ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
«NOSOTROS PRODUCIMOS TABACO, NO FUMADORES»
En el norte de Cáceres se cultiva y transforma el 99% del tabaco español. Capital para la economía de la zona, da trabajo a 2.100 paisanos y aporta más de 100 millones de euros al PIB regional. «Para nosotros es cultura, lo que tenemos», claman los agricu
Aunque los viejos secaderos abandonados de Burley de La Vega y Campo Arañuelo son hoy simplemente vestigios de la época del tabaco negro, las cuotas, los medieros y la laboriosísima producción manual, en la zona norte de Cáceres el cultivo del tabaco sigue siendo el sustento de la comarca. Extremadura concentra el 99% del cultivo de tabaco de España, 4.854 hectáreas de las 4.884 que se plantaron en 2023, y una producción cercana a 18.000 toneladas. Este negocio, junto con la primera transformación del producto, que también se realiza en la zona, genera 2.100 empleos a jornada completa y aporta más de 100 millones de euros al PIB regional, según un estudio publicado el año pasado por Analistas Financieros Internacionales (AFI). En Talayuela, autodenominada capital del tabaco, raro es la familia en la que alguno de sus miembros no trabaja en la agricultura o la industria auxiliar.
«Para nosotros esto es nuestra cultura, es lo que tenemos y lo que sabemos hacer», aseguran los productores de la zona, todos ellos tercera generación de tabaqueros, preocupados porque a los problemas propios del sector primario (la falta de mano de obra y relevo generacional, además del aumento de costes y la burocracia) ellos suman la incertidumbre que les genera el plan antitabaco del Ministerio de Sanidad anunciado esta semana.
Carlos Martín, agricultor de Jarandilla de la Vera y presidente de la Sociedad Agraria, sostiene que no están en contra de los planes para reducir el consumo y evitar que los jóvenes se enganchen, pero sí les preocupan medidas concretas como el empaquetado genérico: «En los lugares en los que todas las marcas son blancas no sólo ha subido el contrabando, sino que las multinacionales se han ido, han dejado de comprar. Nosotros no producimos fumadores, sólo producimos tabaco, y si no se cultiva aquí se traerá de fuera, y con otra trazabilidad», asegura. «Entendemos que si creen que es tan perjudicial cierren los estancos y se quite todo», añade el representante de los productores. «¡No jodas!», le responden con sorna cuatro compañeros, de los que solo uno charla pitillo en mano. «Es que más del 70% de una cajetilla son impuestos», refiere otro.
Inversiones y ayudas
Durante décadas, los tabaqueros se han ido adaptando, realizando inversiones millonarias, a los requerimientos de un cultivo más vigilado que ningún otro, aseguran. Poco antes de los años ochenta tuvieron que cambiar el viejo tabaco negro Burley por el rubio, de la variedad Virginia, y modificar totalmente su forma de producir. Entonces hubo verdaderas rebeliones, recuerda Isidoro Campos, que durante unos años editó la revista agrícola ‘Mundo tabaquero’. Pero convirtieron el problema en oportunidad y se alinearon con las demandas del mercado. Fueron años de bonanza, recuerda.
Sin embargo, cuando la regulación europea dejó de primar este cultivo hubo una nueva transformación. «En torno al 2010 las ayudas se desacoplaron de la producción y se financiaron mejoras con fondos europeos. Cambiaron de nuevo las rutinas de trabajo y cerca del 95% de los agricultores se agruparon en cooperativas como esta, centros de curado colectivo»,
SIERRA DE GATA
En España se cultivaron
de tabaco, en Extremadura
VEGAS DEL ALAGÓN del total
EXTREMADURA
LA VERA
Collado de la Vera
CAMPO ARAÑUELO
L. ECHAZARRETA
Son los 80 y cinco amigos se han dado cita en el centro de cualquier ciudad española de más de 100.000 habitantes. Uno de ellos, con pinta de Indiana Jones y aroma a marihuana, llega con un Camel a medio fumar y macuto al hombro. Sobre la mesa hay una cajetilla de Lucky Strike junto a lo que podríamos llamar un ‘yuppie’ de la época que se autopercibe como intelectual. Desde sus gafas de pasta y en secreto siempre ha despreciado al hombre que tiene en frente, un mocetón con gomina que desde hace varios minutos alardea de su última conquista femenina y, justo ahora, rebusca en el bolsillo de sus vaqueros un
Marlboro. A su derecha, el más mayor de los cinco, que fuma Fortuna desde que Tabacalera creó la marca para luchar contra el contrabando de cigarrillos y, a estas alturas, él, que es un español clásico, no va a cambiar de casa. Solo falta por llegar el quinto del grupo, el menos esteta, un joven sin alardes que se enciende un cartón de Ducados a la semana y acaba de salir del trabajo después de una jornada de casi diez horas.
La escena no es real, pero estos hombres prototípicos –no es casualidad que en la reunión no haya mujeres– fueron ideados por las agencias de publicidad y asignados a una marca de tabaco concreta. Hoy, aquellos creativos que construyeron identidades en torno a cada cigarrillo se tirarían de los pelos si supieran que Sanidad –es un anuncio de principios de semana– ya ha iniciado los trámites para eliminar los logos comerciales de las cajetillas de tabaco y hacer así que todas sean iguales. Una medida en la que Australia fue pionera (los logos abandonaron los paquetes en 2012) y que otros muchos países europeos pretenden implantar. «Es como ir a comprar a un supermercado cubano, en el que todo es genérico y no hay marcas», dice el publicista Toni Segarra al preguntarle sobre el asunto. Lo «maravilloso» para su oficio, observa, es que, con este gesto, el Gobierno está confirmando lo valiosa que es una marca si da por hecho que el consumo se reducirá sólo por suprimir un grafismo.
Ahora bien, en muchos de los casos no son grafismos que pasaron sin pena ni gloria por la historia del diseño y precisamente por eso anda el gremio algo nostálgico, por muy antihumos que se sea. «La historia del diseño industrial, el ‘packaging’ (los envases) y las campañas publicitarias no se entienden sin el tabaco. Es, probablemente, uno de los productos que más juego ha dado a los creativos, la esencia misma del
sueño publicitario, de lo aspiracional», resume el arquitecto y diseñador Juli Capella a este diario. Y se remonta al principio de todo: porque el cigarrillo (que viene de cigarra) fue un invento español que nació del aprovechamiento de los restos de los puros que se envolvían en papel de arroz. En Estados Unidos, pronto se empezaron a comercializar en una especie de paquetes cilíndricos y su fabricación era casi artesanal hasta que la mítica American Tobacco, propietaria de Lucky Strike, compró una máquina para ‘liar’ cigarrillos en masa y decidió venderlos en el que sería el primer paquete de la historia: blando y verde militar con un círculo rojo en el centro que perfilaron en dorado por aquello de que el nombre Lucky Strike (golpe de suerte) era un guiño a aquellos mineros que, por fortuna, encontraban una pepita de oro.
Pero aquel verde se asociaba a lo masculino y su tinta desprendía un fuerte olor que repelía a las mujeres. Así que como Lucky quería abrir su mercado a la otra mitad de la población contrató a Raymond Loewy, uno de los grandes mitos de la historia del diseño. «Lucky Strike green has gone to war» (El Lucky verde se ha ido a la guerra) fue el eslogan de una campaña en pleno conflicto bélico (IIGM) que consiguió atraer al público femenino con un logotipo (similar al actual) que era un cigarro encendido visto de cara o una diana, según a quién se pregunte.
Fin del ‘horror vacui’
El verde desapareció, con su correspondiente ahorro de tinta y, así, «Loewy fue el primero que introdujo el blanco en la cajetilla en un momento muy ‘ horror vacui’. Fue pionero. Pero también tuvo otra idea brillante e imprimió el logo por las dos caras, de manera que dejaras como dejaras el producto sobre la mesa, harías publicidad de la marca», detalla Capella. También fue Lucky el primero que
empe