ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Adiós a Alice Munro, la reina del relato breve

La escritora canadiense, ganadora del Nobel de Literatura en 2013, falleció a los 92 años en Ontario Su prosa tenía esa rabia elegante con la que se alimentan las mejores historias y se destruyen las mejores familias

- KARINA SAINZ BORGO MADRID

Alice Munro fue la Chéjov canadiense. El relato breve fue su reino. Fue la décimo tercera mujer en ganar el Nobel de Literatura, justo después de Herta Müller. «Maestra del relato corto contemporá­neo» y aclamada por su «armonioso estilo de relatar», según destacaron los académicos suecos en 2013, abandona el mundo dejando tras de sí una obra hecha del desgarro. La vida cotidiana fue la pulpa de su creación, el latido de su prosa.

Su literatura mezcló el realismo y el intimismo, dotándolas de esa rabia elegante con la que se alimentan las mejores historias y se destruyen las mejores familias. Publicó casi una veintena de libros: ‘Las lunas de Júpiter’ ( 1982), ‘ Progreso del amor’ ( 1986), ‘Amistad de juventud’ (1990), ‘Secretos a voces’ (1994), ‘El amor de una mujer generosa’ (1998), ‘Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio’ (2001), ‘Escapada’ (2004), ‘La vista desde Castle Rock’ (2008) y ‘Demasiada felicidad’, editada en 2009.

Realismo cotidiano

Lo doméstico para Munro equivale a una prisión. Hija de una profesora y un granjero, educada bajo una estricta moral presbiteri­ana, Alice Munro comenzó a estudiar periodismo y filología inglesa en la Universida­d de Western Ontario, pero la abandonó al casarse en 1951. Comenzó a publicar en diversas revistas, pero no editó su primer libro de cuentos hasta 1968, ‘Danza de las sombras’, publicado por Lumen el año pasado. Tres años después, en 1971, salió a la luz una exitosa colección ‘La vida de las mujeres’.

Con su primer esposo montó una librería y publicó en diversas revistas, pero no editó su primer libro de cuentos hasta 1968, ‘Danza de las sombras’. Tres años después, en 1971, salió a la luz una exitosa colección de historias titulada ‘ Las vidas de las mujeres’. Munro comenzó a escribir cuentos con la idea de ser novelista cuando sus hijos crecieran y le dejaran más tiempo libre, pero acabó reinando en ese género.

Madre de tres hijas, reconoció la importanci­a del universo femenino para construir su gran territorio literario. Sin embargo, sobre ese tema, ella misma introdujo matices. Cuando en 1961, con treinta años y tras publicar algunos de sus cuentos en revistas, el periódico ‘ The Vancouver Sun’ le dedicó un reportaje titulado ‘Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos’, la fotografia­ron junto a sus dos niñas. Décadas después, la propia Munro explicó que cuando escribía no pensaba en su familia sino en ella misma, buscando un espacio propio más allá del de mujer y madre, y apuntó que sus hijas quizá habrían sido más felices si les hubiese dedicado más tiempo.

En la entrevista concedida a Stefan Åsberg para la televisión sueca,

Su mirada es inmiserico­rde. Existe en Munro una misoginia a la manera de las criaturas de Patricia Highsmith

en 2013, el año en que recibió el Nobel, lo explicó así: «Yo era un ama de casa, de modo que aprendí a escribir en los ratos libres, y creo que nunca lo dejé, aunque hubo momentos en que me sentí muy desalentad­a, porque empecé a ver que los cuentos que escribía no eran muy buenos, que tenía mucho que aprender y que era un trabajo muchísimo más difícil de lo que pensaba».

Su obra tiene el peso y la impronta de Katherine Anne Porter, Flannery O’Connor, Carson McCullers y, sobre todo, Eudora Welty, así como de James Agee y William Maxwell. «La Chéjov canadiense» fue una comparació­n a la que también aludió el secretario permanente de la Academia Sueca, Peter Englund, pocos minutos después de anunciar el premio.

En Munro nada es simple, aunque lo parezca. En sus ambientes domésticos se cuece una catástrofe. En ella carbura una energía oscura y abrasiva, una mirada pesada e inmiserico­rde. Existe en Munro una misoginia a la manera de las criaturas de Patricia Highsmith.

Un hundimient­o

Sus personajes femeninos son el punto de vista de un hundimient­o. Con ellas, se hunden todos: padres, hijos, amantes, maridos, vecinos, amigos, trabajos, deseos, vocaciones… Ella juzga el mundo sin piedad. Se revuelve no sólo contra lo masculino, sino contra lo establecid­o.

«Crecí en el campo, con personas que en general eran de origen escocésirl­andés, y era una idea muy común no esforzarse demasiado, no pensar nunca que se era inteligent­e. Esa era otra imagen popular: ‘Ah!, ¿te crees muy inteligent­e?’. Y para hacer algo como escribir tenías que creer que eras inteligent­e, pero yo era solo una persona peculiar», explicó a la prensa en 2013.

No hay grandes alegatos, tampoco presume de ambiciones. Los razonamien­tos de Alice Munro sobre su propia escritura son de una honestidad demoledora y justo por eso tan importante al momento de comprender las estampas mínimas de sus relatos y las vidas que ella relata sin ninguna pretensión.

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// EUROPA PRESS Alice Munro, en Toronto en octubre de 1981

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