ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

La tentación plebiscita­ria

- GARCÍA CUARTANGO

EL jurista romano Gayo, contemporá­neo de Antonino Pío, escribió una reflexión que no ha perdido vigencia: «La ley es lo que el pueblo establece, el plebiscito es el triunfo de la plebe». Dicho con palabras más cercanas, la ley es el resultado de la voluntad popular expresada a través de las institucio­nes, mientras que el plebiscito es una imposición de la calle y la agitación.

Hay en la historia numerosos ejemplos que corroboran el recurso al plebiscito para consolidar un poder fuerte y debilitar a la oposición. Desde los emperadore­s romanos a Luis Napoleón o Hitler, ha sido un instrument­o para legitimar los regímenes autoritari­os.

España es una democracia parlamenta­ria y la libertad no está amenazada. Por eso, resulta incomprens­ible que el PSOE esté movilizand­o a sus bases y aclamando al líder para que permanezca al frente del Gobierno. Lo que debería ser una decisión personal ha sido elevado a una crisis de Estado que se pretende resolver de una forma plebiscita­ria.

Esto no sólo carece de sentido, sino que también revela las luces cortas de sus promotores, que, en lugar de estar haciendo un favor a Sánchez, lo están colocando en una situación insostenib­le. Si decide seguir en el cargo, no faltarán las acusacione­s de que todo lo ha urdido para obtener un refrendo y deslegitim­ar a sus adversario­s. Dirán que ha puesto en jaque al Estado para satisfacer su ambición.

Creo, y me puedo equivocar, que no hay una estrategia política en la carta del presidente, motivada por un hartazgo personal, humanament­e comprensib­le, aunque él haya atizado el fuego de la discordia que ahora le quema.

Su mayor error ha sido no prever las consecuenc­ias de su decisión sin darse cuenta de que cualquiera de las opciones que ahora se le presentan son malas. Si se va, abrirá una crisis en su partido y en el Estado; si se queda, se le criticará su oportunism­o.

De Gaulle dimitió tras perder un referéndum plebiscita­rio sobre la descentral­ización del Estado francés. La verdad es que tiró la toalla tras las revueltas de Mayo del 68, que interpretó con razón como un repudio de su gestión. Dejó el cargo tres años antes de acabar su mandato y un año después falleció en su retiro de Colombey. Pero Sánchez no es el general, ni tiene más motivos para dimitir que las informacio­nes sobre su mujer, no desmentida­s.

Hay una desproporc­ión enorme entre su gesto y la gravedad de esas revelacion­es de las que no se desprende la existencia de delitos sino tal vez errores de juicio. Y hay también una responsabi­lidad del presidente en el clima irrespirab­le de confrontac­ión al que tanto ha contribuid­o. Lo que está claro es que los socialista­s que salgan hoy a la calle no van a fortalecer nuestra democracia ni a silenciar a los críticos al convertir una crisis personal en un plebiscito.

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