La tele de asesinos

SOSTIENE Patricia Pérez, madre del niño Gabriel, que hay que poner freno urgente a la probable serie sobre el caso de su hijo. Resulta que Ana Julia Quezada, la asesina en prisión, pudiera estar colaborando con ese proyecto audiovisual. De modo que ambas nos han resultado lo que eran, Patricia madre amantísima y Ana Julia una malvada de película. La madre propaga, incluso, que pudiera legislarse en contra de estas teleseries sobre crímenes recientes, porque avivan la tragedia nunca suturada, y porque los malos no pueden negociar unos euros de dudosa limpieza a cuenta de su barbarie. A mí Patricia Pérez me provoca una ternura escalofriante, y a ver quién le discute algo a una madre herida, y aún más a una madre maltrecha como ésta, cuyo despeinado de desolación le viene desde el alma. Pero resulta que no podemos ir asentando una nueva normativa por ahí, mirando los males de familia, porque así nos cargamos en cuatro tardes la libertad de expresión. El ‘true crime’, ahora en la copa de la moda, tiene, por lo general, una osamenta de sucesos reales, y luego los guionistas ponen o quitan un cuchillo, una cómplice, o un atardecer, según convenga al argumento, que ya es así ficción, o sea, invención, porque en todo caso los parecidos con la realidad en estos asuntos vienen a ser pura coincidencia inevitable. Rodolfo Sancho viene de intervenir en un capítulo sobre el caso de descuartizamiento que aúpa su hijo, y Rosa María Peral, bajo condena por un crimen, no acaba de verse en Ursula Corberó, que es quien la suplanta en la fantasía de una serie vertebrada de hechos reales. Rodolfo es actor, y ha cumplido un cameo en el relato televisivo de un caso aún en curso. Rosa María Peral vive en la cárcel, pero de algún modo trabaja en un serie, vía Corberó. El caso Asunta es un culebrón de éxito del momento. Se comprende a las familias adoloridas, sí. Pero no están antes que la libertad de expresión o creación, un territorio sagrado de albedrío y una imaginación infinita de la verdad.