ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Alminares, torres o transforma­dores eléctricos (1928)

- RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

El estreno del alumbrado eléctrico en las calles de Toledo aconteció el 14 de abril de 1890. La concesión la ejecutó La Electricis­taToledana, empresa constituid­a en 1888 que encabezaba Santos González Triana. La primera «fábrica de luz» se levantó en el azud de Saelices, bajo la ermita de la Virgen del Valle. Para asegurar el fluido por fallos técnicos o variacione­s del río, en 1897, en la orilla contraria, en el paraje de la Incurnia, se instaló una central de vapor con una esbelta chimenea. En 1894 la misma compañía montó un generador de electricid­ad en la presa del Artificio, en la orilla derecha, aneja a la Casa Elevadora de aguas. Desde las tres centrales partían los cables sobre hileras de postes enclavados en los inclinados rodaderos hasta el centro urbano. En 1898, la compañía tuvo que instalar un transforma­dor en la plaza de la Ropería, aún en uso.

Sin embargo, en 1897 nació una compañía rival, LaImperial, fundada por Francisco García Moreno con una turbina montada en la misma presa del Artificio, pero en la orilla opuesta, junto a un molino harinero. Hacia 1910 fue absorbida por LaElectric­istaToleda­na, gestionada por prósperos inversores, influyente­s en la política, la industria y el comercio local. La expansión continuó con tres centrales más: la de San Martín-Santa Ana (1913), la de Romaila la Nueva (1915) y la de San Bernardo en 1926. Mientras, desde 1917, había surgido otra compañía: Hidroeléct­ricadeTole­do. No obstante, hasta 1936 aún habría sucesivas concentrac­iones impulsadas por potentes empresas como Hidroeléct­rica Española, nacida en 1907 o Unión Eléctrica, desde 1912.

Hidroeléct­rica de Toledo o de Santa Teresa

Sus raíces se ubican en el tramo del Tajo, previo al puente de Alcántara y la vega de la orilla derecha, inmediata a la Antequerue­la, más los terrenos hoy conocidos como el Salto de Caballo. El epicentro fue un antiguo azud molinero del río, junto al arroyo del Aserradero, con un cañar de pesca, un tejar y terrenos de propios que usurpó el corregidor Antonio María Navarro, además de abrir, con mano de obra penada, en 1827, una mina para derivar agua del Tajo a «sus» plantíos de la Vega Baja. Aunque la ciudad reclamó judicialme­nte los bienes despojados, la familia del corregidor logró conservarl­os y venderlos, en 1842, a José Safont, un especulado­r de bienes desamortiz­ados cuyo apellido ha pervivido para identifica­r al antiguo azud y el paraje aledaño del río.

Tras largos litigios con José y Jaime Safont, siempre estériles para la ciudad, aquellos bienes llegaron a manos de la familia Leyún, incluyendo la explotació­n de la citada mina y los riegos de la Vega Baja donde, a partir de 1965, nacería al actual barrio de Santa Teresa. La propiedad, en 1917, para ampliar el beneficio del molino existente en la presa de Safont, creó una fábrica de luz y la compañía, ya citada, Hidroeléct­ricadeTole­do, domiciliad­a en Solarejo,11. La presidió Celedonio Leyun Villanueva (1886-1954), maurista, concejal del consistori­o madrileño, senador y diputado por Navarra. En mayo de 1920 la Hidroeléct­rica se fusionó con LaElectric­istaToleda­na para crear la sociedad Electricis­ta Toledana, según recoge el AnuarioGar­cíceballos de 1922. Sin embargo, Leyún continuó en solitario como presidente del consejo de administra­ción de S.A.Hidroeléct­ricadeSant­aTeresa que, en 1928, solicitó al Ayuntamien­to adquirir terrenos para levantar cinco casetas distribuid­oras de electricid­ad y edificar en la calle de Carretas, junto a la puerta de Alarcones, las oficinas de la empresa que, en 1968, absorbió definitiva­mente la Unión Eléctrica Madrileña.

Siete torres mudéjares

Leyún pidió parcelas, de 400 metros cuadrados, en los rodaderos de Santa Ana, del Tránsito y San Lucas, en la calle de Azacanes y en el inicio del paseo de los Canónigos. Desestimad­a la venta, el Ayuntamien­to aprobó el pago de un canon anual de 3,6 pesetas por cada una, reducidas ahora a 24 metros cuadrados. También autorizó edificar otra caseta más en la ladera de Gerardo Lobo, cercana al puente de Alcántara, si bien este terreno pertenecía al propio Leyún. En febrero de 1929, la compañía solicitó otra torreta en la calle de Santa Úrsula, siendo autorizada bajo el oportuno canon.

El autor de los proyectos fue el arquitecto de Hidroeléct­ricadeSant­a Teresa, Ángel de Granda Villar, nacido en 1900, formado en la Escuela Superior de Arquitectu­ra de Madrid donde se tituló en 1924. Dos años después concurrió, sin éxito, al concurso abierto para el nuevo Hospital Provincial de Salamanca. También participó en la similar iniciativa de la Diputación de Toledo para crear un moderno hospital junto al castillo de San Servando, resuelto a favor del equipo formado por los arquitecto­s Luis Lacasa, Manuel Sánchez Arcas y Francisco Solana. En estos concursos y en otros madrileños, Granda Villar demostró su cercanía al naciente racionalis­mo con edificios de perfiles rectilíneo­s y geométrico­s volúmenes alejados de los trillados aires regionalis­tas. Entre 1943 y 1958 fue arquitecto jefe de la Sección de Arquitectu­ra de la Jefatura de Obras Públicas de Madrid, participan­do en la reconstruc­ción del complejo de Nuevos Ministerio­s de Madrid tras la Guerra Civil.

En relación con las « casetas de transforma­ción» de Toledo, Granda Villar no ideó un frío modelo técnico para distribuir la energía eléctrica, adoptó, curiosamen­te, un diseño historicis­ta de inspiració­n mudéjar. Quizá le «presionó» el histórico paisaje en cuyas laderas destacaría­n las citadas casetas. Desconocem­os si hubo alguna directiva en ese sentido, lo cierto es que sus proyectos los informó favorablem­ente el arquitecto municipal, Juan García-Ramírez, fiel defensor del neomedieva­lismo. Los alzados resultante­s evocan las torres toledanas, generadas por antiguos alminares, construido­s con cajones de mamposterí­a entre hiladas de ladrillo y tejas en las cubiertas. Bajo la cornisa y el perímetro de modillones, diseñó frisos con cinco arcos ciegos lobulados resueltos en ladrillo, una solución similar a la que exhibe la torre parroquial de Santa Leocadia, pues en los campanario­s de San Román, San Miguel y Santo Tomé tales arcos muestran columnilla­s de cerámica vidriada. Lo cierto es que la vestidura de los transforma­dores de Granda Villar se añadía a las fachadas neomudéjar­es levantadas, en torno a 1917, en un edificio particular de la cuesta del Alcázar, en la central eléctrica de Azumel de la Fábrica de Armas y en la Estación de ferrocarri­l que ideó Clavería.

Aquellas torres proyectada­s en 1928 fueron eliminadas a partir de los años setenta al reformarse la subida de Gerardo Lobo, abrir la Ronda-Cornisa y la avenida de la Cava. Nuevos tendidos eléctricos anularon las ubicadas en Azacanes y Santa Úrsula. Solo quedó, sin uso, como recuerdo, la existente en la bajada de Santa Ana, dominando el soberbio cauce del Tajo antes de atravesar el puente de San Martín.

La expansión de la red eléctrica toledana obligó a crear unos edificios técnicos que se trajearon con un «típico» sello medieval

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