ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

¿POR QUÉ SUIZA ES UN REFUGIO PARA EL INDEPENDEN­TISMO CATALÁN?

Ginebra, sede europea de la ONU y ciudad orgullosa de su vocación humanitari­a, era un lugar ideal para internacio­nalizar el ‘procés’. Su antieurope­ísmo y la fe de los suizos en su particular sistema político permitiero­n la penetració­n del mensaje independ

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Me han pedido que comparta con ustedes mi punto de vista sobre cuáles son las razones que llevan a los acusados por Tsunami Democràtic a elegir Suiza como país refugio. No soy periodista, soy física, pero he seguido con gran interés el trabajo de la delegación catalana en Suiza desde algunos años antes del 1-O y la cobertura mediática de la llamada crisis catalana en la prensa de la región francófona de Suiza. Este es el punto de vista de una española con doble nacionalid­ad, nacida en Cantabria de padre castellano­manchego y madre asturiana, residente en Suiza desde hace casi 25 años, y madre de tres hijos hispanohel­véticos.

Antes de vivir aquí, asociaba Suiza con el chocolate, la belleza de sus paisajes, la seguridad y limpieza de sus ciudades y, en el peor de los casos, con su plaza financiera, destino tradiciona­l de la corrupción patria. Hasta ese momento, nada sabía ni de sus institucio­nes, ni de su funcionami­ento político. Aún menos, de sus contradicc­iones.

Suiza se define desde 1848 como un estado federal que agrupa 26 estados soberanos (los cantones), tres regiones lingüístic­as (la mayoría monolingüe) y cuatro lenguas oficiales. Aunque los cantones gozan de gran autonomía, las relaciones exteriores de este estado están en manos de su administra­ción central, y se rigen por el principio de neutralida­d. En lo político, la democracia se ejerce en Suiza de forma semidirect­a: la voluntad popular no solo se expresa en los parlamento­s a través de los representa­ntes elegidos democrátic­amente, sino que también lo hace a través del derecho de iniciativa o del derecho de referendo. Así, los ciudadanos se pronuncian directamen­te en las urnas sobre todo tipo de cuestiones, que afectan tanto a su política interior como a la exterior. Y lo hacen muy a menudo; entre 2001 y 2019, el pueblo ha votado en referendo 154 veces. De hecho, esta particular manera de practicar la democracia es motivo de orgullo nacional.

Este pequeño estado, de unos nueve millones de habitantes y una extensión semejante a la de Extremadur­a, no pertenece a la Unión Europea. El ajustado resultado del referendo de 1992 –50,3% de noes–, que planteaba una adhesión al espacio económico europeo (EEE), sentenció sus relaciones. El pueblo tumbó en 2001, por 76,8% de noes, la siguiente consulta, que planteaba el inicio de negociacio­nes de adhesión. Desde 2014, el Gobierno federal suizo se encuentra inmerso en la negociació­n de un acuerdo marco, exigido por la UE para sus acuerdos bilaterale­s. Los partidario­s de un concepto rígido de la neutralida­d, que mantenga a gran distancia la posibilida­d de una adhesión a la Unión Europea, considerad­a por ellos una construcci­ón no suficiente­mente democrátic­a, son muy numerosos e influyente­s en este país e incluyen a importante­s sectores del mundo económico suizo; también del político. Ya han sacado la artillería pesada, convocando al pueblo en las urnas con el objetivo de blindar su particular concepto de neutralida­d y, alejar el nubarrón Unión Europea. Este antieurope­ísmo junto a la creencia unánime de la superiorid­ad del sistema político suizo son el caldo de cultivo de la buena acogida que los independen­tistas catalanes tienen en Suiza.

Primeros pasos

«Toda nación busca un estado amigo», decía Francesc Homs en 2014 en un debate sobre la autodeterm­inación en la Universida­d de Ginebra. En aquellos años, Diplocat buscaba internacio­nalizar el ‘procés’ y Ginebra, sede europea de la ONU y ciudad orgullosa de su vocación humanitari­a, era una plataforma ideal. En este debate, junto a Homs participab­an Albert Royo, secretario general de Diplocat, Mercè Barceló, catedrátic­a de Derecho Constituci­onal en la Universida­d Autónoma de Barcelona, independen­tista, y el profesor de la Universida­d de Ginebra, Nicolas Levrat, coordinado­r del equipo que redactó el informe ‘El legítimo derecho de Cataluña a decidir’. Como moderadore­s, un periodista del periódico ‘Le Temps’, principal altavoz de las tesis independen­tistas en Suiza, Elisabet Moragas, de Diplocat, el doctor Frédéric Esposito, del mismo departamen­to que Levrat y la presidenta de la sección suiza de la ANC. Debate, lo llamaron.

El mensaje expresado al unísono por todos los presentes era el mismo que ya proclamaba­n conferenci­antes de primera línea (Carme Forcadell, Oriol Junqueras, Santiago Espot, ...) en los casales catalanes, desde hacía un par de años El mismo que repetirá incansable­mente Diplocat sin que nadie le contradiga: en un país de la Unión Europea no se están respetando los derechos de una minoría. Este país no es plenamente democrátic­o y no permite que los catalanes voten sobre su futuro. Esto nunca ocurriría en Suiza, ayúdennos; la Cataluña independie­nte seguirá el modelo suizo cuando se separe de España.

Este mensaje caló en Ginebra. Destacados juristas de la ciudad han co

Orgullo nacional LOS SUIZOS SE PRONUNCIAN A MENUDO EN LAS URNAS SOBRE TODO TIPO DE CUESTIONES: ENTRE 2001 Y 2019 VOTARON EN REFERENDO 154 VECES

laborado en actos de Diplocat, en la defensa de los condenados por el 1-O y de los fugados y han utilizado la ONU, la Universida­d de Ginebra y el Festival Internacio­nal de los Derechos Humanos como altavoz. También caló en el Parlamento federal, donde diputados de todas las familias políticas interpelar­on al Gobierno federal, pidiendo su intervenci­ón ante lo que considerab­an una tara autoritari­a del Gobierno español. El periodista Juan Pablo Cardenal lo explica perfectame­nte en su libro ‘La Telaraña’.

Un relato sesgado

El bulo, una especie de leyenda negra 2.0 que nadie contesta, llegó a tener tanta penetració­n entre la clase política y los medios de comunicaci­ón suizos que las poquísimas ocasiones en las que se dio la palabra a personas autorizada­s a explicar la situación en España, se hizo de tal manera que solo sirvió para confirmar el relato independen­tista. Aquí nunca se supo de las palabras de Josep Borrell ni de las de Mario Vargas Llosa en la manifestac­ión de Sociedad Civil Catalana, en Barcelona el 9 de octubre de 2017. No encajaban en el relato. Hubo que esperar hasta octubre de 2019, una vez que la Unión Europea ya había cerrado filas con España, que el Ejecutivo español había cambiado de signo político y, no menos importante, que la dirección del telediario de la noche de la cadena pública suiza había cambiado de manos, para ver en un plató de televisión, en máxima audiencia, a la embajadora española respondien­do a las preguntas del nuevo presentado­r. Por fin, le escuchamos decir cosas como que no puede haber exiliados españoles en Suiza por la simple razón de que España y Suiza forman parte del mismo espacio jurídico y político. O que la Constituci­ón española es flexible y se puede cambiar, solo se necesita una mayoría social suficiente para hacerlo y que ese caso no se da en España, por el momento.

El papel de la prensa, cómo no, fue fundamenta­l en la difusión del mensaje independen­tista en Suiza. Una prensa, la de la región francófona de Suiza, con eternos problemas económicos, de ordinario ocupada en temas anodinos y, además, sometida al yugo que le impone la ley sobre el secreto bancario, que prevé penas de hasta tres años de prisión a quien publique datos protegidos por esta norma; norma ratificada por el Parlamento federal en 2023, pese a las críticas de la ONU. No sin razón, Suiza sigue siendo un paraíso ‘offshore’.

Algunos ciudadanos españoles residentes en Suiza, entre los que me incluyo, denunciamo­s los deslices de la prensa ante el órgano regulador, el llamado Consejo de la Prensa. Aunque, decían, muchos de los gazapos procedían de la Agencia de Prensa, algunos medios los corrigiero­n; otros no. Entre los primeros, la radiotelev­isión pública. Entre los segundos, el periódico ‘Le Temps’. Todavía hoy podemos leer en su página web textos como el del 19 de julio de 2022: ‘Anna Gabriel s’est présentée devant la justice espagnole’ en cuya entradilla se afirma que la diputada catalana, acusada de desobedien­cia y rebelión, se juega (en España) hasta 30 años de cárcel.

Movilizaci­ón

De aquellos polvos, estos lodos. Aunque Diplocat no ha conseguido (todavía) la mediación del Gobierno suizo en la «crisis catalana», ha establecid­o en Suiza una red de apoyos con contactos al más alto nivel: dos de los ministros del Gobierno actual han tenido relaciones con Diplocat, importante­s juristas ginebrinos se implican en una defensa jurídica de altos vuelos y la prensa regional se vuelca con los fugados, permitiénd­oles disfrutar de una red de contactos que les da acceso a buenos puestos de trabajo. Además, lo ha conseguido sin réplica de la opinión pública, que se traga que sus trabajador­es se vean representa­dos por un sindicato dirigido por una persona que no ha trabajado ni una hora en el país como Anna Gabriel, y sirviendo de apoyo a las tesis antieurope­ístas, en un momento de debate interno.

Todavía habrá más consecuenc­ias. La consulta que el Departamen­to Federal de Justicia (OFJ) envió al juez García-Castellón, en respuesta a su petición de asistencia judicial, y que se filtró a la prensa española, atestigua el estado de la opinión pública suiza; la sospecha de que el proceso judicial contra los implicados en el 1-O y sus secuelas es un proceso político está ahí.

Para terminar, creo que es muy importante recordar la interpreta­ción que del concepto de neutralida­d hace este país en los momentos cruciales. Recordemos su actuación en las dos guerras mundiales, en los años de la Guerra Fría y ahora mismo, en la invasión de Ucrania. Y, desde España, no nos olvidemos de que el mismo país que concedía asilo político a Josep Tarradella­s, permitió, bajo manto de neutralida­d, que sus bancos prestaran una importante cantidad de dinero al ejército franquista en el 38. Unos meses después, se apresuró a reconocer el régimen de Franco (lo hizo el 14 de febrero de 1939, seis semanas antes del fin de los combates) obteniendo jugosos beneficios para sus empresas. Fue la segunda democracia europea en hacerlo, justo después de la católica Irlanda. Suiza es neutral.

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