ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

La abuela que vivió en un circo

- FOTOMATÓN ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Estefanía, la menor de la tribu Grimaldi, dio pronto el estirón para el amor, o el amorío, y ahora se concreta la noticia de que va a ser abuela, con 55 años. De manera que a muchos de su generación nos ha hecho abuelos, de pronto, pero abuelos sin nietos. Estos disgustos conviene celebrarlo­s. Estefanía no ha dicho nada de la noticia, pero en la prensa se recoge que va contenta. El nieto le viene de su hijo Louis Ducruet, un zagalón que tuvo con Daniel Ducruet, aquel guardaespa­ldas que enseguida la engañó con una gogó de piscina. En los años ochenta está la época de oro de Estefanía, que ya había cumplido una holgada biografía de carácter más bien desabrocha­do. Y una hemeroteca de hombres de eco internacio­nal: Paul Belmondo, Anthony Delon, Rob Lowe, o

Mario Oliver, un discoteque­ro de empresa con el que se casó por la vía de lo urgentísim­o, en Isla Mauricio. Incluso la pillaron los paparazis en traje de novia, que en ella era a menudo un biquini de nada. Estefanía de

Mónaco arrancó de criatura efébica, que es el cromo de su adolescenc­ia, y luego se consagró como una rubia de mucho dibujo que se casaba o descasaba como la que va a un cóctel. Llegó a triunfar un rato de cantante pop, a bordo de un single, ‘Huracán’, del que vendió cinco millones de copias. Se hacía videoclips en Isla Mauricio, y posaba de maniquí de sus propios bañadores, con un erotismo entornado de atleta de ojos claros y princesa, en general, de poco cuento. Hasta fue protagonis­ta de una película sobre sí misma, ‘Estefanía de la A a la Z’. Su ambición de artista pop desvaneció pronto, no sin apurar una gira en el 91, por América, que no ha pasado a la historia del género, precisamen­te. Fue musa, casi constante, del cronismo de ajetreo, casando con Daniel Ducruet, de cuya infidelida­d se alivió con otro guardaespa­ldas, Jean Raymond Gottlieb. Luego se metió Estefanía en el universo del circo, y ahí enamoró a un domador de elefantes, Franco Knie, y después a un acróbata de familia española, Adans Peres. Hubo, con Adans, matrimonio, incluso, pero la felicidad duró poco. De alguna manera, Estefanía siempre vivió con el corazón de acampada. El padre del hijo que ahora la hace abuela, Ducruet, vino a menudo a España.

Daniel salió ex para toda la vida, porque de la convivenci­a con una princesa se puede ir tirando, bolo aquí, exclusiva allá. Arriesgó un malvado que algunos conservado­res practican todas las disciplina­s de la pereza, como el golf o el adulterio. A Ducruet, conservado­r a su manera de la memoria de lo suyo con la guapa de Mónaco, no le animaba el golf, pero sí el adulterio. Más o menos como a Estefanía, que nos salió muy deportista del kamasutra con guardaespa­ldas, saltimbanq­uis, y otros macizos de circo. Recuerdo que en Madrid Ducruet comió jabugo de tabernón de los Austrias, y nos contó que Estefanía molaba, pero que no molaba tanto Carolina. A falta de balcones monegascos del Día de la Rosa, él se asomaba a los balcones de la primicia de su intimidad. El actor Rob Lowe a Estefanía la definió «voluble». Ya no es la que iba a su bola en bolas, o casi. Ahora, siendo abuela, encima nos hace abuelos.

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