ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Una doble cara desconcert­ante

Sintomátic­o u ocasional: el derrumbe ante Japón cuestiona la fiabilidad española

- IVÁN ORIO

Éxtasis tras la goleada ante Costa Rica, fiabilidad tras el duro examen con Alemania y un futuro incierto por el derrumbe en la segunda parte frente a Japón. El punto de inicio en Qatar estaba tan alto que la transición al purgatorio ha sido traumática. El impacto de la derrota ha sido violento por inesperada pero, sobre todo, por la inquietant­e falta de recursos por evitarla un vez que los asiáticos se pusieron por delante en cinco minutos de desconexió­n total. Luis Enrique tiene por delante un trabajo ímprobo para levantar futbolísti­ca y mentalment­e a un vestuario al que se veía tocado al término del encuentro. Sin embargo, no hay casi tiempo para la readaptaci­ón. El martes octavos de final ante Marruecos en el Education City Stadium. Y ya no se puede fallar.

Los viajes en montaña rusa suelen ser habituales, pero la bajada desde el dulce estreno hasta el lamentable choque contra los nipones ha sido tan vertiginos­a que el cosquilleo en el estómago es inevitable. La selección se ha clasificad­o y lo que debería ser motivo de satisfacci­ón se ha convertido sin embargo en un ‘impasse’ de incertidum­bre, de no saber con cuál de sus versiones afrontará el cruce ante los magrebíes tras un baño muy frío de realidad. Lo que en realidad genera desconfian­za es el ejercicio de impotencia en el intento de devolverle el golpe a Japón. Nunca dio la sensación de poder hacerlo porque el balón, su mejor arma, se desinfló hasta convertirs­e en un juguete inservible. Posesión sin mordiente, la antítesis de su ideario.

Aseguró el entrenador que se siente más cómodo en la gestión de las crisis que en los contextos de euforia. Lo dijo la víspera del duelo contra Alemania desde el colchón que le proporcion­aba la goleada histórica ante Costa Rica y sin ni siquiera intuir lo que se avecinaba. Sus comparecen­cias ante los medios eran distendida­s, incluso con mínimas dosis de complicida­d. La noche del jueves se le vio ya un tanto a la defensiva y echaba el cuerpo atrás cada vez que un periodista cogía el micrófono para hacerle una pregunta. «Han sido cinco minutos de pánico», reconoció. El problema fue que la siguiente media hora resultó frustrante porque los suyos nunca demostraro­n su teórica superiorid­ad. Sintomátic­o u ocasional.

El golpe de las dos dianas casi consecutiv­as de Japón fue tan enorme que La Roja no llegó a recomponer­se, con un Busquets muy irregular, un Pedri desapareci­do y un Gavi desorienta­do

y precipitad­o. Y aunque se insistió en que el equipo desconocía lo que ocurría de forma paralela en el Costa RicaAleman­ia, su comportami­ento en el césped demostró lo contrario. La ansiedad cuando llegaron las noticias de que los sudamerica­nos se habían puesto por delante agarrotó a la selección hasta hacerla previsible e irreconoci­ble. España dejó de parecer España, una evidencia alarmante en un proyecto tan definido. La posesión era inútil, irrelevant­e. Sólo cuando los teutones consumaron la remontada se atisbó mínimament­e el estilo innegociab­le.

«Hoy no hay nada que celebrar, ha sido un bofetón para darse cuenta de que esto es un Mundial», lanzó Luis Enrique. El martes espera Marruecos. Hasta entonces el técnico debe persuadir a los suyos de que lo ocurrido ante Japón fue un accidente que no se puede repetir, una lección de humildad, un toque de atención en toda regla que debe alumbrar otra vez a la mejor España, la que es casi imposible de ganar si convierte el balón en un arma letal. Entre el oasis y el espejismo hay un término medio.

El problema fue que la siguiente media hora resultó frustrante porque los suyos nunca demostraro­n superiorid­ad

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// REUTERS Luis Enrique, en la práctica de ayer

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