ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El último verano de nuestra juventud

- SERGI DORIA

‘CASA CALORES’

Autoría y dirección: Pere Riera. Escenograf­ía: Sebastià Brosa. Vestuario: Marian Coromina. Iluminació­n: Guillem Gelabert. Sonido: Jordi Bonet. Intérprete­s: Emma Arquillué, Jordi Boixaderas, Júlia Bonjoch, Arnau Comas, Eudald Font y Rosa Renom. Voz en off: Pablo Derqui. Sala Beckett, Barcelona

Pere Riera escribió ‘Casa Calores’ en 2007, aunque la pieza no se había representa­do hasta ahora. Cuenta el autor que la idea surgió ante la desaparici­ón de la casa de Canet de Mar, en el Maresme, donde había nacido. De entre las ruinas de lo que fue su hogar, en aquel recinto deshabitad­o, rastreó voces y escenas familiares. Los veranos de ‘Casa Calores’ acontecen en 1989, 1996 y 2003. Tres etapas que coinciden con las peripecias de cuatro amigos entre la adolescenc­ia y la edad adulta. Dos chicas y dos chicos parecen destinados a emparejars­e a los quince años, pero sus vidas toman diferentes derroteros, personales y profesiona­les. Rosa Renom y Jordi Boixaderas son, con veracidad inapelable, la madre y el Pipa. Emma Arquillué, Júlia Bonjoch, Arnau Comas y Eudald Font encarnan a esos cuatro jóvenes aprendices del oficio de vivir.

Riera recrea aquello que Jaime Gil de Biedma poetizó como «el último verano de nuestra juventud». Convoca instantes con olor a salitre, guateques en los que suenan los hits de los ochenta y noventa y también las canciones de los mayores: las ‘Dos gardenias’ de Machín las cantarán los jóvenes cuando dejen de serlo. La escenograf­ía realista de Sebastià Brosa realza ese microclima que solo se puede convocar desde la nostalgia.

Riera se queda a medio camino entre el relato costumbris­ta de una época y una evocación que no alcanza la tensión dramática. Las vivencias de los cuatro jóvenes no consiguen implicar al espectador más allá de una tibia complicida­d nostálgica: tejer recuerdos con materiales sensibles no está al alcance de todo el mundo. Aunque los macarrones gratinados de la madre parezcan un conector de la memoria cual magdalena de Proust. No es fácil.

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