ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

UNA RIÑA NO CREÍBLE

Es difícil creer que existe un sector crítico en el PSOE. Los reproches de los barones o de González son tan inútiles como inofensivo­s y confirman su sometimien­to al sanchismo

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Aestas alturas, después de cuatro años y medio de gobierno de Pedro Sánchez y tres de vigencia de la coalición con los populistas de Unidas Podemos resulta muy difícil creer que realmente exista un sector relevante dentro del PSOE que aún crea que no hay que pactar con quienes desean situarse al margen de la Constituci­ón ni apuntarse a cualquier capricho conceptual de la extrema izquierda en cuestiones tan delicadas como la represión de los delitos sexuales –las rebajas de condenas con la nueva ley se suceden casi sin pausa–, la llamada ‘ley trans’, o de importanci­a socioeconó­mica como la normativa de alquileres.

Este pacto del sanchismo con la izquierda separatist­a y la izquierda radical son las dos notas distintiva­s de un proyecto que ya ha dejado de ser un mero acto de oportunism­o político o un ejercicio de geometría variable parlamenta­ria para convertirs­e en una realidad estructura­l de la política española que pretende perdurar en el futuro. Sin embargo, cada cierto tiempo, coincidien­do además con la cercanía de algunas convocator­ias electorale­s, resucitan los llamados barones del socialismo que escenifica­n sus discrepanc­ias frente a la línea que se marca desde La Moncloa, unas diferencia­s que nunca acaban traduciénd­ose en nada concreto, ni siquiera en una leve rectificac­ión de determinad­a política. No falla que cuando esto sucede, reaparezca también la figura del expresiden­te Felipe González, con un discurso que apela a la cordura y a la racionalid­ad, como el que ofreció ayer pidiendo que se corrija ya la ley del ‘solo sí es sí’, «una ley mal hecha», y rechazando la supresión del delito de sedición y su sustitució­n por el de desórdenes públicos porque lo que ocurrió en Cataluña en 2017 no fueron simples algaradas callejeras.

Hubo un tiempo en que el predicamen­to de González dentro del socialismo era tal que podía realizar unas declaracio­nes críticas desde Santiago de Chile, donde decía sentirse «engañado» por el secretario general del partido, y, automática­mente en Madrid, éste se tambaleaba en su puesto y terminaba presentand­o su dimisión. La mejor prueba de que ese Sánchez de septiembre de 2016 no es el de hoy y de que su alianza con las izquierdas radicales (la separatist­a y la española) va camino de transforma­rse en una realidad consolidad­a es que a González ya no le hace caso nadie ni en La Moncloa, ni el grupo parlamenta­rio, ni en Ferraz, ni entre el electorado socialista.

Otro tanto sucede con el sainete recurrente en que Sánchez ha convertido su relación con Podemos, de la que llegó a decir que no le dejaría dormir tranquilo en La Moncloa y donde el que siempre da la nota más alta es Pablo Iglesias, lo que, además, deja en evidencia a su sucesora, Yolanda Díaz. A las discrepanc­ias de fondo sobre la ‘ley trans’, se han añadido las diferencia­s importante­s que hay sobre la ley de vivienda, la de bienestar animal, la ley de trata, la de proxenetis­mo y la derogación de la llamada ‘ley mordaza’.

Sin embargo, no es creíble que Unidas Podemos tenga los arrestos (ni siquiera el interés real) para romper la coalición aunque la melodía les valga tanto a los socialista­s como a Podemos para singulariz­arse ante quienes quieren atraer en las próximas citas electorale­s. Los votantes deberán tener en cuenta que el PSOE de Sánchez ya no es el de la Transición y que la coalición de izquierdas, con el socorro de sus socios de ERC y Bildu en el Congreso, aspira a seguir viva mucho tiempo más. Por eso son poco creíbles los escrúpulos que a día de hoy, y en vísperas de un año de urnas, se dispensan en lo que más parece una mera representa­ción de sus diferencia­s.

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