender el maridaje, pero hasta el pasado jueves la alianza se parecía en algo a los matrimonios no consumados. Hasta entonces la nulidad parecía posible. Pero la ratificación de esa unión, a futuro, ya no necesitará de ningún acta ni ningún certificado: ‘consumatum est’. 187 votos a favor se contaron.
Este acontecimiento ha supuesto el inicio de una cuenta atrás que puede ser lesiva para nuestra convivencia democrática. Cuando las próximas elecciones materialicen el enfrentamiento entre dos bloques irreconciliables o, en apenas unos meses, se explicite la fractura entre españoles, se hará imposible no volver los ojos hacia esa votación que argamasó, puede que de una vez por todas, la constitución de dos mitades enfrentadas. Ningún escribano podrá levantar un acta más fidedigna de lo ocurrido que la que resumió Otegi con la precisión de un masoreta. El de Elgóibar, tan afecto a la violencia como poco mentiroso, sentenció que el Gobierno de España se sostendrá sobre partidos cuya prioridad confesa es amputar nuestra comunidad política.
El pacto presupuestario supone una voladura definitiva del único puente que restaba. A saber: la convicción de que los dos grandes partidos institucionales y supuestamente leales al imperio de la ley tendrían mucho más que contarse que sus extremos ideológicos.
Limitar el clivaje izquierda y derecha e inaugurar una nueva relación entre partidos defensores de la democracia liberal y sus extremos populistas o nacionalistas debió ser una opción transitable. Creí que habría un límite, que al menos nos quedaría el hueco de una persiana para comunicarnos, pero desde el jueves, al menos electoralmente, los bloques están silueteados con sangre de cordero. La colisión, como el impacto del Titanic contra el hielo, ya está irreversiblemente trazada.