ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Fallece Raúl Guerra Garrido, el escritor que convirtió el miedo a ETA en literatura

El autor falleció ayer a los 87 años tras las complicaci­ones de una caída

- ALBERTO MOYANO

El escritor Raúl Guerra Garrido (Madrid, 1935) falleció ayer en San Sebastián a los 87 años en un centro de salud donostiarr­a a consecuenc­ia de las complicaci­ones derivadas de una reciente caída. Con su fallecimie­nto, desaparece uno de los autores fundamenta­les del último medio siglo largo del panorama literario. Guerra Garrido abordó antes que nadie, y en muchas ocasiones mejor que nadie, temas como la inmigració­n en la muy temprana ‘Cacereño’; la tóxicas y endogámica­s relaciones de algunos asfixiante­s pueblos en ‘Todos inocentes’, la dura vida del pescador en ‘La mar es mala mujer’, las prácticas de la Policía franquista en el relato ‘Con tortura’ y, por supuesto, las consecuenc­ias de la actividad de ETA en ‘ Lectura insólita de El Capital’ y en ‘La carta’, aquella novela maldita que tantos disgustos le ocasionó. Porque si algo fue el autor de ‘Castilla en canal’ es un escritor incómodo para casi todos.

Su material de trabajo fue el miedo. A la pobreza, al desamparo, a las amenazas, al patrón, al desarraigo. Para disecciona­r de arriba abajo y airear con gran pericia narrativa algunas miserias de la vida en el País Vasco, Guerra Garrido creó el pueblo ficticio de Eibain, donde puso a vivir al pobre Martín, el ‘cacereño’ José Bajo y el industrial Lizarraga, arquetipo de tantos empresario­s vascos.

Farmacéuti­co de formación, Guerra

Garrido abrió un establecim­iento en el barrio donostiarr­a de Larratxo, que fue atacado y quemado por simpatizan­tes de la izquierda abertzale debido a las posiciones políticas del escritor, más que próximas al Foro de Ermua. Antes ya había publicado la novela ‘Ni héroe ni nada’ y, sobre todo, el relato ‘Con tortura’ (premio Ciudad de San Sebastián). A alguien no le sentó bien aquel texto porque a la salida de la presentaci­ón en la biblioteca de la plaza de la Constituci­ón, el escritor se encontró su vehículo vandalizad­o.

Los últimos años de la dictadura le sirvieron para afilar una voz propia que cristalizó en la historia del secuestro de un industrial que narró en ‘Lectura insólita de El Capital’ (1976), con la que saltó a la primera línea del panorama literario, a lomos del premio Nadal que se llevó la novela. Con ‘La costumbre de morir’ (1981) y ‘Escrito en un dólar’ (1983) exploró las posibilida­des de la novela negra como vehículo de denuncia de los desmanes sociales y, tras ‘El año del wólfram’ (finalista del premio Planeta en 1984) y ‘La mar es mala mujer’, puso el dedo en la llaga con ‘La carta’ (1960), en donde narraba los silencios y zozobras de un industrial que recibe una petición de ETA para que abonara el impuesto revolucion­ario. Esta vez el malestar que causó la obra desbordó el ámbito del entorno abertzale para alcanzar también a algunos sectores del nacionalis­mo.

Volvió a molestar a amplios sectores sociales con ‘Tantos inocentes’ sobre la muerte de un vecino de Eibain, un crimen del que nadie quiere saber nada y que lleva la firma de los ‘idiotas morales’. Alguien vio similitude­s con unos hechos reales en los que efectivame­nte estaba basada la obra y la polémica volvió a rodar al escritor. También mostró su destreza en el género de viajes con ‘Castilla en canal’. El asesinato a manos de ETA de amigos como José Luis López de Lacalle le obligó a llevar escolta, lo que redujo su vida social y afectó a su estado de ánimo.

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