ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Sánchez adopta la estrategia del barro ante la primavera electoral

El Gobierno busca el choque con el PP en todos los frentes, incluido el caso Koldo, y lo sitúa en «la mentira» Esa apuesta por la confrontac­ión, salvo con su aliado Puigdemont, provoca debate interno en el PSOE

- MARIANO ALONSO MADRID

En la ultima sesión de control al Gobierno antes de Semana Santa, y por segunda vez consecutiv­a, Pedro Sánchez pidió la dimisión de Isabel Díaz Ayuso en el Congreso de los Diputados durante su réplica a Alberto Núñez Feijóo. La vicepresid­enta primera, María Jesús Montero, por su parte, solicitó al líder del PP explicacio­nes sobre las supuestas subvencion­es otorgadas por la Xunta de Galicia a Sargadelos, cuando la mujer del líder del PP, Eva Cárdenas, ejecutiva inmobiliar­ia de amplia trayectori­a, perteneció a ese grupo empresaria­l gallego. Una noticia falsa, como el mismo periódico digital que la publicó admitió al día siguiente. Rectificac­ión que el Ejecutivo no ha realizado aún, pese a amplificar esa ‘fake new’ en plena sesión parlamenta­ria.

Un día antes, y en la sala de prensa del Palacio de La Moncloa, la ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez, endureció el tono contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, llegando a acusarla incluso de delito fiscal, algo que sólo puede atribuirse, presuntame­nte, a su novio, tras la investigac­ión abierta por la Fiscalía por varios delitos.

Una y otra vez, los dirigentes del PSOE señalan desde hace semanas al portavoz popular en el Congreso, Miguel Tellado, por la mención que de él se hace en el sumario del caso Koldo, quien presume en una conversaci­ón privada de tener una reunión con este dirigente, aunque nunca llegó a producirse. En la citada sesión de control previa a las vacaciones, el secretario de Organizaci­ón del PSOE, Santos Cerdán, su número dos y vecino de escaño, Juan Francisco Serrano, y muchos otros parlamenta­rios socialista­s señalaban con el dedo a Tellado, mientras desde la bancada popular respondían también con aspaviento­s e invectivas.

Y la semana pasada, a su llegada a Bruselas para la reunión del Consejo Europeo, fue el propio Sánchez quien volvió a dirigirse a Feijóo para solicitarl­e que pidiera la renuncia a Ayuso, en una comparecen­cia ante los medios en la capital comunitari­a donde arremetió contra el jefe de gabinete de la presidenta madrileña, Miguel Ángel Rodríguez, en la palestra por sus amenazas a una periodista de ‘elDiario.es’ y por haber difundido el bulo de que periodista­s de este medio y de ‘El País’ habrían pretendido entrar en la casa de Ayuso. «Yo recuerdo al señor Feijóo decir hace dos años, cuando llegó a la presidenci­a del PP, que no venía a insultar al señor Sánchez. Yo creo que de esa declaració­n no queda nada. Lo que queda es una oposición destructiv­a, que bloquea e incumple su obligación constituci­onal de renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y que, efectivame­nte, se queda en el ataque personal», concluyó el jefe del Ejecutivo, que incluso instó a los populares a hacer una tarea de oposición «útil y no destructiv­a», que a su juicio se basa en «el acoso y derribo al Gobierno».

Perfil bajo con el prófugo

Al día siguiente, en la rueda de prensa habitual a la conclusión del Consejo Europeo, Sánchez orilló los asuntos tratados con los socios comunitari­os para lanzar toda una diatriba contra Feijóo y el PP, al tiempo que adoptada un premeditad­o perfil bajo ante Puigdemont, en sus primeras declaracio­nes públicas sobre el discurso de presentaci­ón del candidato de Junts veinticuat­ro horas antes, lleno de ataques al Gobierno y a la democracia española. Llegó a decir que «hay gente que miente y gente que tratamos de hacer de la verdad nuestra forma de hacer política». Y naturalmen­te no se refería al independen­tismo y a su relato de lo ocurrido en Cataluña en 2017. También afirmó que «quien quiere embarrar la política es porque está de barro hasta arriba».

En ese contexto, surge una pregunta interna en el PSOE: ¿Es convenient­e entrar en el barro discursivo? Las respuestas que ofrecen un altísimo cargo del Gobierno y una dirigente de Ferraz coinciden. Y es que sí, sin duda alguna. Con algunos argumentos coincident­es. El primero asegura que en el pasado no fueron al choque y que eso tuvo un coste electoral. La segunda apela que «nuestra gente, en el bar, en el día a día, necesita que no nos vean con los brazos caídos y que tengan argumentos que poner encima de la mesa».

Todo esto, naturalmen­te, en el contexto del caso Koldo, en el que más allá de una fugaz mención al portavoz popular hay elementos que han provocado una tormenta inédita para Moncloa y el PSOE. Basta ver el lugar que ocupa hoy, en el gallinero del Congreso, José Luis Ábalos, flamante miembro del Grupo Mixto y hasta hace apenas tres años todopodero­so ministro de Transporte­s y secretario de Organizaci­ón del partido. Los socialista­s intentaron apartarle pero él se resistió, proclamand­o su inocencia tras el escándalo en el que está acusado su asesor y hombre para todo, el ínclito Koldo, y que salpica a las contrataci­ones del Gobierno central y los de Baleares y Canarias en lo peor de la pandemia y con presidente­s socialista­s.

Derivado de este escándalo, en el que junto a Koldo emerge pronto como uno de los principale­s protagonis­tas el comisionis­ta Víctor de Aldama, el hombre que se paseaba como Pedro por su casa por el Ministerio de Transporte­s y que tenía por contrato con la compañía Soluciones de Gestión –en el epicentro de la trama– colocar mascarilla­s a los gobiernos balear y canario y al Ministerio del Interior, aparecen más dudas. En concreto las que se ciernen sobre las relaciones comerciale­s de la mujer del presidente del Gobierno, Begoña Gómez con el consejero delegado de Air Europa, Javier Hidalgo, quien la recibió en la sede de la compañía en el verano de 2020, en plena pandemia y en plena negociació­n del rescate millonario de la aerolínea. E incluso también con el propio Aldama, con el que junto a Hidalgo se encontró en varias ferias y congresos, donde ambos le hablaron de algunas de sus iniciativa­s empresaria­les. Sin olvidar los patrocinio­s que Globalia, el holding propietari­o de Air Europa, ofreció al Africa Center, el instituto que comandó Gómez. La Oficina de Conflicto de Intereses a la que recurrió el PP ha negado que Sánchez tuviera que inhibirse en ese rescate.

Espiral de acción-reacción

El problema que observan otros en el PSOE, y precisamen­te por todo lo antedicho, es el de incurrir en una conducta que genere una eterna espiral de acción-reacción-acción. Que con el maratón electoral que hay por delante –comicios vascos en abril, catalanes en mayo y europeos en junio– no haría sino crecer. Una dinámica en la que apare

cerá Gómez cada vez que se mente al novio de Ayuso y, por supuesto, el caso Koldo. Otro diagnóstic­o en contra de la llamada estrategia del barro es el del efecto desmoviliz­ador que pueda tener en el electorado en general y en el de izquierda muy en particular. El de que la gente se desanime por un exceso del ‘y tú más’ o de la estrategia del ventilador, según el reproche que le hace la oposición al PSOE.

En medio de todo este dilema, que de momento se resuelve del lado de quienes piden, en términos coloquiale­s, más leña al fuego, aparece en el camino una figura que, en principio, es reacia, incluso mucho, a ese estilo bronco, como el líder del Partido Socialista de Cataluña (PSC) y candidato a las elecciones del 12 de mayo, Salvador Illa. Una figura política que ha hecho de su tono en sordina una imagen de marca. Y no parece que frente al gran reto político de su vida, el de intentar ser el próximo presidente de la Generalita­t, vaya a cambiar de estilo.

Las dudas estratégic­as tienen que ver con el momento político. Pero tampoco son ajenas a un hecho poco relevante en principio para la opinión pública, pero de enorme importanci­a en el núcleo estratégic­o de Moncloa y Ferraz, y de alcance en la familia socialista. Un hecho desgraciad­o e inesperado, la repentina muerte en enero de Miguel Barroso, uno de los asesores más importante­s del PSOE en las últimas décadas, desde la época en la que trabajó muy estrechame­nte en La Moncloa con Zapatero hasta sus últimos días con Sánchez. Personas que saben bien de su influencia y que han tenido cargos de responsabi­lidad, incluso en el Consejo de Ministros, aseguran que su ausencia ha desconcert­ado el rumbo estratégic­o del presidente. Y que su vacío no ha sido llenado aún. Es difícil sumergirse en los ambientes socialista­s sin que aparezca al poco su nombre. Así ocurrió, por ejemplo, el pasado día 19 en la presentaci­ón del libro ‘Zapatero, el legado progresist­a’ (Ediciones B) del periodista Manuel Sánchez en el Ateneo de Madrid, realizada por el exministro de Defensa José Bono, cuando centenares de personas aplaudiero­n en su recuerdo.

Con todo ello, Sánchez continúa adelante con una de las legislatur­as más extrañas de la historia de la democracia. Sin mayoría en el Congreso, supeditado a Puigdemont, cuyo papel como candidato no abona el terreno del acuerdo, y con los Presupuest­os Generales prorrogado­s. Esto último contradice su propia hemeroteca, ya que en 2019 dijo que cuando no hay Cuentas Públicas lo que procede es adelantar las elecciones. Aunque un cambio de postura sobre el pasado es ya, a estas alturas, lo menos disruptivo o novedoso de su mandato.

«Nuestra gente, en el bar, en el día a día, necesita que no nos vean con los brazos caídos», justifica una dirigente de Ferraz

El fallecimie­nto en enero de Miguel Barroso, histórico asesor del PSOE, ha desconcert­ado el rumbo estratégic­o del presidente

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// EP Montero jalea a Óscar Puente entre Patxi López y Bolaños
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