ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Nostalgia de la buena

- LUCÍA CABANELAS

Dice el personaje de Elena Anaya en la serie ‘Las largas sombras’ que la nostalgia es un acto de cobardía, pero lo cobarde siempre es huir sin atreverse a mirar. Volver sobre nuestros pasos no solo es valiente sino reparador, porque nos permite aprender de los errores y, para los escasos prudentes que todavía quedan, quizás también nos pueda enseñar a evitarlos.

Hay recuerdos que, da igual cuánto pase, todavía te centrifuga­n las tripas, y otros que por mucho que intentes agarrarlos con fuerza poco a poco se escapan, como las voces de los que se fueron, que casi siempre desaparece­n o cambian cuando faltan. La memoria es así, cursi, simpática, puñetera. Escurridiz­a, inesperada. Esquiva cuando la buscas, maniática, obsesiva cuando la apartas.

A veces, claro, consigues atraparla, y lo hueles, como si alguien te rociara directamen­te en la cara con esa mezcla imposible de dulce, húmedo y salado que es sinónimo del verano. Otras, de repente, te da un calambrazo, y la excitación se te sale por los dedos cuando consigues recrear lo que sentías en un momento concreto.

A mí, por ejemplo, se me han quedado atragantad­os los madrugones de ‘Oliver y Benji’ con mi hermano, las sobremesas del ‘Inspector Gadget’ y las meriendas de ‘La pajarería de Transilvan­ia’ o ‘Gárgolas’, series de dibujos de la infancia que eran para niños pero se tomaban a los niños en serio.

Se me viene esto a la mente casi cada semana desde hace unas cuantas, cuando un nuevo capítulo de ‘X-Men ‘97’ nos devuelve de un puñetazo a la infancia. Ahí están Tormenta, Magneto y demás, con una animación más moderna y una trama tan brutal como los minutos finales de cualquier partido de Champions en el Bernabéu.

Como todo a lo que nos gusta volver, se paga. Por eso la nostalgia es rentable; por eso la ficción se ha convertido en un coladero del pasado. A veces, como esta, con series de calidad que conservan la esencia del original; otras como refritos propios de una mala resaca, productos de fondo que solo aprovechan el nombre y la carátula.

En cualquier caso, huir en este presente no solo no es cobarde sino que es hasta recomendab­le. Para vivir el camorrismo actual mejor ver cómo luchan los mutantes. Al menos los villanos de antes lo eran de verdad, no como los ahora.

‘De aquí a la eternidad’

EE.UU. 1953. Drama, bélico, romántico. 113 m. Dir.: Fred Zinnemann. Con Burt Lancaster, Montgomery Clift, Deborah Kerr, Frank Sinatra, Donna Reed.

Magnífico guion de Daniel Taradash y una dirección antológica de Zinnemann para contar tres o cuatro historias ‘pequeñas’ en el lugar y el momento clave del siglo XX, Pearl Harbor en 1941. El soldado Prewitt (Clift), el sargento Warden (Lancaster), el soldado Maggio (Sinatra) porfían entre su realidad, sus sueños, sus sentimient­os y debilidade­s en la base militar. Y la presencia majestuosa, fría y apasionada de Karen (Kerr), la esposa del capitán, es un taponazo de espumoso en el centro del relato. Atiborrada de momentos grandes del cine (el beso de la playa) y con unas interpreta­ciones inolvidabl­es, en especial la de Monty Clift, que arrastra y empapa todas las demás, aunque el Oscar se lo llevaron Sinatra y Donna Reed.

21.50 Trece

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