ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
Jacques Audiard da el golpe con ‘Emilia Pérez’, pura música para camaleones
A la caza de una nueva Palma de Oro para este director, cotiza altísimo en el Festival de Cannes
Otra película que cotiza altísimo en la bolsa de los valores de riesgo, la francesa ‘Emilia Pérez’, dirigida por Jacques Audiard y a la caza de una nueva Palma de Oro para este director. Y se une por esa cualidad, la del máximo riesgo, a la ‘Megalópolis’ de Coppola, porque ambas transitan buena parte de su metraje por el borde del desfiladero, un lugar peligroso que igual te conduce al éxito que al fracaso. ‘Emilia Pérez’ es ambiciosa y magnífica hasta lo insultante; abarca el musical, el melodrama, la intriga, el thriller y trata un asunto tan complejo como el de la transexualidad desde perspectivas insólitas.
El guion del propio Audiard traza unos personajes y unas líneas perfectas, una abogada con talento, el jefe –apodado ‘el Manitas’– de un cártel mexicano y un propósito inconcebible, inverosímil, que solo pueden saber ellos dos: el Manitas quiere cambiar de sexo (‘transicionar’) y desaparecer con limpieza y dinero. Tiene una mujer y dos hijos pequeños que pasarán a ser viuda y huérfanos. Y la puesta en escena de Audiard es aún más temeraria que su argumento: narra la historia con cuerpo de musical y con alma de culebrón, y además recoge el espíritu de ‘lo mexicano’ de un modo que sorprenderá a cualquier otro francés que no sea él.
Antes de entrar en el meollo, en las argucias argumentales realmente elaboradas y expuestas para entender esta ‘música para camaleones’ que es el fondo del relato, hay que aludir a la excelente interpretación de Zoe Saldaña (la abogada) y de Karla Sofía Gascón (primero ‘El Manitas’ y luego la Emilia Pérez del título). Karla Sofía Gascón, española pero residente en México, encarna con un 100 por 100 de verosimilitud su personaje imposible, entre otras cosas porque lo lleva en su propia carne, ‘transicionada’ de hombre a mujer hace ya algunos años. Zoe Saldaña, con gran peso de lo dramático y con prácticamente todo el del musical, al que se abalanza con fuerza, ritmo y convicción, a pesar de que Audiard ha apostado por un tipo de musical en el que ni las voces ni las coreografías exciten por su calidad.
Y ya en el meollo, la película expone un argumentario para sensibilizar el hecho deplorable de que un asesino se evapore tras el cuerpo de una mujer, es decir, alcance una especie de amnistía de género, y lo hace con firmeza y razones (la escena, cantada, entre la abogada y el médico es muy sólida intelectual y sentimentalmente). Y también entran en discusión asuntos de alto contenido social, pero tratados en clave de melodrama, como los sentimientos de ‘ella’ hacia su viuda, hacia sus hijos, hacia la deleznable vida que había llevado. Y sus píldoras envenenadas, como la de que la misma persona sea un horror como hombre y una bendición como mujer, o que el mismo dinero sea sucio en manos de uno y limpio en la de otra. Y como todo está amparado por el ‘universo del musical’, se le admite toda la prosopopeya de sus caídas en el culebrón y los remolinos de su desenlace.