ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

España no cierra su conquista

Morata marca primero, pero Alemania se sobrepone a las paradas de Unai y acaba empatando. Los de Luis Enrique se jugarán el pase ante Japón

- JOSÉ MIGUÉLEZ

Qatar anuncia un jueves de fuertes emociones. España amagó con dejar su futuro resuelto, un gol de Morata que desanudó un combate intenso y parejo, grande, pero Alemania no se rinde nunca. Cuesta fulminarlo. Supo levantarse de las paradas de Unai con un trallazo de Fullkrug a última hora y también llega viva a la jornada final. El encuentro mereció la pena. La selección no pierde caché, pese a los errores finales. Y sus jugadores tampoco.

Pedri, por ejemplo, es una delicia. Tiene menos edad que talento. Una jerarquía sobre el balón (no tanto sobre los partidos) que discrepa de sus 20 años. Una habilidad especial para conducir la pelota por trayectos imprevisib­les, hasta ilógicos, que complican la vida a la defensa rival, más a la que tira de músculo y choque para cubrirse y no de inteligenc­ia. Es una fábrica de despistes. Incluso acompañado hasta para atarse las botas, un lío. Una estrella. España sí tiene una.

Cada intervenci­ón del canario insinuaba ayer amenaza y confusión para Alemania (a veces también para el propio compañero). Bajo su gobierno o su luz, España jugó bien. Sin la hemorragia y los excesos del primer día, ante un adversario más complicado y venenoso, de los que conceden menos y compromete­n más, pero bien, correcto, a la altura.

Luis Enrique fue continuist­a. Insistió con el once que fascinó en el estreno ante Costa Rica. Lo que funciona no se toca, la regla vale incluso para el selecciona­dor español, un retocador patológico. Bueno, cumplió consigo mismo, porque lo movió ligerament­e, tocando una pieza, lateral además (Carvajal por Azpilicuet­a). Pero conservand­o lo sustancial. Sobre todo apostando por lo revolucion­ario de entonces, Rodri de central y Asensio de nueve mentiroso.

Y el invento mayor volvió a sonarle bien. Su selección, que acostumbra a enredarse en defensa, a irritar incluso por el nivel de alguno de sus ocupantes, se mostraba presentabl­e. Rodri domina el juego. Dice que ejercer de central son tres conceptos complicado­s de asimilar, pero ahí no chirría hasta ahora. Y eso que el equipo, sin enseñar su fragilidad de costumbre, sí sufrió. Por abajo, llevando la línea al límite, y por arriba, a balón parado. Cuando se pone, Alemania es un martillo. El banderín del linier fue esta vez un buen aliado. Un rescate.

Aunque es más nombre que equipo, Alemania estuvo por encima de sus supuestas horas bajas. Con el sonrojo por Japón aún en el ánimo, pero con una nómina de futbolista­s curtida e intimidant­e que complicó y cortocircu­itó a la Roja con presión alta y músculo. Un hueso. Carácter. Y un termómetro mucho más fiable de la dimensión mundialist­a de España. Hubo incertidum­bre y partido. El equipo de Luis Enrique no perdió reputación. También compite.

No quedó muy claro si el mensaje de la mañana (esa derrota de Japón que condenaba a que nada de lo que ocurriera en el Al Bayt fuera definitivo) condicionó el comportami­ento de los equipos. Fue menos un duelo de ahorros que de determinac­ión. Lo demostró Dani Olmo casi en el arranque con un zambombazo que la mano de Neuer desvió sucesivame­nte al larguero y al palo. Y también Alemania, con esas aventuras que desafiaron una y otra vez a Unai (mantuvo el tipo) y que el VAR corrigió (un gol anulado a Rudiger, cuyo cabezazo a balón parado sí dejó en evidencia el montaje).

Pero tampoco es que las ocasiones propias abundaran. Del tridente de arriba español, solo Olmo se las apañó para provocar agujeros. Y el rival también estuvo vigilado, aunque igualmente presentó un futbolista maravilla. El extremo Musiala, un crío de 19 años del Bayern que es un prodigio de técnica y habilidad. Alemania también tiene una estrella que viene.

La igualdad la liberó Morata nada más saltar al campo, sobre la hora de juego. Una excelente combinació­n colectiva que culminó Jordi Alba con un centro raso desde la izquierda, casi en el fondo, al que el delantero atlé

tico acudió anticipánd­ose con olfato y remató con un giro certero de tobillo.

El gol sí aportó a Alemania un punto lógico de necesidad y desesperac­ión. Flink tiró artillería y España, al tiempo que vio más espacios para aumentar la renta (Asensio, a las nubes), pasó aprietos. Los cambios no la ayudaron. Ni los propios ni los ajenos. Unai emergió como porterazo con paradas extraordin­arias. Pero no pudo hacer nada ante el zambombazo de Fullkrug, a bocajarro, tras otro control formidable de Musiala. Y acabó sudando. El final emotivo de un encuentro grande. Que continuará el jueves.

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// EFE El meta Unai Simón salva una ocasión de Alemania

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